El 27 de abril de 1967 entre todos los niños que llegaron al mundo hubo uno con destino de rey. No de rey de la casa o de la familia como le pasaría a unos cuantos sino de rey de los Países Bajos. Ese día, la entonces princesa Beatriz y el príncipe Claus fueron padres de su primogénito al que llamaron Willem-Alexander Claus George Ferdinand van Oranje-Nassau.
Guillermo pasó su infancia en el castillo de Drakensteyn, en la comuna de Lage Vuursche, cerca de Utrecht. No fue una niñez solitaria. Creció junto a su hermanos Friso y Constantino, la diferencia de edad era apenas de un año y dos. Su mamá, Beatriz era la heredera al trono, pero recién accedería en 1980 por lo que lograba equilibrar el tiempo para sus hijos con las actividades protocolares.
La llegada de Guillermo contribuyó a dejar atrás la gran controversia que provocó Beatriz cuando se enamoró y decidió casarse con Claus von Amsberg, un diplomático alemán. El problema no era la nacionalidad sino que Claus había formado parte de las Juventudes Hitlerianas. Más que un pecado de juventud era una ofensa o un delito. Todavía estaba latente el recuerdo cuando, en la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán ocupó el país y confiscó las bicicletas de los holandeses, algo que atacaba no solo la cotidianeidad sino a su identidad como nación.
Beatriz impuso su deseo de casarse por amor y logró que aceptaran a Claus. La boda fue el 10 de marzo de 1966. Trece meses después llegaba el primogénito y segundo en la línea de sucesión al trono.
Sin las costumbres más rígidas de otras casas reales, como la británica, cuando llegó el turno de inscribir a Guillermo en un colegio primario, sus padres eligieron uno público. Como sus compañeros, el heredero llegaba todos los días en su bicicleta. La única diferencia es que a él lo seguían discretamente los miembros de seguridad de la casa de Orange.
En la escuela, el príncipe convivía con chicos como él pero sin sus responsabilidades futuras. Con desparpajo imitaba ante ellos a su madre, algo que podría ser muy gracioso salvo porque además de su madre era la reina. Si en esa época le preguntaban a quién detestaba, no nombraba a un maestro ni a un tío pesado. El blanco de su furia eran los periodistas que solían fotografiarlo sin permiso. Al terminar el primario le pidió a sus padres estudiar en un lugar sin fotógrafos cerca, accedieron
Para el secundario, lo inscribieron en United World College of the Atlantic. Abandonó su país y se instaló en Gales. Lejos de las instituciones tradicionales como el Eton donde solían ir los hijos de los aristócratas, el colegio elegido era conocido por brindar una educación progresista y de vanguardia. Casi la mitad de sus 350 alumnos eran extranjeros y además muchos eran becados. Guillermo no estaba rodeado de compañeros de “sangre azul” pero sí con sangre en las venas.
Fue en esa época que Guillermo comenzó a llamar la atención, pero no por su buena conducta. Con sus compañeros salía a recorrer pubs y tomar algunas cervezas. La diferencia es que el heredero al trono no bebía algunas sino muchas. Lo que en cualquier adolescente podría haber motivado una charla con sus padres y algún orientador escolar, en Guillermo se convirtió en noticia. La prensa comenzó a llamarlo Príncipe Pils, por la cantidad y la marca de cerveza que bebía.
Para sumar más leña al fuego o más litros de cerveza al escándalo, en una entrevista uno de sus profesores aseguró que como alumno era “inteligente pero no muy estudioso ni intelectual” y dudaba que pudiera reinar. Entrelíneas dejaba entrever que Guillermo era simpático, inteligente pero un muchacho con más pajaritos en la cabeza que coronas.
Terminado el secundario decidió estudiar Historia en el la Universidad holandesa de Leiden. Allí empezó a comportarse con un gran seductor. De los romances que trascendieron se sabe que su primera novia fue una amiga de la infancia, Paulete Schröder, hija del pionero de la aviación y propietario de Martinair, Martin Schröder. Algunos aseguran que luego estuvo con Laurentien Brinkhorst, hija de un político, rumor no comprobado ya que años después ella se transformó en su cuñada al casarse con su hermano, el príncipe Constantino.
