Hay luces y sombras. Hay oscuridad y brillo. Hay secretos bien guardados. La historia de la argentina Máxima Zorreguieta Cerruti, esposa del rey Guillermo de Orange desde el 2 de febrero de 2002, se revela con detalles desconocidos en el libro Máxima, la construcción de una reina (Penguin Random House) de los periodistas Rodolfo Vera Calderón y Paula Galloni.
Cómo una joven de clase media acomodada de la Argentina se convirtió en la reina consorte de los Países Bajos. De su crianza siguiendo el mandato de su padre Jorge Zorreguieta (”escalar hasta lo más alto posible”, señalan los autores) hasta el camino para construir su imagen perfecta. Desde sus días en el colegio Northlands, su viaje a Nueva York, los amores antes del príncipe hasta la vida excepcional en palacio.
Aquí, tres extractos de diferentes capítulos que revelan detalles nunca antes conocidos de sus días de amor en la Patagonia, la relación con sus hijas y su vida íntima como reina.
La Patagonia, su lugar en el mundo
Si bien y por definición es por demás difícil captar la atención de un príncipe que goza y vive los privilegios de la monarquía europea, las nuevas generaciones han demostrado que para ellos el amor no es una cuestión de Estado ni de sangre, como lo ha sido siempre. Hoy, algunos de los flamantes o futuros monarcas, como Felipe de España, Federico de Dinamarca y Haakon de Noruega, se enamoraron de plebeyas que supieron compartir con ellos las costumbres mundanas que los hacen sentir más humanos y menos nobles.
El primer viaje de Guillermo Alejandro de los Países Bajos a la Argentina no fue precisamente a lo que un príncipe heredero está acostumbrado. En agosto de 1999, Máxima invitó al primogénito de la reina Beatriz a un país “en vías de desarrollo” y lo introdujo en su familia como su “novio” y no como el heredero de una de las fortunas reales más grandes del mundo. Hasta ese momento, la argentina conocía lo esencial sobre buenos modales, pero muy poco sobre protocolos. De hecho, el trato que tenían como pareja con Guillermo Alejandro era exactamente el mismo que había tenido Máxima con sus ex novios: un noviazgo a lo plebeyo. Recién en el 2001 la relación cambió, cuando la pareja se comprometió y Máxima se radicó en Bruselas por pedido de Beatriz de los Países Bajos. La intención de la entones monarca era formar y transformar a Máxima Zorreguieta en una exquisita princesa y en una perfecta reina consorte de Holanda.
Volviendo al primer viaje a la Argentina, la experiencia que vivió el heredero al trono se convirtió en una aventura maravillosa, más por el trato de igual a igual que recibió de los padres y hermanos de su novia que por el conmovedor paisaje de Bariloche. También de los amigos “sureños” de su novia, a quienes en ese momento se les ocultó la verdadera identidad de Alex, como lo llamaba su enamorada delante de todos.
Desde hacía unos años vivía en Bariloche Florencia “Flopy” Firpo, una de las amigas íntimas del colegio de Máxima, que al igual que muchas de las “northlanders”, visitaban frecuentemente la Patagonia durante la adolescencia. Flopy se radicó en San Carlos de Bariloche cuando conoció a Keem van Ditmar, un ex campeón nacional de esquí (entre 1991 y 1993) y descendiente de uno de los operadores inmobiliarios más exclusivos de la zona. También estuvo presente durante la temporada de invierno del 99 Valentina Velarde, hermana de María Laura, otra de las compañeras del secundario de Máxima, que estaba con su marido Cristian Dangavs, un instructor de esquí que años después fundó una de las escuelas más reconocidas de la zona.
