Si se repasa la vida de los Windsor pasa y pasó de todo. Bodas por conveniencia, divorcios escandalosos, muertes trágicas, peleas familiares, príncipes que renuncian a ser príncipes y una reina que parece eterna. En medio de esos escándalos, una pareja parece haber encontrado la fórmula para vivir tranquilos, cumpliendo pero también disfrutando de sus obligaciones reales y sobre todo, amándose genuinamente.
No hay que ser muy seguidor de los Windsor para saber que hablamos del príncipe William y su esposa, Kate Middleton. El matrimonio encontró un delicado equilibrio entre popularidad e intimidad, entre realeza y vida real. Y en esto, el gran mérito parecer ser de la duquesa de Cambridge, la mujer que hoy ocupa un lugar de preferencia en el corazón de los británicos.
Lejos de palacios y protocolos, Kate nació en un hogar de clase media. Si bien su papá, Michael Middleton había tenido algún contacto con la aristocracia -ya que su padre fue copiloto del príncipe Felipe, marido de la reina, en una gira en 1962-, su mamá Carole Goldsmith formaba parte de la llamada “clase trabajadora”: su papá trabajaba en la construcción y su abuelo había sido minero. Sin terminar el secundario y para ayudar a la familia, Carole consiguió un empleo de secretaria y luego de azafata. Fue en ese trabajo que conoció a Michael. Enamorados, el 21 de junio de 1980 se casaron en la iglesia de St James. El 9 de enero de 1982 nació una beba a la que bautizaron Catherine pero llamarían Kate, en 1983 nació Philippa a la que le dirían Pippa.
En 1984 la aerolínea destinó a Michael a Amman y los Middleton se instalaron en Jordania. Carole anotó a Kate, en una guardería británica, una de las más caras de la zona y donde compartía el aula con otros doce niños. Sus maestras les hablaban en inglés pero también les leían en árabe partes del Corán para que aprendieran no solo el idioma sino valores como “el respeto y el amor”. Una noche, los Middleton sonrieron al escuchar a su primogénita cantar la tradicional canción infantil Incy Wincy Spider… en árabe y la carcajada estalló cuando en perfecto inglés pidió hummus para desayunar en vez de té. Kate amaba que su mamá la retirara de la guardería, pero más le gustaba cuando Pippa tenía un mal día, porque su mamá se quedaba con su hermana y era su papá el que pasaba a buscarla con su fantástico uniforme de trabajo.
La familia volvió a Inglaterra en 1986, al año siguiente, al mismo tiempo que nacía, James, su hermano menor, en Carole nacía otra idea. Comprobó que sus amigos, cuando festejaban el cumpleaños de sus hijos, le solían pedir ayuda con la decoración. Ella se las arreglaba para hacer arreglos tan lindos como baratos. ¿Y si lo que parecía un pequeño favor se transformaba en un gran negocio?
Decidió comercializarlos por su cuenta y creó Party Piece. Comenzó repartiendo folletos entre los padres de la guardería de sus hijas. Anunciaba que en su negocio podían conseguir todo para la decoración ya no solo de los cumpleaños, también de aniversarios, bodas y fiestas temáticas. Ofrecían desde ramos de globos hasta pasteles personalizados que se enviaban directamente a la casa del homenajeado. La empresa creció y se consolidó. Llegaron a tener una media de cuatro mil pedidos semanales. Como una verdadera Pyme familiar, Carole involucró a sus hijas. Kate posó varias veces para los catálogos de la tienda y Pippa ayudaba con el blog.El pequeño emprendimiento se transformó en un gran negocio.
Los Middleton decidieron que sus hijos estudiarían en los mismos colegios donde las familias aristocráticas inglesas enviaban a sus hijos. Esas instituciones a las que acceden un 7% de los británicos, pero que sus egresados ocupan el 70% de los cargos jerárquicos del país.
A los 13 años, Kate fue inscripta en el Downe House, un colegio que para garantizar la exclusividad cobraba casi 30 mil dólares de matrícula. Lo que parecía una buena opción resultó un suplicio.
Las “populares” tomaron de punta a “la nueva”. Kate era muy alta pero como toda adolescente también era desgarbada, sus compañeras le pusieron nombres desagradables y le robaban sus libros. La mayoría de sus compañeras eran pupilas y como ella era externa cuando se sentaba a comer, se levantaban y la dejaban sola. Como Kate era una buena atleta pensó que en el equipo de hockey, deporte en el que se destacaba, encontraría un lugar de pertenencia. Pero el deporte de la escuela era el lacrosse. Nunca lo había jugado y cuando intentó entrar al equipo falló en la prueba inicial.
Los padres notaron que su hija cada día estaba más triste. Hablaron con la directora de la escuela que minimizó el problema y argumento que quizá Kate era “demasiado sensible”. Carole y Michael sabían que la escuela puede ser difícil pero no tiene que ser un sufrimiento constante y en medio del año escolar decidieron anotarla en otra escuela, Marlborough.
