Al borde de los 40 años, ¿qué balance sobre su vida hará William, duque de Cambridge? ¿Maldecirá su destino aceptado pero no elegido de heredero al trono? ¿Pensará en Lady Di, para todos la reina de corazones y para él su madre? ¿Aguardará el saludo de ese padre distante pero que ama? ¿Se frustrará con el llamado de su abuela que lo elige como futuro rey pero que prefiere a su hermano como nieto? ¿Sonreirá al ver a Kate, su bella esposa, quien lo amó a primera mirada?¿Esperará más descreído que esperanzado el llamado de su hermano? ¿Abrazará a sus hijos, lo más real de su mundo royal? ¿Qué sentirá William Arthur Philip Louis? ¿Será feliz o se repetirá la frase de Churchill “si pasas un infierno, solo sigue adelante”?
De todos los niños que nacieron el 21 de junio de 1982 solo uno trajo la atención mundial, el que nació en el hospital St. Marys de Londres. No era para menos. Sus padres eran Carlos, príncipe de Gales, eterno heredero al trono británico, y la carismática Lady Di. Aunque no podía percibirlo, ya desde ese día, la vida le mostraría su ying yang. Por un lado sus padres posaban felices con él en brazos en la puerta del sanatorio. Su mamá lucía un precioso vestido verde de pequeños lunares blancos y cuello marinero y una gran sonrisa. Sin embargo, el dolor la estaba matando. Había tenido un parto largo. Su primogénito tardó quince horas en llegar al mundo. Al salir del hospital la esperaban los fotógrafos. Ella apenas podía mantenerse de pie. Sonrió, disimuló pero apenas subió al coche, la princesa se echó a llorar. Le dolían los puntos, pero también el alma: su marido había elegido la fecha del nacimiento ajustándolo según a sus torneos de polo.
Aunque William era una persona normal, su vida no lo era. No solo por el lugar donde crecía, los padres que le tocaron y su abuela reina, también porque su futuro estaba escrito: segundo heredero al trono más poderoso del mundo. Lo comprendió muy temprano. Tenía siete años cuando como casi todos los niños del mundo dijo qué soñaba ser cuando sea grande. Le dijo a su mamá que quería ser policía. “Ah, no. Tú no puedes”, le respondió su hermano pequeño, el príncipe Harry. “Tu tienes que ser Rey”. Ese sería otro de sus ying yang: lo que quería sobre lo que debía, lo que se esperaba de él antes de lo que deseaba.
Dentro de la “anormalidad” tuvo una infancia normal. A los ocho años fue enviado pupilo a la escuela Ludgrove. Era bastante inquieto. Sufrió una lesión grave después de ser golpeado accidentalmente con un palo de golf mientras jugaba. Fue diagnosticado con una fractura de cráneo, que requirió una cirugía de 70 minutos. Diana se quedó pegada a su hijo, mientras que el príncipe Carlos fue a verlo después del accidente, aunque, abandonó el hospital para asistir a la ópera.
Carlos repetía con su hijo el trato distante que habían tenido sus padres con él. Diana en cambio no quería que su hijo solo aprendiera de ella “a estrechar manos”, como le había pasado a su esposo. Los llevaba a refugios de gente sin hogar pero también a parques de diversiones, restaurantes, tiendas de videojuegos o les cumplía el sueño de todo chico: subir a una autobomba de los bomberos y sobre todo los abrazaba porque -repetía- “los abrazos hacen mucho bien, especialmente a los niños”. Como madre Diana rompía todas las reglas de la tradicional forma de criar a los royals. Incluso los dejaba ella en el colegio y hasta retaba a sua hijos en público. William tenía siete años cuando su madre lo acompañó en una jornada de juegos con amigos. Luego de un rato largo lo llamó, pero él siguió jugando. Lo volvió a llamar pero él corrió para otro lado. Así que Diana con más de madre que de Lady fue hasta donde estaba su hijo y sin importarle los paparazzi, lo llevó a la fuerza hasta el auto que los devolvió al palacio de Kensington. Y como dirían las abuelas “sanseacabó”.
Diana, además, se esforzaba porque sus hijos se llevaran bien. Cuando el 31 de agosto de 1997 la princesa murió en un accidente, el mundo se detuvo un momento pero el de William estalló en mil pedazos. Ninguna madre tendría que partir antes de que sus hijos puedan andar por la vida. Con 15 años, William supo lo que era la palabra huérfano. La muerte de Diana fue tan inesperada que un desconsolado Harry le preguntó a su padre “¿es verdad que mamá está muerta?”. Carlos -que la única culpa que sentía era no sentir culpa por la muerte de su ex esposa- solo atinó a hacer lo que siempre había hecho: hacer como si no ocurriera nada.