Era una condición necesaria para este grupo de amigas que sus parejas cumplieran con ciertos requisitos. Uno de ellos era ser un experto esquiador. A simple vista Guillermo parecía más bien torpe que un deportista avezado, tenía una piel extremadamente delicada, que enrojecía fácilmente después de exponerse a la nieve, y se cuidaba poco: comía y bebía sin restricciones. Así que para los argentinos que recién lo conocían, el candidato de Máxima for export todavía estaba a prueba, y más aún considerando que todos los jóvenes que integraban esa cofradía eran amigos o conocidos de Tiziano Iachetti, uno de los últimos novios argentinos de Máxima, que en Bariloche “jugaba” de local por ser hijo de los dueños del hotel Tunquelén y de la hostería Isla Victoria.
Sin saberlo, Guillermo tenía que atravesar una prueba de fuego: agradar como un simple mortal, mostrar destreza con los esquíes y ganarse la simpatía de los amigos de su novia. Con esa presión, acaso sabiéndolo, el primer día en la montaña no se guardó ningún truco, dejó a todos maravillados con su técnica perfecta aprendida en Lech, Austria, cuando el príncipe todavía era un niño y tomaba sus lecciones en las exclusivas pistas donde la realeza y el jet set viaja para practicar deportes de invierno.
Guillermo era hábil, tenía estilo y el círculo social de su novia —integrado por expertos del deporte— se lo supo reconocer cuando esa tarde se encontraron para almorzar en la terraza del refugio El Barrilete. Lo invitaron a tomar unas cervezas bien frías y después de varias rondas descubrieron otra versión de Guillermo, la del alma de la fiesta.
De la mano de Máxima, Guillermo podía ser auténtico. Ese viaje, sin protocolos ni cuidados restrictivos, le hizo experimentar un sentimiento de libertad que nunca había atravesado. Bariloche fue una revelación: significó descubrirse a sí mismo, verse cautivado y caer a los pies de una mujer, argentina, y no al revés como estaba acostumbrado.
En casa de sus suegros, ese espíritu desenfrenado que tenía a los 32 años se mantuvo oculto. Durante la estadía vivió bajo las reglas de Jorge y María del Carmen, que por la visita del príncipe habían alquilado la casa de la familia Monpelat, a quinientos metros de la base del Cerro Catedral. Ese invierno los Zorreguieta no tenían previsto contar con la presencia de Guillermo Alejandro. La cabaña de su propiedad, en Villa Catedral, se había prendido fuego seis meses antes en un incendio histórico y trágico para los lugareños y visitantes frecuentes. Las consecuencias dejaron sin hospedaje fijo a los Zorreguieta, que vendieron el terreno a Juan Pablo Reynal —hijo de William “Billy” Reynal, fundador del centro de esquí Catedral Alta Patagonia y creador del centro invernal Chapelco, en San Martín de los Andes— y empezaron a ir a Bariloche de prestado, con amigos o alquilando alguna propiedad a conocidos.
Era improbable que María del Carmen recurriera a la hospitalidad de su hermana, María Rita Cerruti. Aunque vivía en Bariloche desde hacía varios años y había dejado Pergamino desde su casamiento con un médico nacido en el sur, para Rita era imposible recibir a su hermana en su casa, más en plena temporada y con cuatro hijos adolescentes viviendo ahí adentro (Alejandro, María, Santiago y Francisco). María, como la llamaban sus amigas de la alta sociedad, prefería deberles un favor a sus amigos que a su hermana, y de paso alardear por los contactos de su hija (…) Era la presentación oficial para la familia Zorreguieta, pero un viaje fuera de agenda para la Corona; solo dos guardaespaldas de la Royal Marechaussee los acompañaron, y gracias a estar en la Argentina de incógnito pudo hospedarse con su futura familia política.
Después del inquietante llamado de su primogénita, María del Carmen buscó ayuda entre sus conocidos y tuvo suerte: convenció a la primera que consultó. Era Clara Monpelat. Si bien al principio se negó a alquilar la casa, María rompió el pacto de silencio que tenía con su hija y le reveló el motivo. Ahora sí, si se trataba de un asunto real, la propiedad de una planta estaba disponible para Máxima.
