A una semana de su publicación, Spare (En la sombra), el libro de memorias del príncipe Harry, ya vendió medio millón de copias en el Reino Unido y se convirtió en el best-seller de no ficción más rápido de la historia inglesa. La voz de quien creció siendo llamado abiertamente el “reemplazo” de su hermano William, el heredero del trono británico, suena con naturalidad en la maravillosa pluma de JR Moehringer, quien también fue ghostwriter de la celebrada autobiografía de Andre Agassi.
El relato del menor de los hijos de Diana Spencer es la versión de una ruptura –y de una liberación– que puede verse al menos de dos maneras: como la interna de la guerra de novias entre Kate Middleton y Meghan Markle de la que los tabloides se sirvieron desde que el príncipe oficializó su compromiso con la actriz norteamericana, en 2017; o como el punto culminante de una historia de rivalidad entre los hermanos Windsor.
Esa tensión se pone de manifiesto desde el primer capítulo, en el que Harry narra el difícil encuentro en Frogmore con el hoy rey Carlos III y William tras el funeral de Felipe de Edimburgo, en abril de 2021. Sobre todo, cuando describe sin piedad a su hermano mayor: “Miré a Willy, lo observé de verdad, quizá por primera vez desde que éramos pequeños, fijándome en todos los detalles: su familiar expresión ceñuda, que siempre había sido la norma en sus tratos conmigo; su alarmante alopecia, más avanzada que la mía; su famoso parecido a nuestra madre, que se iba diluyendo con el tiempo. Con la edad. En algunas cosas era mi espejo, en otras mi polo opuesto. Mi querido hermano, mi archienemigo, ¿cómo habíamos llegado a eso?”.
Para entonces, los Sussex llevaban más de un año alejados de los deberes reales en lo que el mundo entero conoció como el “Megxit” –un juego de palabras con el nombre de la duquesa y con la paralela salida de Gran Bretaña de la Unión Europea–, como si la decisión hubiera tenido una única responsable. Según Harry, la guerra en la familia real llevaba mucho más tiempo.
Por momentos, las anécdotas que dieron lugar a la drástica huída de Harry y su familia a Montecito, California, parecen tan triviales como las que podrían darse entre dos cuñadas envidiosas de barrio, con la única diferencia de que ellas se enfrentan por tiaras, labiales de lujo y vestidos de diseño. Por momentos está claro que el protocolo, las formalidades y las diferencias culturales –que a veces son también eufemismo de racismo y clasismo– son sólo una excusa para el problema de fondo: quién y cómo capta la atención de la opinión pública, quién es más libre o más privilegiado entre esos dos hermanos nacidos en “una jaula de oro”, como describe Harry.
Enfocado en desenmascarar las mentiras y ardides de la comunicación real en una puja permanente por la popularidad de la corona y sus protagonistas, Harry admite que Kate le cayó bien desde que supo que estaba de novia con su hermano. “Era muy natural, cariñosa y amable” y “me gustaba hacerla reír”, dice. Y más concretamente, una vez que se convirtió en la prometida de William: “Adoraba a mi cuñada. Es más, para mí era como la hermana que nunca había tenido, y me alegraba saber que siempre iba a estar al lado de Willy. Era la pareja ideal para mi hermano mayor. Se percibía que eran felices juntos, y yo me alegraba por ellos”.
Sin embargo, revela que fue falso que él le hubiera regalado el anillo de zafiro de su madre a su hermano para que se lo diera a Kate al pedirle la mano, tal como se reprodujo por entonces en todos los medios del mundo. “(Decían que fue) un momento fraternal lleno de ternura, un momento de unión entre los tres... ¡Sandeces! Nada de eso había pasado. Yo no le di el anillo a mi hermano porque yo no tenía ningún anillo. Lo tenía él. Lo pidió después de que muriese mi madre y yo no tuve ningún problema en que se lo quedara”. Y que se enteró por el comunicado de la Casa Real y no por los duques de Cambridge que iban a casarse.
Para desarmar el cuento de hadas, Harry construye uno nuevo: la primera vez que habló con Meghan, tras verla en una publicación de una amiga en Instagram, fue el 1 de julio de 2016, el mismo día en que Lady Di –una figura omnipresente para el príncipe que tenía apenas 12 años en 1997, cuando la tragedia y la persecución de los paparazzi terminaron con la vida de su madre en París– hubiera cumplido 55 años.