En su nuevo colegio, Kate fue recuperando su confianza. Estuvo entre 1996 y el 2000, fue parte del equipo de hockey y pronto hizo muchos amigos. Luego de unas vacaciones de verano, al volver al colegio, sus compañeros notaron que la adolescente desgarbada que usaba ortodoncia había dado paso a una joven de una belleza delicada, deportista pero también muy femenina y con una sonrisa que encandilaba.
Al terminar la escuela, Kate se tomó un año sabático que la llevó a Chile. Al volver decidió estudiar Arte en la Universidad de St Andrews. En su primer día como universitaria, su madre le dijo “Solo tienes una oportunidad de hacerlo bien, no lo desperdicies, la primera impresión es definitoria”. Y vaya si Kate le hizo caso.
El romance del príncipe William y Kate se redujo al destino o al azar, también conocido como una asignación de dormitorio de primer año en la Universidad de St. Andrews en Escocia. La llegada de William al campus fue recibida con una fanfarria frenética: un grupo de fotógrafos se treparon unos sobre otros para tomar fotografías de él y Carlos, su padre caminando por los terrenos. Luego, el adolescente concedió una breve entrevista a la prensa. Mientras tanto, Middleton ya se había mudado en silencio a St. Salvator’s Hall, la residencia de estudiantes en la universidad. Es insondable pensar en eso ahora, pero en ese momento el mundo no tenía idea de quién era ella.
Pero William pronto lo hizo. A menudo se la encontraba en los pasillos o de camino a clase; al igual que él, Kate también estaba estudiando historia del arte. Una amistad se construyó lentamente durante ese semestre: desayunaban juntos con amigos en el comedor, uniéndose por lo mucho que amaban esquiar.
Si William tenía que faltar a una clase, Kate le compartiría sus notas. “Cuando conocí a Kate, supe que había algo muy especial en ella”, recordó William años después. “Sabía que posiblemente había algo que quería explorar allí”. Pero el romance no estaba en las cartas inmediatas para los dos.
Sin embargo, durante su segundo semestre, las chispas comenzaron a volar. El pago 200 libras para asistir a un desfile donde Kate estaría. Al verla en la pasarela con un sexy atuendo de transparencias, William notó lo atractiva que era su amiga. Acostumbrado a obtener la atención que quería, se encontró intentando -y fallando- impresionar a Kate. “Trataba de cocinar estas increíbles cenas elegantes”, dijo. “Pero lo que sucedería es que quemaría algo, algo se desbordaría, algo se incendiaría. Ella estaría sentada en el fondo tratando de ayudar y básicamente tomando el control de toda la situación”.
Durante los siguientes meses, el romance floreció entre los dos. Eventualmente, se sinceraron con sus compañeros de casa. “Creo que al principio estaban un poco sorprendidos de que hubiera sucedido”, admite William.
Pronto, básicamente todos en St. Andrews sabían sobre su relación y los rumores llegaron a todo el mundo. Los reporteros se presentaron en la casa de la familia Middleton en Bucklebury, Inglaterra. “Nos divierte mucho la idea de ser suegros del príncipe William, pero no creo que eso vaya a suceder”, les dijo el padre de Kate, Michael Middleton. En marzo de 2004, los paparazzi los captaron esquiando juntos en los Alpes suizos. El periódico The Sun lanzó la noticia en toda su portada del 1 de abril: “Finalmente... Wills tiene una chica”.
Kate amaba a William pero ese amor tenía una consecuencia no deseada: el acoso de la prensa. Sonreía al ver a su novio, pero penaba al leer lo que escribían de ella y su familia. Los llamaron despectivamente “los Middleton de clase media”, como si ser un trabajador fuera un defecto. A ella y a su hermana las apodaron “las hermanas glicinas” (por lo rápido que podían escalar) y las describían como “vulgares, pretenciosas, trepadoras”. En vez de destacar su porte natural se burlaban de los lugares dónde compraba su ropa. En 2006, su madre fue criticada porque la sorprendieron en una la graduación del príncipe William ¡mascando chicle!
Pese al acoso de la prensa, todo parecía ir bien pero en 2004, un año antes de que se graduaran, el príncipe de 22 años le dijo a varios de sus amigos que se sentía “claustrofóbico”. La pareja se separó de forma secreta.
Dos años después, el amor fue más fuerte y en 2006, Kate reapareció en un desfile de William en Sandhurst. Al tiempo y rompiendo otra tradición convivieron sin casarse. Se mudaron a su primera casa en 2010. La pareja no tenía planes de boda y a Kate no parecía importarle, a los que sí les importaba era a los medios que la apodaron “Waity Katie” -Katie, la paciente- y la retrataban como una novia desesperada por recibir una propuesta de matrimonio.
La gran revancha para la adolescente acosada, la joven ninguneada por los medios llegó en octubre de 2010, cuando William le propuso matrimonio mientras estaban de vacaciones en Kenia.