Los amigos de Máxima, que conocían la casa de los Monpelat en la Villa, suponían que Guillermo Alejandro debía estar muy enamorado de ella. De otra forma no se explicaban cómo el extranjero había hecho un viaje semejante para dormir en la cama marinera de una pequeña habitación por un par de días. Y claro, la sorpresa fue mayor algunas semanas después cuando se enteraron de que el “noviecito” de Máxima era el heredero de un trono europeo. Quienes habían conocido a Guillermo Alejandro durante ese viaje lo trataron como a un par, por las noches se emborrachaban juntos y hasta compartían juegos, desafíos con tragos y bailes ridículos que solo el alcohol permite. Puertas adentro, los Zorreguieta habían compartido con el futuro rey de los Países Bajos el único baño de la casa, además de los quehaceres domésticos como lavar la vajilla después de las comidas o hacer la cama. La mayoría de los conocidos de la pareja coinciden en que esa experiencia mundana enamoró completamente a Guillermo y le generó un idilio con el sur argentino. Cuando terminó ese viaje, el príncipe supo que volvería.
La descendencia
Si hay algo en lo que coincidieron Máxima y Guillermo fue en la exposición que tendrían sus hijas durante su niñez. Concluyeron en que la crianza de las princesas no estaría expuesta a la vida pública. Aprovechando el acuerdo tácito que Beatriz creó con la prensa, que dictamina que no se puede “paparazzear” a ningún miembro de la familia real fuera de sus funciones, en el único momento en el que las princesitas posarían para los fotógrafos sería durante celebraciones donde ellas fueran las protagonistas, como el bautismo. También en las fotos pautadas en vacaciones, que se dan a mitad de año, en el receso estival y durante las fiestas. Eso sería todo. Con esto, los padres de Amalia, Alexia y Ariane pretendían que sus herederas tuvieran una infancia lo más normal posible, sin la mirada de la opinión pública a cuestas.
Fueron muchas las normas a las que Máxima debió enfrentarse y también aceptar. Pero nunca negoció la elección de las niñeras para sus tres hijas. En cuanto nació Amalia, supo que quería que su descendencia hablara español de manera fluida para poder conversar sin problemas con sus familiares latinoamericanos. Enseguida pensó en contratar una nanny argentina, pero en ese momento carecía de las herramientas necesarias para plantarse y dar ese paso. Aceptó la propuesta de la Casa Real, que luego de una exhaustiva búsqueda llegó a Hansje Görtz, una joven egresada con honores de Norland College, la escuela de niñeras más reconocida del Reino Unido que desde su fundación en 1892 se ha dedicado a criar a los hijos de la aristocracia británica y donde se educó la actual niñera de los hijos de los duques de Cambridge: George, Charlotte y Louis. Después de tres años y medio trabajando para los Orange, Görtz decidió renunciar a su puesto para fundar una academia de niñeras a la que llamó Görtz&Crown. La institución abrió sus puertas en 2007 con la excusa de responder a un nuevo reclamo en la sociedad holandesa. “Noté que muchas familias estaban interesadas en una niñera capacitada. En Inglaterra, las niñeras son un fenómeno normal, pero en los Países Bajos todavía no está establecido. Mientras tanto, el cuidado de los niños es cada vez más caro y crece la necesidad de una oferta acorde”, le dijo al diario Leidsch Dagblad durante la apertura de su emprendimiento, del que se distanció ocho años más tarde para dedicarse al mundo de la moda.
