Amenazada por el crimen organizado y sin renegar de su destino de reina, la princesa Amalia cumple 19 años

La primogénita de Guillermo y Máxima se va abriendo camino como heredera al trono de los Países Bajos. La princesa, que hizo terapia para aceptar que un día llevará la corona de su padre, logró un delicado equilibrio entre sus deberes institucionales y la existencia de una joven que quiere vivir la vida

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Amalia pudo llevar una vida
Amalia pudo llevar una vida fuera de la atención mediática.

En muchas familias cuando nace la primera nena, abuelos y tíos suelen anunciar su llegada con la expresión “llegó la reina de la casa”. Pero el 7 de diciembre de 2003 cuando nació Catalina–Amalia Beatriz Carmen Victoria de Orange la frase quedó un tanto redundante. Es que la pequeña era la primogénita de Guillermo y Máxima en ese momento, príncipes de los Países Bajos y nieta de la reina Beatriz, que ocupaba el trono. Amalia, como la llamarían todos, nació con su destino marcado. Por ser la primogénita llevará la corona que hoy lleva su padre y antes llevó su abuela. Un destino que descubrió a los nueve años, aceptó a los catorce y para el que se prepara desde siempre.

El 7 de diciembre de 2003, 101 salvas de cañón le anunciaron a los holandeses que el príncipe Guillermo y su carismática esposa, la princesa Máxima habían sido padres. La princesa llegó al mundo en un parto natural y según las crónicas de ese momento pesó al nacer 3,310 kilos y midió 52 centímetros. Los primeros en conocerla fueron la reina Beatriz, que llegó acompañada por el príncipe Johan Friso y su novia, Mabel Wisse Smit. Unas horas después el príncipe Guillermo presentaba a su hija en las puertas del hospital. “Es la hija más linda del mundo, tiene mucho pelo y los espectadores mismos deben evaluar a quién se parece” fueron sus informales palabras, acordes a las del papá feliz que se sentía más que a las que indicaría un gélido protocolo.

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Amalia fue bautizada por el rito protestante, en la Iglesia de San Jacobo, el mismo templo donde fue bautizado su padre. (Photo by Steve Finn/Getty Images)

Seis meses después de su nacimiento, Amalia volvió a aparecer en público, esta vez fue para su bautismo. Aunque era un hecho privado, la ceremonia mostró ese destino que ya tenía marcado. Mil doscientos invitados, entre familiares, amigos, representantes de las Casas Reales extranjeras, delegaciones del Gobierno, Senado y representantes de los Estados Generales, funcionarios provinciales, el alcalde de La Haya y hasta una delegación del hospital Bronovo, donde nació Amalia, asistieron a la ceremonia. Pero lo más conmovedor sucedía en las calles donde miles de personas se acercaron para ver pasar y vitorear a Guillermo, Máxima y Amalia.

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Para la ceremonia, Amalia vistió mismo el traje de puntillas que su padre utilizó en 1967 cuando recibió ese sacramento en la misma iglesia de La Haya. Las madrinas fueron Victoria de Suecia, ahijada de la Reina Beatriz, y la amiga de Máxima, la argentina Samantha Van Welderen. Como padrinos estuvieron Martín Zorreguieta, el hermano de Máxima, el príncipe Constantino, tercer hijo de la reina Beatriz, el presidente del Consejo de Estado, Herman Tjeenk, y Marc ten Haar, un amigo de infancia del príncipe Guillermo.

Si los padrinos elegidos mostraban su destino de reina, un detalle en el templo refrendaba cómo sus padres querían que creciera su primogénita. La iglesia estaba decorada con flores de tonos rosados pero además se podía ver un collage de más de mil dibujos pintados por chicos de La Haya. La pompa y la cercanía, el protocolo y la naturalidad, lo aristocrático y lo popular.

Nacida el 7 de diciembre
Nacida el 7 de diciembre de 2003 en el hospital Bronovo de La Haya, fue bautizada así el 12 de junio de 2004 en la iglesia de San Jacobo de la capital holandesa.

Para que Amalia creciera, sus padres eligieron vivir en Villa Eikenhorst, en Wassenaar, una casa de campo. La familia se completó con la llegada de Alexia en 2005 y Arianne en 2007.

La infancia de Amalia transcurrió en un maravilloso equilibrio entre chica común y destino poco común. Toda la primaria fue a una escuela pública en donde fue tratada como una más aunque por su alta capacidad la adelantaron un año. La secundaria la terminó con honores –cum laude– en el prestigioso instituto cristiano Sorghvliet, donde se especializó en Economía y Sociedad. En ese colegio, al que también fue en bicicleta durante seis años desde el palacio de Huis Ten Bosch, a donde se mudaron tras la entronización de sus padres, en 2013, también la protegieron del mundo exterior: sus compañeros fueron instruidos para no subir a redes fotos de la princesa.

Guillermo Alejandro y Máxima de
Guillermo Alejandro y Máxima de Holanda, se preocuparon para que su primogénita tuviera una infancia normal mientras la educaban como la sucesora del trono de los Países Bajos.

Pero también todos los años, con sus padres y hermanas posaba para los retratos oficiales. Las chicas se convirtieron en expertas en participar en esas sesiones y admiraban a todos por su buena predisposición, sin caprichos de “princesas”, pedidos insólitos o gestos soberbios.

Fue a los nueve años cuando Amalia descubrió el destino que le esperaba. Hasta ese momento la “profesión” de sus padres era casi un juego para ella. “Solía ponerme las tiaras de mi madre, y también sus joyas. Cuando era muy pequeña, era habitual que ella se estuviera preparando para una cena importante y gritara: ‘Amalia, ¿dónde está mi anillo?’ –recuerda–. Amo las tiaras. Muéstrame una y sabré de dónde viene. Puedo reconocer todas las de Europa”.

La princesa Amalia con una
La princesa Amalia con una de las tiaras de su madre, la reina Máxima (Foto: Casa Real de Países Bajos)

Pero ese tiempo de juegos cambió el 30 de abril de 2013 cuando sus padres se convirtieron en reyes de los Países Bajos. El mundo entero posó la mirada en los nuevos monarcas, pero también en sus tres hijas, vestidas de forma idéntica y que se comportaban como verdaderas royals. Pero lo que el mundo veía era diferente a lo que Amalia sentía. Vivió la ceremonia “como un golpe en la cara”, contaría. “Todo el mundo me miraba, pero también fue un empujón en la dirección contraria. Quería ayudar a mis padres y, en lugar de un peso, empecé a verlo como un honor”.

Pese a que sus padres intentaron darle una infancia alejada del foco mediático y las obligaciones protocolares, no era sencillo. Sus amigos, sus profesores sabían que Amalia era una más pero no era una más. Las peleas con sus hermanas eran frecuentes a lo que se sumó la muerte de su tío Friso, luego de una larga agonía. Ante estas situaciones los reyes no dudaron en enviarla a un psicólogo infantil. La terapia es algo a lo que todavía recurre cuando se ve sobrepasada. “No creo que deba ser un tabú. Y no es ningún problema decirlo en público”, admitió en su biografía escrita por Claudia de Breij. “Todo el mundo habla de alimentación saludable y deporte. Pero, ¿qué importancia tiene mantener la salud mental? No puedes tener una cosa sin la otra –opina–. A veces todo se vuelve demasiado para mí: la escuela, los amigos, y por eso hablo con alguien. Si tengo la necesidad, pido una cita. Me desahogo y estoy lista para otro mes”.

La princesa Amalia con sus
La princesa Amalia con sus padres en la boda de la princesa Victoria de Suecia que además es su madrina de bautismo

Quizá por la terapia, por el amor de sus padres, por el cariño de su pueblo o por una madurez precoz, a los 14 años Amalia le explicó a su padre que se había reconciliado con su futuro de reina. Cuentan que el rey soltó una carcajada y le dijo que lo había aceptado mucho antes que él. ¿Y si la monarquía se aboliera, después de haberse preparado tanto? Amalia le dijo a De Breij que eso tampoco sería un drama, al contrario: “Pueden hacer eso, por supuesto, y luego yo también seguiré viviendo”, aseguró.

Desde entonces Amalia se siente “al servicio” de los holandeses, y ya imagina cómo será su reinado: “Si puedo prevenir una mala situación a través de la diplomacia, si puedo hacer del mundo un lugar un poco mejor, entonces seré feliz. Le doy mi vida a los Países Bajos”. Y aclaró con una determinación sorprendente que “No haré nada sin el visto bueno del gobierno o el beneplácito de los ciudadanos. Por ejemplo, no podría firmar una ley contra la libertad de expresión”. Y explicó: “Va en contra de mi conciencia y en el juramento como reyes dice ‘Que Dios me ayude’. No es una frase vacía”.

Amalia es uno de los
Amalia es uno de los miembros más queridos de la familia real. Su popularidad está por debajo de sus padres pero por encima de su abuela, Beatriz

Solo un gran amor la haría dudar de su destino. Conocedora de la historia de amor de su abuela Beatriz y la de sus propios padres, Amalia asegura que “si el hombre que me apoya, a quien amo, con quien quiero pasar mi vida, no recibe la aprobación del Parlamento, entonces tendremos que ver qué hago. No puedo elegir a expensas de mí misma”.

Con su destino aceptado, Amalia también disfrutó de algunas experiencias que pueden parecer “comunes” para la mayoría de los mortales, pero que en el mundo royal resultan poco comunes. Así trabajó de incógnito de camarera en un bar de la localidad de Scheveningen y cuando terminó el bachillerato se tomó un año sabático. Renunció a su asignación de 300.000 euros anuales que les correspondía al cumplir la mayoría de edad y se dedicó a “viajar un poco por el mundo, hacer cosas que quizás no pueda hacer en veinte años. Por ejemplo, las prácticas que se llevan a cabo en empresas muy interesantes”. También tuvo tiempo de trabajar de voluntaria unos meses. Entre sus actividades comunes siempre le gustó hacer tragos para sus amigos, adora montar, y de ese cóctel nació el nombre de su caballo, Mojito. Toca el violín y canta muy bien. Habla inglés, español y holandés. También le gusta jugar al hockey, al tenis, hacer judo, y esquiar fuera de pista: lo hace con naturalidad en Lech, Austria, o en Villa La Angostura, en la Patagonia argentina, desde que era una niña.

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En mayo de este año se anunció que Amalia realizaría un estudio de grado interdisciplinario de tres años que incluye Políticas, Psicología, Derecho y Económicas en la Universidad de Ámsterdam. El programa de estudios cuesta 4.418 euros al año (4.730 dólares) y que requirió que la princesa supere un proceso previo de selección. En ese momentos se informó que la heredera del trono holandés se instalaría en un “alojamiento alquilado donde residirá con otros estudiantes”, ya que la Universidad de Amsterdam está a más de 60 km de la residencia oficial de la familia real en La Haya. “Espero conocer mucha gente, aprender cosas nuevas… Pero el estudio es lo primero. No es solo diversión y fiesta”, declaraba una ilusionada Amalia al imaginar cómo sería su etapa universitaria.

Como heredera al trono, desde
Como heredera al trono, desde los 18 años, Amalia puede empezar a involucrarse en la vida oficial, en funciones ceremoniales y simbólicas, sin interferir en el contenido o la política. (Photo by Patrick van Katwijk/Getty Images)

Lo que parecía un panorama ideal para cualquier joven universitaria pronto se transformó en una pesadilla para una heredera al trono. Amenazada por el crimen organizado tuvo que dejar la residencia y pasar a vivir prácticamente enclaustrada en el palacio de sus padres, de donde sale para ir a la universidad escoltada por guardaespaldas. “Estas consecuencias son muy difíciles para ella. No puede tener la vida de estudiante que tienen los demás estudiantes. Estoy muy orgullosa de ella y de cómo está gestionando todo esto”, dijo la reina Máxima.

En su biografía Amalia aseguró que “No hay escuelas para ser reyes, llegado el momento trataré de ser yo misma con un sello personal”. Con 19 años, no hay duda que ya comenzó a mostrarlo.

Los grandes medios la convirtieran
Los grandes medios la convirtieran en objeto de bullying y body-shaming al que Amalia nunca respondió. EFE/EPA/PATRICK VAN KATWIJK

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