Carlos III cumple 74 años, por primera vez lo celebrará como rey y no como el eterno príncipe heredero. El festejo no estará rodeado de pompa y circunstancia. Solo una serie de actos militares. Los que a las 11 horas anden por el Palacio de Buckingham podrán ver como la banda de la Caballería Doméstica, en la ceremonia del Cambio de Guardia interpreta el Feliz Cumpleaños en honor al monarca. A partir del mediodía, la Royal Horse Artillery de la Tropa de los Reyes disparará un saludo real de 41 cañones y, luego la Compañía de Artillería, seguirá con 62 cañonazos desde la Tower Wharf. Después, Carlos III volverá a ser Carlos para festejar con sus íntimos, Camila, la mujer amada, con William, Kate y sus tres nietos, pero lejos de Harry, su hijo menor.
Su cumpleaños coincide con el Día del Recuerdo en Londres cuando se rinde homenaje a los que lucharon en las guerras y los que murieron en conflicto. Es una de las fechas más especiales para la familia real y donde asisten la mayoría de sus miembros. Según trascendió, Carlos III colocará una corona en el Cenotafio, como suele ser habitual, pero tendrá un diseño diferente al que utilizaba su madre, la reina Isabel. Además, por primera vez, se pondrá una corona en nombre de la reina consorte.
Con apenas dos meses en el trono, este cumpleaños será muy distinto a la mayoría de los que recuerda. El año pasado le tocó celebrarlo por primera vez sin su padre, el Duque de Edimburgo había muerto en abril casi con 100 años. La salud de la reina no pasaba su mejor momento, pero su relevo era impensado. Unas imágenes de la monarca al volante de su coche en los terrenos de Windsor confirmaba que la posibilidad de cederle el trono a su hijo y retirarse no entraba en sus planes.
Un cumpleaños más alegre fue cuando llegó a las siete décadas. En ese momento parecía que las épocas turbulentas habían quedado para siempre atrás. Desde Clarence House, su cuenta oficial en Instagram se difundió una imagen idílica donde se veía a Carlos junto a su esposa Camila. La duquesa abrazaba divertida a la princesa Charlotte, mientras el entonces príncipe Carlos sostenía sobre una de sus piernas a su nieto George. Atrás de ellos posaban sonrientes y distendidos Guillermo con Catherine que tenía a Louis en sus brazos y junto a ellos Harry y Meghan. Nada hacía prever que unos meses después, en enero de 2020 el hijo menor de Carlos y su esposa darían un portazo a la realeza y renunciarían a representarla oficialmente.
El festejo por sus 71 años sorprendió a todos. Eligió pasarlo solo y en la India. No era la primera vez que visitaba ese país que alguna vez fue colonia británica. Ya había pisado suelo indio en diez ocasiones. Esa vez lo hizo para para conmemorar el 550 aniversario del nacimiento del Guru Nanak Dev, fundador de la religión Sikh. En su agenda tuvo un momento para festejar su nacimiento.
Durante la recepción en el British Asian Trust, la organización benéfica que el propio Carlos fundó, un grupo de escolares de Bombay le preparó una torta de chocolate y una tarjeta de felicitación. Pero sin duda lo que más lo sorprendió fue su encuentro con la cantante Katy Perry que subió una foto de los dos a sus redes con un mensaje: “Felices 71 a Su Alteza Real el Príncipe Carlos. Fue un placer pasar un poco de tiempo con usted”.
Los 65 años también los había celebrado en la India, pero en esa ocasión viajó acompañado por Camilla. En esa ocasión había pedido un regalo especial: ver elefantes salvajes en el bosque de Vazhachal. Su deseo no se cumplió porque aunque llegaron hasta el lugar, la lluvia torrencial más el personal de seguridad ahuyentaron a los animales y ninguno apareció por la zona. Fue en esa ocasión que se conoció una infidencia de la vida cotidiana a veces tan hermética de los miembros de la corona británica. La duquesa de Cornualles le contó a los periodistas británicos que acompañaban la gira de la pareja lo difícil que resulta hacerle un regalo a su marido. Según Camilla, Carlos es la persona “más difícil del mundo” para hacerle un regalo. Ese año le regaló un adorno de porcelana.
El festejo de sus 33 lo encontró casado con una mujer a la que no amaba pero era la conveniente: lady Di. Los 44 años los pasó separado de hecho y a los 45 todavía resonaba el escándalo del llamado “Tampongate” cuando se difundió una conversación íntima y hot con su entonces amante y gran amor Camilla. Su cumpleaños 48 lo celebró con el divorcio logrado tres meses antes y cuando llegó a los 57, hacía solo siete meses que por fin se había casado con Camilla, esa mujer que hasta en los peores momentos lo hacía reír.
De sus cumpleaños cuando era niño quizá prefiera no recordar. Solía permanecer largo tiempo en el palacio acompañado por niñeras y personal de servicio, pero no por sus padres embarcados en largas giras protocolares. Entre los cinco y ocho años pasó mucho más tiempo con su institutriz, Catherine Peebles, que con sus padres. Después fue pupilo en dos escuelas famosas por su severidad y no por celebrar cumpleaños.