“Ella era estadounidense. Yo era británico. Ella había recibido una buena formación académica y yo siempre había sido mal estudiante. Ella era libre como un pájaro y yo estaba encerrado en una jaula de oro. Y, en cambio, ninguna de esas diferencias inhabilitaba a nadie y ni siquiera parecían importantes”, describe sobre el primer encuentro en Londres y la certeza de que había encontrado a su alma gemela. Y que, cuando unos meses más tarde se lo confió a William y Kate “se quedaron boquiabiertos” porque eran fanáticos de Suits, la serie en la que entonces trabajaba Markle.
Te puede interesar: El príncipe Harry confesó que eliminó fragmentos de su autobiografía por miedo a que su familia nunca lo perdonara
Harry dice que entonces pensó que podría cumplir su sueño: “Estar en compañía de ambos con mi propia pareja. Para convertirnos en un cuarteto. Se lo había dicho a Willy infinidad de veces”. Pero su hermano mayor lo previno: “Puede que no ocurra, Harold. Y tendrás que conformarte. Al fin y al cabo, es una actriz estadounidense. Podría ocurrir cualquier cosa”.
Hay detalles graciosos, como que fue su tía Sarah Ferguson quien le enseñó a Markle cómo hacer la reverencia ante la reina, a la que conoció casi por sorpresa en su casa. Pero que, cuando unos días después, se la presentó a William, “Meg se adelantó y le dio un abrazo, cosa que lo dejó pasmado”. Fue el típico momento del choque cultural Estados Unidos/Reino Unido, escribe. “A lo mejor Willy esperaba que Meg lo saludara con una reverencia –se lamenta–. Habría sido la norma de protocolo al conocer a un miembro de la familia real, pero ella no lo sabía, y yo no se lo había dicho. Cuando conoció a mi abuela, yo lo había dejado claro: era la reina. Pero cuando conoció a mi hermano, él era simplemente Willy, a quien le encantaba Suits”.
Según Harry, el día de la presentación en casa de su padre y de Camilla, Carlos le preguntó a Meghan si era cierto que era la protagonista de un culebrón estadounidense. “Ella sonrió. Yo sonreí. Me moría por decir: ‘¿Un culebrón? No, eso es nuestra familia, papá’”. Y lo que sigue tiene más de un ribete para darle la razón.
Después de que Harry hizo su primera defensa pública ante el acoso y el maltrato de la opinión pública contra su novia, fue atacado también por su padre y su hermano: “Estaban furiosos y me echaron la bronca. Mi declaración los hacía quedar mal porque ellos jamás habían hecho una declaración para defender a sus novias o esposas cuando fueron ellas las acosadas”, asegura. También que cuando le dijo a su padre que esperaba que Meghan se mudara con él, Charles le advirtió que no podría mantenerlos. Lo que en realidad temía, sostiene, era que él y Camilla fueran opacados por su carisma como ya le había ocurrido con William y Kate.
Los rumores, atribuidos a fuentes de la Casa Real, decían que había miembros de la familia que no aprobaban a Markle, que no les gustaba su forma directa de ser ni su supuesta impertinencia. Versiones más inquietantes se referían en forma directa a la cuestión racial: “Se había expresado ‘preocupación’ en ciertos sectores sobre el tema de si el Reino Unido estaba o no ‘listo’”. Una pregunta lo atravesó por entonces: ¿Recaería sobre él la maldición de convertirse en la siguiente Margarita?
Pese a todo, dice Harry, sentía que William apreciaba a su novia. Tanto que le cedió sin dudarlo la pulsera de diamantes de su madre para que pudiera usarlos en el anillo de compromiso de Meghan.
En todo eran distintos, claro. Cuando los duques de Cambridge fueron a comer a la casa que compartían Harry y Meg, William estaba resfriado y su cuñada corrió a darle un remedio homeopático. “Parecía encantado, conmovido, aunque Kate anunció a los comensales que él jamás había aceptado esos remedios poco convencionales”, escribe en una escena tan fácil de imaginar como el duelo de estilos entre las cuñadas, del que ellas mismas se dieron cuenta: “Meg: vaqueros rotos, pies descalzos. Kate: de punta en blanco”. Dice que pensó que no era para tanto.