La reina creía que cualquier referencia de Diana sería “desgarradora” para sus nietos. Ordenó que todas las televisiones y radios fueran removidas u ocultas en el Balmoral para que no escucharan ningún detalle traumático de su muerte en las noticias.
El 6 de septiembre, bajo un sol otoñal, millones de personas vieron a William y Harry caminar detrás del ataúd que llevaba los restos de su madre. Una tarjeta colocada sobre un pequeño ramo de lilas blancas que decía “Mammy” conmovió más que miles de palabras. William, con la cabeza siempre baja, estaba acompañado de su tío Lord Charles Spencer, su hermano Harry, un siempre contenido príncipe Carlos y un leal duque de Edimburgo que estoico y con 75 años acompañó esa caminata interminable de kilómetro y medio junto a sus nietos.
En público, ni William y Harry derramaron una lágrima. Se comportaron como se esperaba de dos royals pero no de dos niños que habían perdido a su mamá. Recién cuando nació George su primer hijo, William pudo poner en palabras todo lo que sufrió. “Tener hijos es el momento que más te cambia la vida, realmente lo es. Y cuando uno experimentó algo tan traumático en la vida, como en mi caso fue la muerte de mi madre cuando yo era muy joven, las emociones vuelven a flor de piel, porque estás en una fase muy diferente”.
La vida siguió. William, como todo hijo, sabía que jamás olvidaría a su madre pero suponemos que, como todo humano, también hizo lo posible para que al menos su recuerdo no doliera tanto. Fue alumno del colegio Eton como deseaba su madre y no del Gordonstoun como deseaba su padre. No heredó la nulidad de su padre para los deportes: practicaba fútbol, natación, básquet y hasta era capital del equipo de waterpolo. Sin embargo era solitario y desconfiado. Lo mejor de ese tiempo no fueron los deportes, las clases ni los pocos amigos. Durante ese período la familia real llegó a un acuerdo para que la prensa sensacionalista no lo persiguiera.
Después de terminar sus estudios en Eton, William se tomó un año sabático. Se entrenó con el ejército británico y dio clases a niños en el sur de Chile. Dejó de ser un adolescente tímido para convertirse en un joven atractivo. Pronto se transformó en un sex simbol para las chicas inglesas. Se rumoreaba que era adicto a las fiestas y las drogas, pero nunca hubo fotos.
En 2001 se anotó en la universidad de Saint Andrews. Cuando se supo ese dato, el número de mujeres inscriptas aumentó de manera notable. Entre esas chicas estaba Kate Middleton. Según cuenta la historia, el príncipe se interesó por ella, cuando la vio caminando por la pasarela de un desfile de modas benéfico con un vestido muy sensual.
Aparentemente, le fue bastante difícil conquistar a Kate. Al principio ella quería seguir siendo su amiga: incluso lo rechazó cuando William intentó besarla en una fiesta. Aun así, parece que su sólida amistad inicial terminó siendo algo bueno a largo plazo. “Ser amigos creo que fue una gran ventaja”, dijo en una oportunidad. Finalmente comenzaron a salir.
Todo parecía ir bien pero en 2004, un año antes de que se graduaran. el príncipe de 22 años le dijo a varios de sus amigos que se sentía “claustrofóbico”. La pareja se separó de forma secreta. Él se fue de vacaciones con amigos y una misteriosa mujer a Grecia, mientras que Kate pasó un tiempo en Berkshire con su familia.
Sin embargo, el amor fue más fuerte. En 2006, Kate estuvo presente en el desfile de William en Sandhurst. Era su primera aparición real y su presencia causó un gran revuelo, alimentando los rumores de un matrimonio inminente. Rompiendo otra tradición convivieron sin casarse. Se mudaron juntos a su primera casa en 2010. Después de ocho años de noviazgo, y cuando parecía que nunca habría boda del año, el príncipe William le propuso matrimonio a Kate en 2010, mientras estaban de vacaciones en Kenia. En otro significativo guiño al pasado, William usó el anillo de su madre para obsequiarle a su prometida. “Esta es mi manera de mantenerla cerca de todo”, dijo ante las cámaras de televisión.
