Postales: la entrega de una ofrenda floral frente al monumento a los Caídos en la guerra de las Malvinas, en la plaza San Martín; unos pasos no tan torpes bailando el tango con Zulemita Menem en el Alvear Palace Hotel; un silencio incómodo con Carlos Menem en el Salón Dorado de la Casa Rosada, al quedarse solos y sin intérpretes de idiomas mutuamente desconocidos durante el eterno tiempo que debieron posar para la foto; una escena casi cómica con el cantante Piero al tratar de enfundarse en un traje blanco y protector para visitar las colmenas de la Fundación Buenas Ondas; un intercambio de camisetas de fútbol y la firma de una pelota; un partido de polo en el que no desentonó del todo ante los buenos hándicaps locales.
Con esas imágenes y algunas otras se puede hacer el racconto visual de la visita que el entonces príncipe de Gales – hoy flamante Rey Carlos III del Reino Unido de Gran Bretaña – hizo durante tres días a la Argentina en marzo de 1999.
Muchas notas de color para delicias de las revistas de la farándula, del “corazón” y de la “alta sociedad” que tuvieron sus horas de gloria durante la década presidencial de Carlos Menem, cuando todo se mezclaba con todo.
Puro protocolo para la esperada visita del heredero del trono británico, lo esperable de un dignatario con funciones claramente delimitadas como representante simbólico de un Estado, pero sin función ni prerrogativa alguna en las políticas de ese Estado.
Pero también aquella visita del príncipe Carlos dejó otras huellas y provocó controversias que no se vieron reflejadas en las brillantes fotos del recorrido protocolar, como el impacto que provocó su breve discurso durante la cena que le ofreció el presidente, cuando quizás involuntariamente hizo arder las heridas dejadas por la Guerra de Malvinas y provocó un pequeño cisma en la interna del gobierno.
Razones para una visita
La de Carlos fue la primera visita de un príncipe de Gales a la Argentina desde que, quien luego sería coronado como Eduardo VII, estuvo en la Argentina en 1925, por invitación del entonces presidente Marcelo T. de Alvear, durante un viaje realizado a Londres el año anterior.
Como en aquel caso, la llegada del hijo de Isabel II se debió a una invitación de otro presidente, Carlos Menem, que también un año antes había estado en Londres, donde fue recibido por la monarca británica. Fue en ese encuentro que el presidente Carlos invitó a la reina Isabel II a venir a nuestro país. Ella no lo hizo, pero envió al príncipe Carlos en su lugar.
Si se quiere buscar otra semejanza en las situaciones, se la puede encontrar en la vida amorosa de los dos príncipes. Eduardo VII terminaría abdicando para poder casarse con Wallis Simpson, una plebeya divorciada; lo de Carlos venía también problemático: se había separado de Diana – que poco después murió de manera trágica - y llevaba a la luz pública una controversial relación con otra divorciada, Camilla Parker Bowles.
Dejando atrás lo protocolar y las vidas no tan privadas de los príncipes visitantes, la llegada de Carlos a la Argentina también jugaba un rol en el acercamiento que Carlos Menem intentaba con el gobierno inglés en el marco de su alineamiento geopolítico. Podía mostrarse como una muestra más en la construcción del acercamiento de los dos países después de la guerra.
En ese contexto, el heredero del trono británico llegó la mañana del 9 de marzo a Buenos Aires, acompañado por cuarenta periodistas británicos y una corte de sesenta personas. Apenas llegado a Ezeiza, se subió a un helicóptero que lo llevó a la recepción oficial en el Aeroparque Jorge Newbery.
De allí fue a lo que podría llamarse su primera actividad oficial, depositar una ofrenda floral en el monumento a los caídos en la Guerra de Malvinas
El homenaje a los caídos
La Plaza San Martín lo recibió con una alfombra roja por la cual Carlos avanzó circunspecto. Enfundado en un traje azul oscuro, una camisa celeste y una corbata azul con vivos blancos se dirigió hacia el monumento donde, después de escuchar los himnos argentino e inglés, dejó su ofrenda floral junto al cenotafio en un acto que duró poco más de 30 minutos. Retrocedió unos pasos y permaneció unos segundos en silencio
Más allá del homenaje, el acto fue planeado con un fuerte simbolismo. Era la primera vez que un dignatario inglés rendía homenaje a los soldados argentinos.