Después llegó Yolande Adriaansens, una bella estudiante de Comunicación. Siguió la modelo Frederique van der Wal, la hija de un elaborador de ginebra Barbara Boomsma y la patinadora olímpica y triple medallista Yvonne van Gennip. En 1994, apareció Emily Bremers, una azafata. La presentación en sociedad de la novia no fue en una boda real sino en un hecho bastante menos glamoroso. Los novios chocaron con su auto cuando se iban de vacaciones y tuvieron que salir dar explicaciones.
El choque no los sacó de pista. Se los veía felices y enamorados y la reina Beatriz aprobaba a la novia pero entonces el diablo metió la cola, más bien el padre. Es que don Bremers, un dentista bastante conocido cometió fraude fiscal se marchó a Bélgica. Allí la corona mandó una señal de alerta. La relación se rompió en 1998.
Mientras el príncipe andaba noviando parece que no le quedaba mucho tiempo para estudiar. En 1993 presentó su tesis de licenciatura en Historia. El trabajo ocupaba apenas sesenta páginas. Si uno lo evaluaba con un solo ojo se podía decir que era simple, pero si se lo evaluaba con los dos, los calificativos podían ser “mediocre” o “común”.
El hecho llegó a la prensa que cambió el “Príncipe Pils” por un “Guillermo, el tonto”. Como frutilla del postre o coronación al bochorno, el premiado escritor holandés Jeroen Brouwers en un texto antimonárquico se burló de Guillermo Alejandro, al sentenciar que “tiene la presencia intelectual de una lechuga y la profundidad de una tabla de surf”. La frase era tan sutil como un elefante en un bazar y provocó la furia de Beatriz. Porque si bien era la reina también era la madre de Guillermo y como toda madre no estaba dispuesta a aceptar que se burlaran de su hijo así que amenazó con acciones legales.
Ahí andaba el primogénito penando su destino. Los holandeses miraban con desconfianza a ese joven que sería el primer monarca varón tras una dinastía de tres mujeres que se prolongaba desde hacia más de cien años. Para semejante candil mejor quedarse a oscuras habrá pensado más de uno.
Su padre tampoco podía ayudarlo mucho afectado por una fuerte depresión y su madre, aunque lo amaba había sido criada en la severidad y exigencia que le imponía su rango. En más de una ocasión Beatriz, como soberana se preguntaba si ese heredero sería digno o un verdadero desastre. Es cierto, que en algunas ocasiones la había asombrado como cuando con tan solo 19 años participó en la carrera de las Once Ciudades, una ruta sobre hielo de 200 kilómetros. Su identidad recién se descubrió cuando llegó a la meta y demostró tener más fuerza de voluntad de la que le suponían. Sin embargo, no dejaba de ser una carrera, reinar bueno, reinar era otra cosa.
Y ahí estaba Guillermo con un futuro del que no se podía escapar y que pocos creían que cumpliría con dignidad. Parecía la encarnación del holandés errante, si el barco fantasma estaba condenado a vagar por los océanos del mundo, él se sentía condenado a vagar por los compromisos protocolares. Miraba con cierta envidia a su hermano Friso que con su título de ingeniero aeronáutico trabajaba en lo que quería y no en lo que le imponían. Con solo 30 años ya era vicepresidente de la sede de Goldman Sachs en Londres. Friso solía bromear con los periodistas pidiendo que “cuiden mucho a mi hermano así el puede ser rey y yo seguir haciendo lo que me gusta”. En cambio, Guillermo sabía que jamás trabajaría de lo que amaba: ser piloto de aviones comerciales.
Para 1999, con 32 años Guillermo entendía que jamás podría escapar de sus obligaciones reales pero también sabía que en algo jamás claudicaría: se casaría con amor. Y en esto, su madre tan rígida también lo apoyaba. Ella se había casado con Claus pese a las críticas y quería lo mismo para su hijo.
