La duquesa de Cambridge y futura reina de Inglaterra, Kate, celebra este domingo sus 40 años, en la cima de su popularidad y con un papel cada vez más importante dentro de la familia real británica.
Nacida Catherine Middleton y apodada Kate, esta antigua estudiante de arte, plebeya, entró en la familia más observada del Reino Unido en 2011. Para muchos, la esposa del príncipe William, hijo mayor del heredero al trono, simboliza hoy el futuro de la monarquía.
De cabello castaño y aspecto impecable, Kate cumple siempre con una sonrisa con sus compromisos oficiales, enviando una imagen de confianza en un momento difícil para una monarquía que no tiene más remedio que cerrar filas frente a los escándalos y divisiones varias.
Hace poco, volvió a complacer a sus seguidores y a una prensa siempre entusiasta durante un concierto de Navidad en la abadía de Westminster, retransmitido por televisión y dedicado a quienes trabajaron durante la pandemia de coronavirus. La duquesa de Cambridge acompañó al piano al cantante Tom Walker, quien interpretó su tema “For These Who Can’t Be Here” (Para los que no pueden estar presentes).
Tanto Kate como su esposo, William, que cumplirá 40 años en junio, han ganado visibilidad desde que empezó la crisis sanitaria, realizando videoconferencias con trabajadores sanitarios o contando su vida confinada junto a sus hijos George, Charlotte y Louis -en una gran casa de campo- y los avatares de la educación en casa.
A medida que las restricciones se han ido suavizando y que la reina Isabel II, de 95 años, ha ido reduciendo actividades en su agenda, la pareja ha multiplicado las apariciones oficiales, desde el estreno mundial de la nueva entrega de la saga de James Bond hasta la cumbre sobre el clima COP26.
Kate, además, se ha ido implicando más en sus temas predilectos, como la infancia y, junto a William, la salud mental y la protección del medioambiente.
Imperturbable
El exsecretario privado del matrimonio, Jamie Lowther-Pinkerton, citó entre sus virtudes el que tenga los pies en la tierra y su carácter imperturbable.
“Se toma el tiempo de hablar con la gente”, explicó Lowther-Pinkerton al diario The Times, comparándola con la madre de la reina Isabel II, un símbolo de la resistencia británica durante la Segunda Guerra Mundial: “Cuando hay que hacer algo, ella lo hace”.
En los albores de su relación con William, en la universidad escocesa de Saint Andrews, los orígenes sociales de Kate, que se crió en una familia de clase media, dieron mucho que hablar, así como su capacidad para integrarse en el mundo de la realeza, lleno de tradiciones y convenciones.
Pero ella, al menos en público, ha dado la impresión de adaptarse perfectamente a sus obligaciones relacionadas con su papel en la familia real, al contrario que su cuñada Meghan, poco querida por los tabloides y bastante impopular entre los británicos.
Con Kate, los medios se han mostrado bastante benevolentes, sobre todo desde que Meghan y su esposo, el príncipe Harry, decidieran alejarse de la familia real y se mudaran a Estados Unidos.
“Sin personalidad”
Algunos achacan la diferencia del trato otorgado por los medios a Kate y Meghan a un desprecio hacia quienes se desahogan fácilmente, algo que va en contra de la flema británica.
Y, aún así, Kate también ha sido criticada, sobre todo por su apariencia irreprochable. La escritora Hilary Mantel llegó incluso a compararla con un “maniquí de escaparate, sin personalidad”.
Sin embargo, a Kate se la ve, dentro de la familia real, como alguien con quien se puede contar en un momento delicado, entre las explosivas confidencias de Harry y Meghan y las acusaciones de agresión sexual vertidas contra el segundo hijo de la soberana, el príncipe Andrés.
En medio de la tormenta, la familia real ha cerrado filas en torno a unos cuantos miembros. Y, como William, su padre, el príncipe Carlos, ha ido ganando más importancia, preparándose para suceder a su madre.
Dada la edad del príncipe Carlos (73 años) y su baja popularidad, muchos comentaristas apuntan que su reinado será más bien una transición antes de la llegada de William y Kate al trono.