El príncipe estuvo todo el tiempo acompañado por Rick Jolly, un veterano de guerra británico que hizo las veces de traductor en una charla que duró más de diez minutos con excombatientes argentinos.
Todo parecía ir bien hasta esa misma noche, cuando Carlos, el príncipe, pronunció su discurso en la cena con Menem, el presidente.
“Dos democracias modernas”
El silencio que Carlos había guardado a la tarde en el homenaje a los caídos se rompió esa misma noche durante la cena que Carlos Menem ofreció en su honor en el Hotel Alvear.
En su discurso de agradecimiento, el príncipe se despachó con una frase que hizo ruido en los oídos argentinos.
En el típico plural majestuoso dijo: “No nos ocupamos de temas de gobierno, pero tenemos tres derechos: ser escuchados, alentar y alertar. Usando ese derecho, nuestro anhelo es que el pueblo de la moderna y democrática Argentina, con su apasionado ahínco por preservar sus tradiciones nacionales, pueda en el futuro vivir en amistad con otro pueblo de otra democracia moderna, aunque más pequeña, ubicada a unos de cientos de millas de sus costas… un pueblo igual de apasionado en su decisión de proteger sus tradiciones. Que esto sea en un espíritu de comprensión y mutuo respeto. Que ninguno se vea en la necesidad de volver a sentir miedo u hostilidad hacia el otro”.
La mención de dos pueblos y de dos democracias no necesitó ser traducida en sus intenciones: reafirmar la “propiedad” inglesa de las Malvinas.
La noche terminó poco elegante, con el gobernador bonaerense Eduardo Duhalde – rival de Menem en la interna justicialista – yéndose antes de la cena, y el vicepresidente Carlos Ruckauf dándole la espalda al invitado para no saludarlo.
Al día siguiente, Ruckauf se refirió ese discurso. “De ninguna manera es tolerable, ni siquiera la insinuación del príncipe, de que los isleños pueden tener derecho a la autodeterminación, porque esta es una típica trampa británica que ha usado en otras partes del mundo: usurpar, llenar con sus habitantes el lugar usurpado y después pretender que estos aparentemente se liberen e integren ese imperio económico que es el Commonwealth”, se despachó sin ocultar el enojo.
Final de noche con tango
El clima se distendió después de la cena, con el espectáculo de tango Armenonville, que el príncipe presenció con interés, pero el momento culminante fue cuando la coreógrafa, productora y bailarina Adriana Vasile lo invitó a bailar.
En el recuerdo que Vasile compartió con Infobae se vislumbra un Carlos alejado de las paradas rígidas – casi militares – del protocolo en el momento de soltarse a bailar.
“Lo fui a sacar, que es lo que siempre se hacía después del espectáculo, invitar a bailar al público. Se soltó y sonreía todo el tiempo, creo que disfrutaba. No bailó nada mal. En un momento, medio inconsciente me animé a correrlo hacia un costado mientras bailábamos, porque ahí estaban los fotógrafos, que no podían sacar buenas fotos porque no los dejaban ponerse adelante. Así nos pudieron tomar buenas imágenes”, cuenta.
Bailaron dos piezas. “Eran dos tangos clásicos, de los más conocidos, si no recuerdo mal. Creo que bailamos El Choclo y La Cumparsita”, dice Vasile.
Después, Carlos, el príncipe, también ensayó pasos de tango con Zulemita, la hija de Carlos, el presidente.
