En 1956, Helen Rose, una diseñadora de vestuario de los Metro-Goldwyn-Mayer y que había quedado a cargo de múltiples producciones en la compañía, recibió un encargo para arropar a una de las actrices más bellas de Hollywood.
Se trataba de un vestido de boda para Grace Kelly, la actriz que acababa de recibir un Oscar por su actuación en The Country Girl y que estaba a semanas de convertirse en Alteza Serenísima de Mónaco.
En su encargo, la diseñadora se valió de metros de encaje para cubrir el pecho y los finos brazos de la novia, y de retazos de seda para confeccionar una voluptuosa falda enmarcada con un ligero fajín. Sin embargo, cometió un error: decidió decorar la armoniosa pieza con perlas a lo largo del cuerpo del vestido y el velo.
Quizá lo que Helen ignoraba la creencia arraigada de que las novias no deberían llevar aquella gema al altar, pues aunque sienta con suma elegancia, es presagio de las lágrimas que podrían adornar el matrimonio venidero; acaso será coincidencia o pura superstición, pero las perlas del vestido de Grace adelantaron los llantos que derramaría su dueña hasta su muerte, 26 años después.
¿Un trato en donde todos ganan?
Con Grace, Mónaco había ganado una princesa y una publicidad brutal que prometía ayudar a reactivar la economía y proteger la independencia del principado. El príncipe Rainiero se podría mostar en el futuro junto a una mujer bella, fuerte y saludable que habría de darle un heredero, buscado con urgencia, y dos princesas. Pero la originaria de Filadelfia había dejado mucho de sí misma atrás: su carrera como actriz y el amor que en ella despertaba. Apenas el arreglo se había hecho, Rainiero dejó claro ante la prensa que Grace no volvería a actuar en ninguna película, pues no era propio de un miembro de la realeza.
La determinación de Kelly a convertirse en una estrella la había llevado a soportar el desdén de su padre, John Kelly, y a trabajar como modelo para poder sostenerse la carrera en la Academia Americana de las Artes Dramáticas.
“Era ambiciosa como actriz y quería estar en la cima. Quería ser buena, se esforzaba, estaba decidida a tener tanto éxito como actriz, no en lo glamoroso sino como actriz”, narró la biógrafa de Kelly, Sarah Bradford, ante las cámaras de la BBC; y aun así, le apostó todo a un “vivieron felices para siempre” y se despidió de Hollywood.
“(Casarse) representaba una manera maravillosa de salir de Hollywood, un escape perfecto. Todas las actrices se enfrentan con este dilema: ¿Cuándo han alcanzado la cima? Si son inteligentes, no quieren bajar después de eso. Quieren detenerse en la cima”, apuntó Robert Lacrey, otro biógrafo de la actriz.
Después de terminar la última película en la que trabajó, Alta Sociedad, Grace y su familia zarparon hacia el principado europeo el cuatro de abril de 1956. Poco sabía Grace, que aquel acuerdo sólo lograría mantenerla cautiva en un palacio muy lujoso.
“Casarse es un gran paso para cualquier chica”, dijo aquel día antes de irse, en una rueda de prensa. Ahí iba quien alguna vez fue una de las actrices favoritas de Alfred Hitchcock y que ya nunca protagonizaría otra película.
La princesa de Hollywood en el último cuarto de la torre más alta
Rainiero y Grace se casaron el 18 de abril por lo civil y un día después de manera religiosa, en la catedral de San Nicolás. El vestido, la fiesta y la hermosa pareja que formaban parecían un cuento de hadas.
Pero meses después de que contrajo matrimonio, Grace comenzó a tomar noción de algunos detalles que, con la premura del compromiso, había ignorado.
“Se dio cuenta de que no tenía nada en común con Rainiero. Cuando empezó su vida diaria con él, descubrió que era una criatura de hábitos. Sólo formalidades. Podía ser muy frío, seco, controlador y dictatorial. Había mucho personal que era pedante con la joven rubia que había llegado... y ella estaba atrapada”, narró Robert Lacrey en el documental Grace Kelly: la extraordinaria vida de uno de los íconos de Hollywood.