También tuvo problemas con su hermano por la elección de la Iglesia para su casamiento. El había pensado en la abadía de Westminster.
—No es un buen lugar. Nosotros nos casamos allí – respondió William.
—Vale, vale. ¿En San Pablo?
—Demasiado grandiosa. Además, papá y mamá se casaron allí.
—Hum..., sí. Bien visto.
“Me sugirió Tetbury. Solté un bufido –relata–: ‘¿Tetbury? ¿La capilla cerca de Highgrove? ¿En serio, Willy? ¿Cuántas personas caben en ese sitio?’”. La respuesta del heredero fue casi sarcástica: “¿No era lo que decías que querías? ¿Una boda discreta y pequeña?”.
Una vez establecido que la ceremonia sería en la capilla de San Jorge, las dos parejas hicieron su primera aparición pública juntas. Fue en febrero de 2018 durante el Foro de la Fundación Real. “El público estaba entregado, los cuatro estábamos pasándolo bien, la atmósfera en general era tremendamente positiva. Un periodista nos puso el apodo de los Fabulosos Cuatro. ‘¡Ya está!’, pensé, esperanzado”.
Te puede interesar: En “Spare”, el príncipe Harry comparó el acoso de la prensa a Meghan Markle con el que sufrió Lady Di
Pero a los pocos días se instaló la controversia. Meghan había apoyado con su outfit negro la campaña del #MeToo y el movimiento Time’s Up, mientras que Kate no había demostrado respaldo. Harry no dice, sin embargo, que el negro es un color vedado para la realeza británica, al punto de que el famoso “vestido de la venganza” de Lady Di lo era entre otras cosas precisamente por ser negro. Pero conjetura: “Tengo la impresión de que eso puso a Kate nerviosa, además de hacerla consciente, así como a todos los demás, de que, a partir de ese momento, iba a ser comparada y obligada a competir con Meg”.
Esa noche, un incidente aún más ridículo ocurrió tras bambalinas: “Meg le pidió a Kate el brillo labial. Algo muy estadounidense. Había olvidado el suyo, le preocupaba necesitarlo y se lo pidió a Kate –narra Harry–. Ella, sorprendida, rebuscó en su bolso y, a regañadientes, sacó un pequeño tubito. Meg se puso un poco en el dedo y se lo aplicó en los labios. Kate puso cara de asco. ¿Un pequeño choque de estilos, tal vez? Algo de lo que deberíamos haber podido reírnos poco tiempo después. Pero dejó una pequeña huella. Entonces la prensa intuyó que ocurría algo e intentó convertirlo en algo más tremendo”.
Pero no hacía falta que la prensa interviniera para que la distancia entre ellas se agigantara. Cuatro días antes del casamiento –y mientras Meg sufría el desplante de su padre, se encarga de recordar Harry–, Kate envió un mensaje a Meghan. Había un problema con los vestidos –de alta costura francesa– de las damas de honor y había que hacerles arreglos. “Meg no le contestó de inmediato. Le escribió a Kate a la mañana siguiente diciéndole que el sastre estaba en el palacio listo para hacer los arreglos. No fue suficiente”, dispara el próncipe, que reconstruye el diálogo.
—El vestido de Charlotte le va demasiado grande, largo y ancho. Se echó a llorar cuando se lo probó en casa —señaló Kate.
—Vale, y yo te dije que tenías al sastre disponible desde las ocho de la mañana. Aquí. En Kensington. ¿No puedes llevar a Charlotte para que le haga los arreglos como las otras madres?
—No, hay que hacer de nuevo todos los vestidos.
“No era el único problema que Kate tenía con la manera en que Meg estaba organizando la boda. Había algo relacionado con una fiesta para los pajes. Continuaron un rato igual. Poco después llegué a casa y me encontré a Meg en el suelo. Llorando”, escribe.
También dice que no pensó que fuera una catástrofe, estaban estresados, Kate no lo hacía con mala intención. De hecho, al día siguiente, Kate apareció con unas flores y una tarjeta de disculpa, cuenta Harry. Lo que sólo revela más adelante es que esa tarde, Meghan le dijo que el problema era que todavía estaba hormonal porque acababa de parir. Una feminista como Markle, acusando a otra mujer de estar nerviosa por sus hormonas.