La boda real del nieto de la reina de Inglaterra fue una de las más grandes de la historia. El viernes 29 de abril de 2011 Kate caminó por el pasillo de la Abadía de Westminster y se casó con William, su gran amor. Fue un gran evento a nivel mundial y la fecha fue declarada fiesta nacional en el Reino Unido. Según medios británicos, más de 300 millones de personas en todo el planeta sintonizaron para ver la ceremonia televisada.
Mientras William no protagonizaba escándalos, se le conocía una sola novia y jamás salía de juerga, su hermano Harry no podía ser más distinto. Las novias se sucedían, a los 16 años lo pescaron fumando marihuana y se peleaba a los gritos con los fotógrafos que lo retrataban alcoholizado. En la fiesta de Halloween de 2005 fue protagonista de uno de los hechos más repudiables: decidió asistir a una fiesta privada y en la casa de un amigo disfrazado de nazi, con uniforme y brazalete con esvástica. Aparentemente el disfraz se lo había comprado William, pero ante el escándalo Harry calló y su hermano quedó libre de culpa y cargo. En 2012 lo fotografiaron desnudo en cuarto de Las Vegas.
Cuando Harry parecía destinado a oveja negra, su hermano lo hizo buscar ayuda. A los 28 años buscó ayuda psiquiátrica después de que William le dijera: “Necesitás lidiar con esto. No podés seguir haciendo como si nada te afectara”. Entonces, no sólo se terminaron los escándalos para Harry, sino que además empezó a sanar por dentro. Lo increíble es que cuantas más locuras hacía Harry más popular era. Esa diferencia se notaba en el trato que les daba su abuela. La reina Isabel fomentaba la responsabilidad de William pero se reía con el desparpajo de Harry.
La relación entre los hermanos parecía inquebrantable. Hasta que Harry conoció a Meghan y ya sabemos que lo que parecía irrompible se rompió. William no aprobaba a la novia y mandó a un tío a convencer a su hermano de no casarse tan rápido.
Harry y su esposa se casaron pero para ser felices decidieron renunciar a ser miembros activos de la familia real, lo que provocó no solo una crisis en la estructura monárquica sino también un escándalo. William comprobó que su hermano abandonaba sin culpa lo que tanto él como su abuela ejercían con responsabilidad. Consideraba la estrategia de su hermano y su cuñada un ataque directo a la institución que él iba a dirigir algún día.
En la actualidad, William es la persona con mayor aceptación en el Reino Unido. Es un hombre querido y admirado. Pero él se siente solo, dicen. Sobrecargado de trabajo, de responsabilidades. Mucho más en el último año, donde debió tomar más responsabilidades protocolares en reemplazo de su abuela, la reina Isabel II, que estuvo recluida meses en el castillo de Windsor. Y por supuesto, la renuncia del príncipe Harry y Meghan Markle a su trabajo oficial para la Corona obligó a los duques de Cambridge a tomar más compromisos en nombre de Su Majestad.
Una obsesión mantiene ocupada su cabeza: ¿por quién se inclinará la reina cuando deba decidir a su sucesor? William tiene la esperanza de que su abuela lo unja por sobre su padre, Carlos, el heredero natural al trono del Reino Unido. Sin embargo, él cree que merece que su tiempo llegue más pronto: la popularidad suya y de Kate frente a la de su padre y Camilla de Cornualles es mucho mayor en el pueblo británico y tiene razón. Pero... ¿es razón suficiente? Nadie sabe qué piensa Isabel II al respecto.
Mientras, intenta dominar sus ataques de ira. Esa ira que lo llevó a empujar a su madre luego que ella contara en la BBC que en su matrimonio eran tres y que se había enamorado de James Hewitt. Aunque enterarse por la televisión que el matrimonio de tus padres es una farsa, más que un ataque de ira, William tuvo uno de humanidad. También trascendieron las disputas que tuvo a los gritos con su padre, algo que hacen todos los adolescentes del mundo con flema inglesa o no. Dicen que se enfurece cuando todo no está como él ordena y acá cabe preguntarse si es un problema de ira o simplemente alguien que como futuro rey sabe que sus deseos no son deseos sino órdenes.
Hace poco algo que para muchos hombres es un problema, en él resultó una carcajada. Fue coronado como el hombre calvo más sexy del mundo de acuerdo a un análisis de palabras en Internet. Hoy William cumple 39 años. No se sabe si es un príncipe feliz pero luce como un verdadero caballero: ya sabemos que los caballeros jamás hacen lo que sienten o lo que quieren, ellos hacen lo que deben.
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