La capacitación que ofrecía no era para cualquier persona sino para aquellos que aspiraban a trabajar con “familias exigentes y con un alto nivel educativo de los círculos acomodados”. En sus cursos, que duraban tres meses, daba pautas a tener en cuenta para cumplir con creces los objetivos de una familia de este tipo. Primero decía que era importante saber que las niñeras reportaban directamente a los padres de los niños, al igual que el chef de una residencia. El resto de los empleados eran responsables ante el mayordomo o el ama de llaves. Por otro lado, daba instrucción sobre el código de etiqueta que una buena niñera debía tener: nada de escotes ni de tacos altos. “Es importante pasar desapercibido”, destacaba en sus clases Görtz. Ofrecía la voz de expertos en cada tema, como una especialista en cuidado personal que sugería que “un poco de rímel y lápiz labial marcan la diferencia”, además de la importancia de lavarse el pelo a diario y siempre oler bien. Para este tipo de familias también es vital que las niñeras puedan resolver cuestiones extremas como mantener la identidad de los chicos a su resguardo —”cuando iba a los parques, llamaba a los niños por sus apodos para que no sean reconocidos”— y también poder ingeniárselas para huir de los paparazzi.
Hansje Görtz solo cuidó de Amalia y Alexia, las dos hijas mayores de los reyes de Holanda. Cuando se retiró, Máxima estaba embarazada de su hija menor, Ariane. Y aunque se había encariñado con la niñera de sus hijas, la entonces princesa prefirió que esta encarara su proyecto antes del nacimiento de su tercera bebé. Así una nueva candidata podría estrechar lazos con la recién nacida desde el primer momento. A pesar de su partida, el vínculo con Hansje se mantuvo intacto. Es más, Máxima y Guillermo Alejandro le permitieron mencionar en el sitio web de su emprendimiento que había sido su niñera e incluso nombrarlos en entrevistas. “Es una de las pocas emprendedoras que puede citar a la familia real como referencia”, destacó el periódico holandés que entrevistó a la nanny por primera vez.
Cuando Máxima y Guillermo tuvieron que encarar una segunda búsqueda de personal para el cuidado de sus hijas, les costó decidirse. La persona contratada debía ser alguien de extrema confianza, que trabajara en horarios irregulares, más de treinta horas a la semana, vacacionara con ellos, por supuesto, y pudiera estar disponible algunos fines de semana.
Entonces, apareció en escena Eveline van den Bent, que a pesar de tener un título de abogada de la Universidad de Leiden —conocida como la Oxford holandesa y casualmente la misma en la que se educaron el propio monarca neerlandés y su madre— se anotó para adoctrinar a las princesitas. Sorprendida por la capacidad de Eveline para resolver cada situación con facilidad y delicadeza, en 2010, Máxima resolvió ascenderla y convertirla en su asistente personal.
Dispuso entonces dar inicio a la búsqueda que tanto había ansiado: una niñera argentina. Lo primero que hizo Máxima fue consultar con sus íntimas de toda la vida. Rápidamente encontró respuesta en su mejor referente en términos de educación, Florencia Di Cocco. La familia Di Cocco se dedica a la educación desde principios de los ochenta cuando fundaron el colegio Nightingale. Florencia y sus hermanas Coti, Marcela, Claudia y Constanza heredaron la profesión de su madre Hilda, y en la actualidad dirigen la institución, que cuenta con jardín de infantes, primaria y secundaria.
Florencia le recomendó a la pareja real alguien de su extrema confianza, su sobrina Ana Roibon. La joven de 32 años había estudiado organización de eventos, y sus estudios secundarios habían sido en el Sworn College del barrio de Belgrano. Máxima la entrevistó por teléfono y cuando obtuvo el visto bueno de Guillermo Alejandro, la joven fue sometida a un extenso cuestionario por parte de la Casa Real y del Servicio de Información del Estado. Al cabo de unos meses, la contrataron. Cuando las princesitas comenzaron la preadolescencia, Anita, como le gusta que la llamen, empezó a tener menos responsabilidades, y entonces decidió radicarse en Londres para continuar con su labor como organizadora de eventos. Actualmente vive en Buenos Aires; consultada por los autores de este libro, no cree pertinente hablar sobre su paso por la educación de las herederas de los monarcas holandeses. “No tengo ningún comentario para hacer al respecto”, escribió.