Como miembro de la familia real, Guillermo participó de la Feria de Sevilla, pero fuera de protocolo decidió asistir a una fiesta. Cynthia Kauffman, una argentina que había conocido en la Maratón de Boston le quería presentar a una amiga suya también argentina que era vicepresidenta de Mercados Emergentes en el Dresdner Kleinwort Benson de Nueva York., una tal Máxima Zorreguieta.
A Guillermo le gustaba practicar diversos deportes, desde tenis hasta patinaje, pero para bailar no era un dotado ni siquiera un habilidoso con esfuerzo. Esa noche cuando invitó a bailar a la candidata amiga de su amiga, luego de los primeros pasos ella le lanzó con alegría y desparpajo un: “You are made of wood” (sos de madera). Él lejos de enojarse quedó encantado con esa latina, espontánea, divertida y dueña de la sonrisa más encantadora del planeta.
Lo que sigue es historia conocida. Máxima y Guillermo se enamoraron. El pasado como funcionario de la última dictadura argentina de Jorge Zorreguieta, padre de Máxima convirtió al noviazgo de en una cuestión de Estado en Holanda. Para defender a su novia, Guillermo ofreció como “fuente independiente” una carta donde se minimizaba la represión en Argentina. Olvidó un detalle: el que firmaba la carta era el dictador Jorge Rafael Videla. Para exculparlo, Máxima dijo a la prensa en un fluido holandés: “Estuvo un poco tonto”, lo que llevó a que muchos recordaran el viejo apodo del heredero.
El príncipe mostró que estaba dispuesto a renunciar al trono pero no a su novia. El tema de los derechos humanos y sus violaciones no era menor y el Parlamento ya había dado pruebas contundentes de que no aprobaría la boda. Se encontró una fórmula intermedia que conformó a los parlamentarios y a la Casa Real. El casamiento se celebraría pero sin el padre de la novia entre los asistentes.
El 2 de febrero de 2002, Guillermo y Máxima se casaban. “Para el observador superficial, esto parece un cuento de hadas. Pero usted ya sabe de las dolorosas limitaciones que impone el título de princesa. Incluso el día de hoy”, le dijo Job Cohen el alcalde que los unió en su boda civil y puso en palabras la mezcla de felicidad y tristeza de ese día.
Fue en la ceremonia religiosa que al escuchar Adios Nonino”, el tango preferido de su padre que la novia comenzó a llorar. Y el ahora esposo, ese príncipe que la había conquistado con su torpeza como bailarín y que el mismo día de la boda se enredó con la espada de su uniforme, abandonó esa frialdad que le atribuyen a los sajones y con un gesto tierno y profundamente humano apretó con su mano la mano de su novia. No hubo palabras, no era necesario, en ese gesto le decía “dame la mano y vamos ya”.
El príncipe, unos años antes ya había comenzado a asumir más responsabilidades como futuro rey. Realizaba con frecuencia visitas oficiales en nombre de su madre. Era miembro de honor de la Comisión Mundial del Agua y del Comité Olímpico internacional. Dicen que la argentina le hizo ver a su marido que lo que parecía una pesada obligación juntos lo podían transformar en una hermosa vida.
Los holandeses amaron a esa mujer que siempre aparecía con una sonrisa y cara de “feliz cumpleaños”. Su popularidad no paró de crecer tanto que en 2011, el Parlamento votó para pudiera ser reina consorte cuando su marido fuera coronado, lo que ocurrió el 30 de abril de 2013.
Ese príncipe anodino se convirtió en un monarca querido y respetado. Abandonó el estilo rígido de su madre e impuso otro más cercano. Se muestra feliz con sus hijas Amalia, Alexia y Arianne mientras cumple con tareas políticas como la firma de las leyes, la jura de los miembros del Gobierno, y tareas ceremoniales.
Cuando estaba a punto de suceder a su madre, la princesa Beatriz le dio un consejo muy especial. “Sé tú mismo, marca tu propia ruta y no te aproveches de tu posición”. Y aunque no lo dijo en voz alta, seguramente pensó “y no te separes de Máxima que es una bendición”.
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