El príncipe usó el anillo de su madre para obsequiarle a su prometida. Tres semanas después, anunciaron la noticia al mundo. “Estoy dispuesta a aprender rápido y trabajar duro”, dijo Middleton durante su entrevista oficial de compromiso. William estuvo de acuerdo: “Ella lo hará muy bien”.
El 29 de abril de 2011, Kate dejaba de ser la paciente para ser la princesa. William y Kate se casaron felices y enamorados en la Abadía de Westminster. En la boda la pareja mostró que nuevos tiempos llegaban. Entre los invitados había celebridades, miembros de la realeza y políticos pero también estaba Martin y Sue Fidler, los carniceros que solían atender a los Middleton, Ryan Naylor, el cartero del barrio, y John Haley, el dueño del bar al que solía ir la pareja.
Dos años después de su majestuosa boda, William y Kate presentaron al mundo a su primer heredero, el príncipe George, el 22 de julio del 2013; 24 meses más adelante, la familia creció con la llegada de la princesa Charlotte, el 2 de mayo del 2015 y posteriormente le dieron la bienvenida a su tercer hijo, el príncipe Louis, el 23 de abril del 2018. Jemima, la hija del multimillonario James Goldsmith y gran amiga de Diana, que cuando Kate se casó había tuiteado que “las estrechas caderas de Kate no parecen predispuestas a concebir herederos”, se tuvo que llamar a silencio.
Hoy Kate y William lograron ser una pareja común con roles poco comunes. Mientras su marido trabaja en la base de la RAF (las fuerzas aéreas británicas) en el servicio de helicópteros de rescate, ella va al supermercado. A la noche se turnan para cocinar una cena casera y cuando los chicos se duermen intentan sentarse a ver X Factor, el programa favorito de ambos, la serie Dowtown Abbey o nuevamente Top Gun, película de la que son fanáticos.
Kate, como Máxima de Holanda, Sofía de Suecia, Mette-Marit de Noruega y Mary Donaldson de Noruega pertenecen a una nueva camada de princesas plebeyas, que lejos de sentir sus responsabilidades reales como una carga, las viven como un trabajo que les gusta. Pero además, como señala la revista Vanity Fair: “Hoy en día la monarquía británica no necesita crear alianzas con Francia a través de sus matrimonios. Ahora debe aliarse con la clase media, que es, al fin y al cabo, quien paga sus gastos”. Por eso, Isabel como abuela no dudó en aceptar a Kate al verla genuinamente enamorada de su nieto, pero como reina comprendió que la ayudaría a acercarse a la gente.
La duquesa de Cambridge no solo ayudó a mejor la alicaída imagen de la monarquía británica, también revitalizó su economía. Se calcula que genera unos 1.200 millones de dólares anuales. Miles de británicas tratan de copiar su estilo. Valgan dos datos. La venta de medias color piel, como las que ella suele lucir, aumentaron un 65 por ciento. Los trajes que viste de casas low cost se agotan a las pocas horas y la copia de su anillo de compromiso fue el artículo más vendido en la historia de la tienda Mark and Spencer.
Se sabe que Kate no cuenta con un fuerte carisma como Máxima o su mítica suegra, Lady Di, tampoco es dueña de una inigualable belleza estilo Grace Kelly o una inteligencia excepcional estilo Michele Obama; sin embargo quizá sea justamente eso lo que logra cautivar, que se la siente cercana. Pero además Kate y William decidieron que ella como princesa se mostraría, sonreiría pero jamás hablaría. Ambos saben que conceder una entrevista puede ser muy peligroso, como ocurrió a Lady Di cuando se mostró vulnerable y habló de su matrimonio de a tres.
Hoy hasta los aristócratas más tradicionales que hubieran preferido una royal para Guillermo no pueden negar que Kate cumple de modo perfecto su rol en la monarquía. A diferencia de su cuñada, Meghan Markle, Kate no vive su pertenencia a la monarquía como una carga sino que le “encontró la vuelta” para disfrutarla. Así se la ve sonriendo genuinamente en sus apariciones públicas, sin “faltazos” en las actividades protocolares, sin trascendidos maliciosos y sin dejar de ser ella. Así lo demuestra abrazando a sus hijos en públicos o mostrándose como una mamá que se ocupa y preocupa. Se nota su apoyo voluntario y convencido con organizaciones que ayudan a los chicos que sufren acoso escolar o violencia doméstica.
Dicen que el amor existe para que estallen los relojes y que lo largo se vuelva corto. Pero quizá también existe para que una joven plebeya le muestre a un príncipe que su destino obligado no es tan malo, que la felicidad eterna no es posible pero que se puede ser feliz un rato y todos los días. Ese rato, cuando los hijos duermen y se puede una serie mala abrazado a la persona que se ama. Entonces es el momento en que muchos pueden sentirse los reyes del mundo, y no por una cuestión de cuna, sino simplemente porque a veces y solo a veces, la vida es más simple y linda de lo que parece.
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