La presencia de una niñera argentina en la vida de las princesas de Orange repercutió en ellas. A simple vista, se notó cómo empezaron a hablar con más fluidez en español, y eso, con el tiempo, les valió serias consecuencias con el pueblo neerlandés.
Peter Scheffer, que trabajó como corresponsal en Argentina durante siete años para el diario nacional Trouw y también para el noticiero de la televisión pública, confesó que cuando se introdujo a Máxima como miembro senior de la familia real, los ciudadanos quedaron fascinados porque aprendió muy rápido el idioma. “Fue un sinónimo de respeto para con el pueblo. El holandés es muy difícil y ella lo logró. Tuvo la deferencia de hablar nuestro idioma desde su noviazgo. Todo el pueblo la amaba desde entonces”.
Pero un hecho marcó cierta apatía de parte de los holandeses. El 6 de diciembre de 2012, durante la celebración de Sinterklaas o Fiesta de San Nicolás, un evento tradicional en Holanda donde miles de niños esperan la llegada del santo a bordo de un barco para traerles regalos, golosinas y entonar villancicos, Máxima hizo presencia con sus tres hijas, que tenían nueve, siete y cinco años. Tuvo lugar en el puerto de la localidad de Scheveningen, y varios de los presentes notaron que durante la ceremonia madre e hijas hablaban en español.
Cincuenta años
Al igual que cuando celebró su cumpleaños número 40, acompañada por su familia durante un concierto en el teatro Concertgebouw de Ámsterdam, Máxima volverá a ser el centro de atención al cumplir medio siglo de vida, el 17 de mayo de 2021. En esa ocasión, sin embargo, no estará su padre para cantar el “Feliz cumpleaños” con ella, como lo hizo aquella vez mientras la Orquesta Real de Holanda, dirigida por el maestro Mariss Jansons, tocaba la famosísima melodía escrita por las hermanas estadounidenses Mildred y Patty Smith Hill.
La vida de Máxima cambió mucho en diez años: se convirtió en reina consorte, se mudó a un palacio, sufrió la pérdida de su padre, el suicidio de su hermana, y para colmo de males, enfrenta la popularidad más baja desde el día que se casó con Guillermo Alejandro en el cuento de hadas que ella misma pergeñó.
Máxima no es la reina de los Países Bajos. Es la reina Máxima de los Países Bajos. Que no es lo mismo, aunque muchos así puedan sugerirlo. El título a secas puede llevarlo solamente el soberano, y siempre deberán referirse a su figura como “el Rey” o “la Reina”, con mayúsculas. La mujer del Rey es la reina consorte, y su estatus y tratamiento se debe plenamente al de su marido. Por lo tanto, Máxima, como mujer del Rey, siempre será reina consorte de los Países Bajos. La confusión es habitual, tanto que incluso Máxima, en uno de sus numerosos viajes, se refirió a sí misma como “la Reina” durante una entrevista. Ipso facto fue corregida por Marc van der Linden, uno de los pocos periodistas de confianza de la Casa Real y con el temperamento suficiente como para corregir a la mujer de Rey.
“Usted no es ‘la Reina’, sino ‘la reina Máxima de los Países Bajos’”. Al principio no se lo tomó de la mejor manera, aunque tiempo después pidió una reunión con Van der Linden; necesitaba saber qué error tan grave había cometido como para que un periodista se atreviera a corregir a su reina. Y lo entendió. Porque así es Máxima, obstinada pero inteligente.
Según algunos periodistas, como Daniela Hooghiemstra, la que manda en la pareja es ella. “Máxima es quien le ha dado ganas a Guillermo Alejandro de ser rey”, dijo la columnista del diario holandés de Volkskrant. En ese aspecto, Van der Linden coincide: “Máxima es como un toro. Es extremadamente inteligente, piensa rápido, es querida. Todos desean conocerla más y personalmente. Y eso es muy difícil, porque a pesar de que parece una mujer cálida, también es distante. Amable y abierta, pero marca los límites, y siempre que puede señala y reafirma su posición de privilegio”.