“Seguramente, le darán a la monarquía, después de unos monarcas tan viejos, un sentido de modernidad que probablemente sea necesario para ayudar a su continuidad”, explicó a la AFP el especialista Robert Jobson.
“Katie, la que espera”
Cuando la paciente Kate se casó con el príncipe William de Inglaterra el 29 de abril de 2011, su noviazgo había durado tanto que la prensa británica la llamaba con sarcasmo “Waity Katie”. En inglés, el juego de palabras puede traducirse como “Katie, la que espera”, pero también –y con mucha más crueldad– como “la que está a la espera”.
Se decía por entonces que la hoy duquesa de Cambridge, que conoció al hijo mayor de Carlos y Diana de Gales en septiembre de 2001, cuando los dos comenzaban sus carreras en la Universidad de St. Andrews, no había llegado de casualidad a ese prestigioso centro de estudios escocés. En la biografía no autorizada Kate: The Future Queen (2013), la periodista especializada Katie Nicholl asegura que Middleton se cruzó por primera vez con William en un partido de hockey en la primaria, cuando ambos tenían solo nueve años. Aunque ella todavía era demasiado chica para prestarle atención a los varones, la irrupción del príncipe heredero –segundo en la línea de sucesión al trono– en el patio del colegio no habría sido un hecho menor en su vida: su madre, Carole Goldsmith, ya soñaba para sus hijas un destino de realeza donde nada quedaría librado al azar.
Los Middleton –una ex azafata y un ex vendedor de vuelos de British Airways con un pasar acomodado gracias a su empresa online de decoraciones para fiestas, a los que los medios también apodaron con ironía los “Middle”, a secas, en alusión a su origen plebeyo– siempre negaron esas versiones. Sin embargo, Kate nunca explicó por qué cambió de idea a último momento y esperó un año para inscribirse en Historia del Arte en St. Andrews, justo a tiempo para conocer a su príncipe azul.
En diciembre de 2006, sin embargo, Kate puso fin a su bajo perfil para ir a ver el acto de graduación de William como oficial de la armada en Sandhurst. Fue el primer evento público en presencia de la Reina y con protocolo real al que asistió como la novia de William. A esa altura era imposible que no se hablara de ella como la futura reina de Inglaterra, pero, en abril de 2007, Buckingham confirmó que estaban separados. No duraría demasiado: solo unos meses más tarde, en julio, Kate fue la invitada especial al palco de Will y Harry en el concierto homenaje a Diana en el estadio de Wembley, celebrado en el año del décimo aniversario de su muerte. En la fiesta que siguió al show se los vio abrazados y cariñosos. Desde entonces, ya no dejaron de mostrarse juntos en infinidad de actos oficiales. Los dos dirían después, al anunciar su compromiso, que aquella breve separación no había hecho más que fortalecerlos.
William también iba a invocar la memoria de Lady Di cuando en octubre de 2010 le hizo finalmente la propuesta de casamiento a su prometida. Durante unas vacaciones en la laguna de Rutundu, en Kenia, uno de sus lugares favoritos, le dio el anillo de compromiso que había sido de su madre: un zafiro ovalado de Ceylon rodeado de 14 diamantes solitarios, creado por la joyería oficial de la Corona británica, Garrard. Antes, había hecho un intercambio con su entonces amado hermano menor. La historia dice que, al morir Diana, a los príncipes les dieron a elegir entre dos de las pertenencias que siempre llevaba con ella la princesa. William se quedó con el reloj Cartier de oro de su mamá, y Harry, con su anillo de zafiros. Pero cuando el hoy duque de Sussex vio lo enamorado que estaba su hermano de Kate, a quien él mismo adoraba, no dudó en darle el anillo a cambio del reloj. Ganarse al hermanito, dicen los expertos más atentos al costado calculador de Kate, había sido una de sus jugadas más astutas: Harry llegó a decir de ella que era la hermana que nunca había tenido. Nada haría pensar por entonces en este presente en el que no se frecuentan y Harry está prácticamente exiliado en EEUU.
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