Sobre esa noche, Vasile tiene recuerdos ambivalentes: la satisfacción de un espectáculo que funcionó muy bien y la situación en que se hizo. “Estábamos contratados y era nuestro trabajo hacerlo y además es algo que se disfruta, pero por otra parte me acuerdo de los sentimientos que tuve al llegar al Alvear. En la puerta, detrás de unas vallas, había excombatientes de Malvinas que protestaban por la visita del príncipe, había mucho dolor ahí, el dolor de la guerra”, explica.
Piero, “Buenas ondas” y las abejas
Otros momentos de la visita principesca brindaron las postales brillantes ansiadas por las revistas de actualidad. Una de ellas fue en la planta de Siderar, en Ramallo, donde el futuro rey hizo un corte de cintas para, presumiblemente, inaugurar el uso de una grúa que evidentemente estaba en funcionamiento desde hacía tiempo.
Recorrió las instalaciones y saludó a los operarios. Desde el río Paraná, varias lanchas de la Prefectura reforzaban el fuerte operativo policial de custodia.
Después de despedirse, el príncipe de Gales se subió a un helicóptero que lo llevó hasta Los Cardales, partido bonaerense de Campana, para visitar el Campito de las Buenas Ondas, una granja eco-educativa que monitorea la Fundación Buenas Ondas, presidida por Piero.
El cantante recibió al príncipe de Gales, rodeado por algunos de los chicos que aprendían tareas vinculadas con el campo en la institución.
Las mejores postales quedaron registradas cuando, invitado a visitar las colmenas, Carlos intentó – con la ayuda de Piero - enfundarse torpemente en uno de los clásicos mamelucos blancos de protección que se utilizan para trabajar con las abejas. Le costó bastante y algunas de las imágenes que quedaron del episodio son desopilantes.
Polo con los mejores
Mucho más cómodo se sintió a la tarde, cuando vistió la camiseta verde con vivos rojos de Windsor Park para jugar un partido de polo en la tradicional cancha del Hurlingham Club, donde se reunieron alrededor de 1.500 invitados para presenciar el espectáculo a beneficio de Fundaleu que organizó la Fundación Impulsar.
En las tribunas había figuras de la farándula, empezando por las infaltables Mirtha Legrand y Susana Giménez, políticos, miembros de la comunidad inglesa en la Argentina y funcionarios de gobierno además de, claro, polistas y directivos del club.
El equipo H.R.H Príncipe de gales formó con su capitán Mariano Cabanillas, 4 goles de handicap; Horacio S. Heguy, 9; Eduardo Heguy, 10; y el príncipe Carlos, 2.
Del otro lado, la formación del Hurlingham tenía a José Ramón Santamarina, 5; José Ignacio Araya, 7; Santiago Araya, 8; y Mariano Zimmermann, 6.
Los hándicaps de los equipos sumaban parejo (25 y 26), pero los 2 puntos del príncipe contrastaban con los altos puntajes de los demás.
El equipo Príncipe de Gales ganó 9 a 7 y la crónica del periodista especializado Claudio Cerviño describió así el desempeño del visitante:
“El Príncipe juega bien para sus 2 goles de handicap (valorización que va de 0 a 10, el máximo, y que marca el nivel del polista). No debe perderse de vista que era una exhibición y que nadie le entró fuerte ni lo encimó cuando iba a pegar, pero para alguien que practica polo esporádicamente, que debió subirse a caballos desconocidos y que adelante tenía a los mejores del mundo -con la presión que implica el temor al papelón-, dejó una buena imagen. Tiene idea conceptual del juego, toma bien al hombre y no se lo ve deambulando por la cancha. Arrancó una serie de aplausos cuando pegó unas 60 yardas y casi consigue dos goles. Aprobado”.
No fue la única actividad relacionada con el deporte que Carlos, el príncipe, tuvo durante la gira. Antes, en la Casa Rosada, había intercambiado con Carlos, el presidente, una camiseta del Manchester United por dos de la Selección Argentina, que Menem le entregó diciendo que eran para sus hijos, los príncipes William y Harry.
La única visita del ahora rey Carlos III a la Argentina llegaba a su fin. Al día siguiente partió con su comitiva hacia Uruguay y desde allí voló a las Islas Malvinas.
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