Esas ganas, que son como vitaminas para Guillermo Alejandro, hablan de una sólida relación de pareja en la que ambos se complementan; él tiene el título, ella la determinación y la habilidad para aconsejarlo sin apartarlo de su lugar. Pero a diferencia de lo que sucedía entre Carlos y Diana de Gales, al rey de los Países Bajos le encanta que su mujer sea el centro de atención, que tenga el carisma que a él le falta. Máxima le da seguridad, incluso lo hace sentir cómodo frente a los medios, de los que corría despavorido antes de conocerla.
“Pueden tener peleas muy fuertes. Una vez, cubriendo un evento oficial, los escuché discutir. Él, al igual que su madre, es caprichoso. Y solo ella sabe domarlo y hacerlo volver en sí”, contó Van der Linden, quien es experto en los Orange-Nassau y columnista del popular programa RTL Boulevard. También hizo una llamativa comparación entre Máxima y su padre: “Jorge Zorreguieta era apodado por sus amigos ‘el Zorro’, un animal que parece ser malo pero que en realidad protege a su manada. Ella es así también”.
Guillermo Alejandro no se queda atrás, porque después de dieciocho años de casados sigue profundamente enamorado de ella y no tiene reparo en demostrarlo. Posiblemente el secreto de su matrimonio es que él siempre la hace reír, es muy atento y la consiente con costosos regalos. Ella sabe apreciarlo. Por supuesto, no todo tiene que ver con lo material. En los últimos tiempos existieron situaciones públicas en las que el rey de los holandeses demostró la devoción que tiene por su mujer.
“Durante el entierro de su hermana Inés, en Buenos Aires, quedó en evidencia la manera en la que Guillermo Alejandro cuida a Máxima. Ella se sentía culpable después de que la prensa expusiera a Inés como una ‘ñoqui’, tras ser nombrada sin reunir los requisitos como funcionaria del gobierno de Mauricio Macri. El suicidio de su hermana explotó como una granada en su conciencia. Su marido supo contenerla estando a su lado en todo momento”, agregó el periodista y editor en jefe de la revista Royalty.
Quiénes son los autores de Máxima: La construcción de una reina
Rodolfo Vera Calderón (León, México, 1977). Periodista. Obtuvo la licenciatura en Relaciones Internacionales en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y recibió la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la Edmund A. Walsh School of Foreign Service de la Universidad de Georgetown. También cursó el Máster en Periodismo, el cual coordinan la Universidad de San Andrés, la Universidad de Columbia y el Grupo Clarín. Pasó por las redacciones de The Washington Times y Clarín y ejerció como corresponsal extranjero para la Compañía Periodística Meridiano. Fue subeditor y editor de la revista ¡Hola! (Argentina). A lo largo de su carrera ha entrevistado a miembros de la realeza como los reyes Carlos XVI Gustavo y Silvia de Suecia, la emperatriz Farah de Irán, los príncipes Jorge Federico y Sofía de Prusia, la princesa Gloria von Thurnund Taxis, los príncipes Joaquín y Marie de Dinamarca y los príncipes Alejandro y Gisela de Sajonia-Gessaphe. En 2014 publicó Mi vida con Christina Onassis, su primer libro.
Paula Galloni (Buenos Aires, 1988). Periodista. Es licenciada en Comunicación Social de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) y recibió el título de técnica superior en Periodismo en Taller, Escuela y Agencia (TEA). Ejerce su profesión desde 2008, cuando dio sus primeros pasos como productora en Radio Splendid e incursionó en gráfica realizando entrevistas y cobertura de eventos para la revista Pronto. Le siguieron ocho años como redactora de ¡Hola! (Argentina). Actualmente, colabora con distintos medios gráficos, se desempeña como panelista de televisión en la productora Kuarzo Entertainment Argentina y es columnista de radio en Grupo Octubre.
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