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Para Carlos III será quizá extraño atravesar su primer cumpleaños sin ser el eterno heredero al trono. Se convirtió en heredero con solo tres años y con el fallecimiento de su abuelo el rey Jorge VI, el 6 de febrero de 1952. Sin embargo, no recibió el título de Príncipe de Gales hasta los nueve años porque su madre quería que lo ostentara solo cuando fuera consciente de la responsabilidad que conllevaba.
Desde entonces Carlos intentó no encontrar su lugar en el mundo, pero sí en la realeza. En 1976 pidió ser gobernador general de Australia. Se lo negaron. Entonces se preguntó “¿Qué se supone que debes pensar cuando estás preparado para hacer algo que ayude y simplemente te dicen que no te quieren?”. Durante décadas esa pregunta pareció no tener respuesta.
Opacado por la presencia inquebrantable de su madre y luego por el carisma inigualable de Lady Di, Carlos no lograba entrar al corazón de los británicos. Su historia con Camilla tampoco lo ayudó. Lejos de compadecer a ese príncipe obligado a casarse por obligación, solo se veía en él a un hombre infiel, incapaz de amar a esa princesa que todos amaban: Diana.
Carlos soportó estoico que su pueblo idolatrara a su hermano Andrés cuando volvió convertido en héroe luego de la Guerra de Malvinas. Podría haber tomado revancha, pero guardó silencio cuando el otrora favorito acumuló descrédito y repulsión mundial por las acusaciones de que violó a una adolescente en 2001.
El heredero eterno sobrellevó que su padre lo despreciara porque no era bueno para los deportes, prefería la poesía a la cacería y el teatro a la caballería. Aguantó que su padre prefiriera a su hermana Ana y su madre, solo llevara en su billetera la foto de su hermano Andrés. Fue el primer heredero que no fue educado en casa, el primero en obtener un título universitario y el primero en crecer bajo la mirada cada vez más intensa de los medios de comunicación a medida que la deferencia hacia la realeza se desvanecía.
El tiempo poco a poco mostró que ese príncipe que parecía anodino en algunos temas era un adelantado. Fue pionero en mostrar su preocupación por el medioambiente y luchar contra el cambio climático. A los 21 años, fue ridiculizado en la esfera política internacional por advertir que las actitudes de los seres humanos generarían una crisis mundial, impulsado por el creciente uso del plástico, los automóviles y las pérdidas de petróleo en las masas de agua. Pese a las burlas no se rindió y siguió firme en sus convicciones que lo convirtieron en una de las personalidades más importantes a favor de la lucha contra el cambio climático. “En los años 60, cuando era un adolescente, me importaba mucho todo lo que estaba sucediendo. Hemos estado muy ocupados probando nuestro mundo hasta la destrucción y lo hemos dejado todo para el último minuto”, expresó.
A diferencia de su madre que siempre se destacó por su neutralidad, a su primogénito muchas veces se lo acusó de intervenir en la vida política con sus ‘informes araña negra’, cartas que él mismo escribe a mano a los ministros y que para muchos supone cuestionar la imparcialidad de la monarquía constitucional. En la entrevista, con la BBC que otorgó para su cumpleaños 70 afrontó el tema y aseguró que como heredero más longevo de la historia del país era su deber encontrar una “vida pública productiva” y que ya de joven, los diferentes líderes políticos le animaron a “tomar partido”. Cuando el entrevistador afirma que la gente cree que no podrá resistirse a involucrarse si un día llega a reinar, Carlos lanzó un categórico y poco british: “No soy tan estúpido”.
El 10 de mayo, luego de prepararse toda su vida y casi en el ocaso, Carlos III asumió el trono. Las expectativas eran múltiples ¿podría ser tan querido y respetado como su madre? En su discurso pareció que sí. “He sido educado para albergar un sentido del deber hacia los demás y para tener el mayor respeto por las preciosas tradiciones, libertades y responsabilidades de nuestra historia única y nuestro sistema de gobierno parlamentario”, dijo y agregó “Mi vida cambiará a medida que asuma mis nuevas responsabilidades. Ya no me será posible dedicar tanto de mi tiempo y energías a las organizaciones benéficas y los asuntos que me importan tanto. Pero sé que este importante trabajo continuará en las manos confiables de otros”.
Si el discurso tranquilizó, algunas actitudes que trascendieron despertaron alarmas. Se enojó por un tintero que entorpecía su firma en un documento, se molestó por un lapicera que tenía un pérdida y se puso tenso cuando se equivocó una fecha. Esta semana en un acto público en York, un joven les arrojó huevos -sin lograr hacer puntería- mientras gritaba “este país se construyó sobre la sangre de los esclavos”. En respuesta al ataque, la gente que se había acercado a saludar al rey comenzó a vitorear frases como “Dios salve al rey” y “debería darte vergüenza”. Carlos y su esposa, siguieron estrechando manos sin darle mayor importancia a lo sucedido.
Hoy Carlos III festejará su cumpleaños, como rey asistirá a los actos protocolares, pero quizá como hombre prefiera pasarlo con sus nietos leyéndoles algún capítulo de Harry Potter -como contó Camilla- y haciéndoles las voces de los personajes. Al fin de cuenta, deber y placer también pueden ir de la mano.
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