Grace no solo estaba en el ojo del escrutinio público, sino que constantemente recibía escarmientos y cuestionamientos por parte de la familia de Rainiero. En aquella ya conocida dinámica en donde la realeza pone al filo a las mujeres que se integran a las monarquías; por ser estadounidenses y, sobre todo, estrellas de cine.
Aunado a ello, pronto llegaron a los oídos de Kelly una serie de rumores que ponían en duda la fidelidad de su esposo. La infidelidad ya había sido protagonista de uno de los episodios más dolorosos de su vida, pues mientras crecía, su madre Margaret había tenido que soportar toda clase de traiciones por parte de su padre. Ahora era ella quien lo vivía en carne propia.
La negativa para regresar al cine
A pesar del dolor que trajo consigo aquella situación, Kelly siguió adelante con sus deberes como princesa consorte. Trajo al mundo a las princesa Carolina en 1957, y al príncipe Alberto II un año después.
Conforme pasó el tiempo la “princesa de Hollywood” realizó toda clase de caridad y procuró comportarse de acuerdo a los protocolos de la realeza. Hasta que no pudo más y comenzaron a atacarla el pánico y los nervios cada vez que tenía que asistir a un evento oficial; lo cierto era que Kelly añoraba lo que había sido su vida.
Y su añoranza fue escuchada. En 1962, el director de cine Alfred Hitchcock le ofreció un papel en su película Marnie: “La actuación estaba en su sangre, y la extrañaba. Cuando Hitchcock le dio la oportunidad de ser ‘Marnie’ ella de verdad quería hacerlo”, opinó la biógrafa Sarah Bradford.
Pero no pudo ser. El anuncio del regreso de Kelly al cine causó revuelo entre los monegascos y finalmente la película fue protagonizada por la actriz y activista Tippi Hedren.
Eso sólo profundizó el malestar de la que alguna vez había sido una de las actrices más bellas de la industria fílmica estadounidense. Incluso, durante aquellos años, la princesa de Mónaco sufrió un aborto del que hubiera sido su tercer hijo.
El sello de la monarquía
En 1965, la familia real dio la bienvenida a Estefanía, quien años después se ganaría el mote de “la princesa rebelde” y quien estaría presente en el fatídico accidente automovilístico en el que Grace perdió la vida en 1982.
Durante las décadas siguientes, a pesar de su infelicidad, Grace se mantuvo en sus deberes de princesa, haciéndole publicidad a Mónaco. Incluso aun cuando su matrimonio ya estaba roto y ella se había hecho de un departamento en París, Francia.
Entre aquellos eventos a los que asistió, destacó uno en donde conoció a la princesa Diana y la joven tuvo la oportunidad de darle un vistazo a su propio futuro.
Fue en 1981, durante un recital de poesía al que ambas asistieron en Londres y que, incluso, fue el primer evento público al que asistió Diana después de anunciar su compromiso con el príncipe Carlos.
En medio del furor que Diana ocasionó en la prensa por un vestido negro que decidió portar en la gala, la futura princesa de Gales le preguntó a Grace Kelly: “¿Esto siempre es así?”, a lo que ella contestó: “Sólo empeora”.
Un año después de ese encuentro, el 13 de septiembre de 1982, Grace Kelly conducía su Rover P6 junto a su hija Estefanía de regreso a Mónaco desde su casa de campo. El autómovil se despitó en una curva y cayó 30 metros por un barranco. La princesa de Mónaco falleció al día siguiente por las heridas. Tenía 52 años.
Así tuvo su abrupto final una de las estrellas más bellas y “gélidas” de Hollywood. La que pensó que su boda y su vida de princesa serían su salvación. Pero se parecieron más a una condena. No sería la primera ni la última.
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