En los días previos a la boda, el 19 de mayo de 2018, las cosas entre los hermanos escalaron. William canceló su participación en la tradicional comida previa, tal vez resentido porque, a diferencia de él, Harry no lo había elegido como padrino, algo que la Casa Real ya había dado por hecho y publicado.
Pero además también entre ellos el estilo se volvió un problema de magnitudes desproporcionadas. Harry lo llama el “barbagate”. Le había pedido permiso a su abuela para dejarse la barba para la ceremonia. Y, tal vez porque era el repuesto y no el heredero, obtuvo un permiso que a William se le había negado. “Estaba harto –dice el menor–. A pesar de nuestros desencuentros, siempre había creído que el vínculo que nos unía era fuerte. Creía que el amor fraternal siempre estaría por encima de un vestido de dama de honor o de una barba. Supongo que me equivocaba”.
De todos modos, luego del casamiento y “para relajar el ambiente”, los Cambridge invitaron a los Sussex a tomar el té. “Dedicamos los primeros diez minutos a la típica charla intrascendente –cuenta–. Hasta que Meg abordó la cuestión de la tensión que existía entre los cuatro y dijo que tal vez se remontaba a la época en que entró a formar parte de la familia, a un malentendido al que quizá no le habían prestado la suficiente importancia. Kate había creído que Meg quería sus contactos con el mundo de la moda, pero Meg ya contaba con los suyos propios. ¿No podría ser que hubieran comenzado con mal pie? ¿Y que luego, añadió Meg, todo se magnificara con el tema de la boda y aquellos malditos vestidos de dama de honor?”
Pero Harry, cuya susceptibilidad se pone de manifiesto con mucha menos gracia en el reciente documental de Netflix en el que también cuentan su versión de la historia, se sorprende en Spare de que hubiera otras heridas que ni él ni su mujer habían registrado: “A Willy y a Kate les había molestado que no les hubiéramos regalado nada por Pascua. ¿Era para tanto? Aun así, si estaban molestos, les pedíamos disculpas. Aprovechamos para decir que tampoco nos había entusiasmado que ellos cambiaran las tarjetas de sitio y decidieran dónde sentarse en nuestra boda. Habíamos seguido la tradición estadounidense y habíamos colocado a las parejas juntas, pero a Willy y a Kate no les gustaba esa tradición, por lo que su mesa fue la única donde los cónyuges se sentaron separados”.
Te puede interesar: “Nunca viajé en subte, nunca recibí una caja de Amazon”: resentimiento, tristeza y humor en la biografía del Príncipe Harry
Entonces, Kate dijo que se le debía una disculpa. Cuando Meghan preguntó el motivo, Middleton respondió que porque había sido ofendida. La actriz le pidió que le dijera cuándo. Kate le recordó una conversación telefónica donde discutieron sobre los ensayos de boda. “Te conte que se me había olvidado algo y me dijiste que era porque estaba hormonal”, dijo con amargura. “Ya me acuerdo: te dije que no pasaba nada, que eran cosas del embarazo. Porque acababas de tener un hijo. Por las hormonas”, respondió Markle. “¡Sí! Hablaste de mis hormonas. ¡No tenemos tanta confianza para que hables de mis hormonas!”, bramó Kate. “Siento haber hablado de tus hormonas. Es que es así como hablo con mis amigas”. Entonces fue William quien intervino: “Pues es de mala educación, Meghan. Aquí no se hacen esas cosas”
Pronto la gente empezó a tomar partido. El equipo Cambridge contra el equipo Sussex. Rivalidad, celos, agendas encontradas... “Willy culpaba de absolutamente todo aquello a una sola persona. A Meg. Me lo dijo varias veces, y le contrariaba que le hiciera notar que estaba pasándose de la raya. Se limitaba a repetir lo que decía la prensa, a propagar historias falsas que había leído o le habían contado”.
El relato de la “duquesa difícil” había empezado a calar en la prensa, sostiene Harry. Decían que para la boda había pedido una tiara de Diana y que la reina había rechazado la petición (según Harry, si bien barajó la idea de usar una tiara de Diana, estuvo encantada cuando la reina le ofreció las suyas en un claro signo de aceptación). Y que era Kate y no Meghan la que había terminado llorando por el asunto de los vestidos de las damas de honor.
