Como una vieja herida que nunca sanó, el escándalo por la historia de amor prohibida entre Juan Carlos I de España y Corinna Larsen sigue abierto ocho años después de la abdicación del que hasta entonces era conocido –y protegido– como “el rey que salvó a la democracia española”. En un nuevo capítulo del podcast en el que la ex amante del monarca emérito revela intimidades de la relación de una década que Juan Carlos I jamás admitió en público, Larsen –también conocida por el apellido zu Sayn-Wittgenstein, de su último marido, un aristócrata alemán del que se divorció en 2005– cuenta en detalle el momento exacto en que se destapó la olla de “poder, sexo y dinero” que terminaría con el reinado del padre de Felipe VI: el safari de elefantes en Botswana del que participaron ella, su hijo Alexander, y su primer marido, Philip Atkins, en 2012.
El cuarto episodio del podcast presentado por Project Branzen (la productora de los periodistas Bradley Hope y Tom Wright) y PRX (otro tanque en la producción de series de audio para web) se titula “Matar a Dumbo” y describe descarnadamente como la caída en África en la que el rey de entonces 74 años se quebró la cadera fue también la caída institucional y personal del hombre que por casi cuatro décadas había sido considerado un héroe intocable para la opinión pública. También cómo la empresaria germano-danesa vio convertirse en pesadilla pública y privada el cuento de hadas que había comenzado en un coto de caza en 2004 y por el que el monarca mantuvo durante años una familia paralela con ella en “la casita” de El Pardo, su refugio privado a menos de veinte minutos de la residencia oficial de la reina Sofía.
Para abril de 2012, el romance entre Corinna y el rey hacía agua después de que él le confesara lo único que esa rubia de modales impecables y gatillo infalible le había advertido que no perdonaría: le había sido infiel los últimos tres años con Sol Bacharach, una abogada valenciana de impactante parecido con ella, como si todas fueran parte de “una especie de estructura de harén” de mujeres distinguidas y platinadas. “Nunca volví a confiar en él, me mantuve en guardia incluso siendo sólo amigos”, dice Corinna, que se enteró de que no era la única amante del rey en medio de un reproche por haberlo dejado solo tanto tiempo, al regresar a España tras cuidar a su padre durante una agonía de meses.
En febrero de 2012, Alexander, el hijo menor de Corinna a quien Juan Carlos había querido en secreto como propio –y que no se había despegado de su lado en 2011, cuando el rey fue operado de un nódulo en el pulmón–, cumplía diez años y ella invitó a la fiesta en su casa de Suiza a toda la familia. “Toda la familia –dice la narradora, Laura Gómez–: Philip (Atkins), su primer esposo; Casimir (zu Sayn-Wittgenstein-Sayn), su segundo esposo y el padre biológico de Alexander; y Juan Carlos, su ex novio y el padre espiritual de Alexander”. Según el podcast, la empresaria todavía tenía el corazón roto por la traición del hoy monarca emérito.
Con el padre biológico demorado, Juan Carlos se dedicó a bromear con Atkins. Contra todo pronóstico, el ex de Corinna no sólo se había hecho amigo del aún rey, sino que se había convertido en su confidente y paño de lágrimas después de su ruptura con su primera mujer. Entre risas, el hombre más poderoso de España dijo entonces que quería hacer un anuncio: el regalo que iba a hacerle al niño para el que durante años asó (a escondidas) hamburguesas en una barbacoa como cualquier hijo de vecino era un safari de caza en África, su primer safari. Era, por cierto, un ámbito propio de los primeros escarceos amorosos que había tenido con Corinna, una cazadora experta que incluso llegó a trabajar como asesora para la exclusiva armería Boss & Co.
El chico saltaba de alegría, pero la madre sintió otra puntada traicionera: “Nadie me lo había consultado antes. No estaba muy segura de la logística y tampoco quería hacer un viaje con el rey que pudiera malinterpretarse o que él mismo pudiera malinterpretar”. Durante semanas, Alexander le insistió a Corinna para que fueran. Y a la presión se sumó Atkins, que dijo que él también iría con ellos: “Va a estar bien, ¡no seas aguafiestas!”, le repetía de acuerdo con la versión de Larsen.
Un par de meses más tarde aterrizan en Botswana con el avión privado de Corinna. Un helicóptero los traslada hasta un campamento con docenas de tiendas de lujo. La suite real está compuesta por varias de esas carpas unidas una al lado de otra, el glamping –glamour + camping– llevado al límite de la ostentación: hay recepción, baño privado y un cuarto con una cama verdadera montada especialmente para el rey, además de los cuartos de su mayordomo y el resto del séquito. “Hasta llegar pensaba que iríamos a una reunión familiar –relata Corinna–. Pero una vez ahí me di cuenta de que no hay tal cosa como un safari para niños”. El viaje había sido en realidad organizado y pagado por el empresario sirio Mohamed Eyad Kayali, quien fue hasta su muerte, en 2019, asesor de confianza de la dinastía real saudí.
La rutina diaria transcurre con el grupo dividido: Alexander es acompañado cada mañana por Corinna o Philip a un safari apto para niños, y el resto parte en helicóptero a cazar elefantes, una especie en peligro de extinción cuya caza en ese lugar de África era, sin embargo, legal. Es que los grandes cazadores, como Juan Carlos, pagan fortunas por disparar a un elefante y llevarse como trofeo sus colmillos de marfil.
Una noche, Corinna se retira temprano a dormir con su hijo después de un día largo de excursión. Pero mientras intentan dormir, oyen el ruido de una fiesta que no es precisamente para el niño. Era el comienzo de una noche de copas: Juan Carlos se había hecho llevar “cajas y cajas de Vega Sicilia”, su vino favorito, de una de las bodegas más tradicionales de España. Se duermen con el rumor de la risa borracha del rey.
Por la mañana, el jefe de Seguridad le anuncia a Corinna que Su Majestad no saldrá de su tienda, por lo que ella y Alexander lo visitan en su cuarto. Lo encuentran desayunando en su cama, literalmente a cuerpo de rey, es obvio que necesita reponerse de la resaca. Les anuncia que no se siente bien y se va a quedar en el campamento y aunque ellos le ofrecen quedarse, él los anima a seguir adelante con sus planes.
Están por partir con Atkins en helicóptero, cuando el jefe de seguridad les hace señas para que se detengan: todo indica que el rey tiene una hemorragia interna. La noche anterior se cayó cuando tambaleaba borracho para ir al baño, y aunque los valets que lo asistieron creyeron que no era nada, ahora el golpe parece revestir gravedad. “Hay que evacuar al rey de inmediato”, le dice el jefe de Seguridad a Corinna, y le pide que, para mantener la máxima discreción, el traslado de regreso se haga en su jet privado.
Corinna sospecha que hay algo raro: “¿Será por que no le han avisado al gobierno español, o es que no le han dicho nada a la reina?”. Pero no hay tiempo para preguntas, es una emergencia médica y es el rey. Ni siquiera tiene tiempo de hacer las valijas. Suben a Juan Carlos al avión en una silla de plástico y comienzan a prepararlo para la cirugía. En cuanto aterrizan en España, el rey entra al quirófano.
A la mañana siguiente, Corinna es despertada por el llamado de su madre: “¡Dios mío! ¿Qué hiciste?”. El viaje del rey para cazar elefantes con su ex amante ya está en las noticias. La Casa Real esperó para hacer el comunicado oficial, porque está en medio de otra crisis. Unos días antes, el nieto de 13 años del rey, Felipe Juan Froilán, hijo de la infanta Elena, se disparó en un pie mientras hacía ejercicios de tiro en una finca familiar al norte de Madrid. Es un perturbador recuerdo del pasado, precisamente de la Semana Santa de 1956 en Estoril, cuando el hermano menor de Juan Carlos, de 14 años, perdió la vida en un confuso accidente mientras manipulaba un arma en su presencia.
Esa es la versión oficial que se conoció entonces, pero en el segundo episodio del podcast –publicado el 7 de noviembre último–, Corinna –una mujer a la que la biógrafa de la reina, Pilar Eyre, consideró en su momento “de enorme influencia sobre Juan Carlos”, y que llegó a representarlo en sus compromisos internacionales– asegura que el monarca emérito le confesó en la intimidad que fue él quien mató a su hermanito por accidente aquella noche trágica de 1956.
Froilán permanece internado y toda la familia real está a su lado, salvo Juan Carlos. La prensa insiste, quieren saber cuándo el jóven será visitado por su abuelo. El director de Comunicación del rey, Javier Ayuso, se entera entonces de que S.M. se fracturó en Botswana y será operado en España. Hace sólo dos meses que ocupa el cargo y decide ser tan transparente como puede. Manda un mensaje de Whatsapp a los periodistas acreditados: “El rey ha sufrido un accidente y ha tenido que someterse a una intervención quirúrgica de urgencia”. Convoca a una rueda de prensa de la que participan el director del hospital y el médico que lo operó.
“Los periodistas quedaron insatisfechos”, dice Ayuso en el podcast, y cuenta que, fuera de cámara, tuvo que explicarles que el monarca se había caído durante un safari de caza. Omite decir que estaba cazando elefantes. Cree que va a ganar tiempo para levantar la imagen del monarca –y de toda la casa real– que cayó en picada en esos días en que el pueblo entero lo ve como un abuelo desamorado, incapaz de ser empático con un nieto herido que pasa por una situación tan cercana a la que él mismo vivió en su juventud.
Pero la crisis sólo va a empeorar. Pronto se filtra una foto de una cacería anterior, en 2006, en la que se ve al rey posar con el sol de frente y un rifle en la mano delante de un elefante muerto. El animal tiene la trompa doblada y apretada contra un árbol. El rey se ve orgulloso. La imagen es demoledora. El salvador de la democracia española ha matado “a Dumbo”, como dice Ayuso en el podcast.
Lo primero que sale a la luz es que el rey tenía una relación extramatrimonial con Larsen y usaban vuelos privados para cazar en todas partes, mientras la economía del país se hundía. El periodista José Antonio Zarzalejos publica una investigación sobre el viaje del rey a Botswana en el diario El Confidencial que sacude a toda España. El título no deja lugar a dudas: “Historia de cómo la corona ha entrado en barrena”. En la nota, menciona la “estrecha e íntima amistad” con Corinna. Dice, concretamente, que esa amistad íntima “ha dejado de ser un rumor para constituirse en una certeza”. El resto de los medios lo sigue. Para esa misma noche, todos hablan de Larsen.
El rey finalmente se dirige al pueblo español al salir del hospital: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”, dice tras sonreírle a los reporteros presentes. Pero su imagen ya cae al mismo ritmo que la economía, se hacen memes en las redes y canciones en burla con sus palabras de disculpas sonando como en un rap. Para la mayoría de los españoles no fueron suficientes.
En Mónaco, donde Corinna trabaja como asesora de la princesa Charlene, se encuentra con que su reputación está incluso más degradada que la de su ex amante. La llaman “asesina de elefantes” y ella está convencida de que la envidia y la sed de venganza de Sofía tuvieron que ver. No hay pruebas de tal cosa, se aclara en el podcast. Vanity Fair la persigue para ponerla en su portada: ¿Quién es la misteriosa aristócrata que desde hace años es la amante secreta del rey? No tardan en descubrir también que Corinna se presentaba a sus clientes como la asesora financiera de Juan Carlos.
Justo entonces la situación se pone realmente turbia. Una agencia de seguridad la llama en nombre del rey para ofrecerle seguridad extra. Pero ese equipo entra sin su consentimiento en su casa y en su oficina y revisa sus documentos y sus objetos personales. “Estaban en control de toda mi vida”, cuenta Corinna, y revela que “en un estado de ansiedad absoluta” llamó al hombre que en los comienzos de su relación se hacía llamar ante sus empleados Señor Sumer –un apócope de Su Majestad– para evitar sospechas, y le exigió que terminara con el acoso. También que pidió que le quitara a la prensa de encima. Juan Carlos se concentra en el segundo de los pedidos y se queja ante su servicio para que frenen al periodismo. Pero algo ha cambiado sin que pudiera darse cuenta a tiempo: el rey ha dejado de ser intocable y su ex amante está todavía más expuesta.
Sola ante un asedio inmanejable, Larsen se sumerge en su trabajo y se instala en su hotel favorito de Londres, The Connaught, para evadir a los paparazzi. Atkins, su primer marido y padre de su hija mayor, Nastassia (30), la visita en el bar. Le cuenta que en esos días alguien irrumpió en su auto misteriosamente, aunque no se lo toma muy en serio. “Está encantado con la nueva fama, o mala fama de su ex esposa”, dice Gómez en el podcast para el que el empresario habría sido consultado y, según los productores, no sólo se negó a participar sino que negó a su vez todas las aseveraciones de Larsen. En cambio, la señaló como una persona “peligrosa e inestable” y apenas corroboró un dato: el año en que se casaron, 1990. Atkins, que aún se refiere a Juan Carlos como “Su Majestad”, lo defiende, y asegura que conserva con él una gran amistad.
Así de sola se encontraba Corinna tras la crisis de Botswana, sin ningún apoyo familiar ni de amigos y señalada por la alta sociedad londinense y todo el pueblo español. Así de sola, pero no tanto: una noche, mientras duerme en el Connaught, siente que la observan en la oscuridad. “Me despierto de madrugada y veo a alguien de pie, junto a mi cama, en mi propia habitación de hotel”, dice sobre el final del episodio, que continuará la semana próxima. El cuento de hadas se había convertido oficialmente en la peor de sus pesadillas.
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