Los hermanos volvieron a reunirse con sus mujeres en diciembre de 2018. “Kate fue directo al grano y reconoció que lo que contaba la prensa acerca de que Meg la había hecho llorar y era totalmente falso. ‘Sé que fui yo la que te hizo llorar’, dijo. Meg y quiso saber por qué la prensa había dicho aquello y qué estaba haciéndose para aclararlo”. Harry tenía claro lo que pasaba: “La Casa Real no podía desmentirlo, porque daría pie a la contrarréplica: ‘Si la historia no fue así, ¿qué sucedió en realidad? ¿Qué ocurrió entre las duquesas?’”.
En cuanto a cómo se había filtrado a los medios, la respuesta también estaba clara para Harry: “Kate y Willy habían ido a cenar con Camila y mi padre y, por desgracia, podrían haber dejado escapar que había habido un conflicto entre las parejas”. No volvieron a buscar soluciones.
En sus encuentros a solas, William le dijo a su hermano que Meg era una persona difícil: “Es maleducada, brusca y se ha enemistado con la mitad del personal”. Según Harry, repetía la basura promovida por su propio equipo de comunicación. Le dijo que esperaba más de él, pero William se enojó. “¿Creía que iba a darle la razón en lo de que mi mujer era un monstruo?”, se pregunta Harry. Y asegura que lo desafió: “Si, en el peor de los casos, su cuñada tenía problemas para adaptarse a sus nuevas responsabilidades, a su nueva familia, a otro país, a otra cultura, ¿no creía que era mejor ayudarla?”
Pero su hermano no estaba en su casa para debatir, sino para imponerse: “Quería que yo reconociera que era Meg quien se equivocaba y que le asegurara que haría algo al respecto”. La discusión subió de tono. “Mi hermano parecía agraviado. Parecía ofenderle que no me sometiera dócilmente, que me atreviera a llevarle la contraria, o a desobedecerlo”.
William se ofuscó, acusó a su hermano de no asumir sus obligaciones. Hubo gritos, Harry se levantó y fue a la cocina. Sirvió un vaso de agua para cada uno. Le dijo que no podía hablar si se ponía así. “Dejó el vaso, volvió a insultarme y se abalanzó sobre mí. Todo ocurrió muy deprisa. Muy, muy deprisa. Me arrancó la cadena al agarrarme por el cuello de la camisa y me tiró al suelo. Caí sobre el bol de los perros; se partió bajo mi espalda y se me clavaron los trozos. Me quedé en el suelo unos segundos, aturdido, luego me levanté y le dije que se fuera”, cuenta. Y dice que entonces William lo alentó a devolvérsela: “Te sentirás mejor si me pegas”. El se negó y lo echó de su casa.
Poco después se anunció que las dos casas reales, Cambridge y Sussex, dejarían de compartir oficina. “Dejaríamos de trabajar juntos en todos los ámbitos. Los Cuatro Fabulosos..., finito”, escribe.
Cuando volvieron a verse en Frogmore tras el funeral de su abuelo, William le disparó: “¡Nunca has acudido a nosotros! ¡Nunca has acudido a mí!”. Era la actitud que, según Harry, había adoptado desde que eran niños. “Yo tengo que acudir él y arrodillarme expresa, directa y oficialmente. Si no, el Heredero no me auxilia”, se queja.
Sin embargo, también suena lo suficientemente honesto como para contar que aquel día, el Heredero lo obligó a mirarlo: “¡Harold, escucha! ¡Escúchame! ¡Te quiero, Harold! Quiero que seas feliz”. “Yo también te quiero..., pero ¡mira que eres terco!”, retrucó él. “¿Y tú no?”. “¡Harold, que me escuches! Yo solo quiero que seas feliz, te lo juro por la memoria de mamá”. Los hermanos callaron. Su padre también.
“Había usado el código secreto, la clave universal. Desde pequeños, solo podíamos usar esas palabras en momentos de crisis extrema. ‘Te lo juro por la memoria de mamá’ –relata–. Durante casi veinticinco años habíamos reservado ese juramento demoledor para esas veces en las que uno de los dos necesitaba que el otro lo escuchara, que lo creyera sin más. Esas veces en las que lo demás no funcionaba”. Pero ni esas palabras sagradas los iban a redimir, habían perdido efecto.
Seguir leyendo: