Juan Carlos a los 83: el rey que mató a su hermano en un accidente, salvó a España y cuyas amantes condenaron a la humillación

El presente del monarca emérito, acusado de corrupción, opaca su legado histórico. Un repaso por la vida de un hombre al que su ambición y desprolija intimidad terminaron aislándolo de todo lo que había construido en su vida

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Juan Carlos cumple 83 años
Juan Carlos cumple 83 años solo y humillado (Europa Press)

A veces el destino nos mete zancadillas para que la vida no resulte como la esperábamos. Pero qué sucede cuando las zancadillas no son producto del azar sino de las propias decisiones. ¿Qué sentirá una persona que fue héroe y hoy es villano, que fue amado por millones y hoy su propio hijo prefiere tenerlo lejos? ¿Qué pensamientos ametrallarán la cabeza de ese hombre que sabe que vive un exilio dorado, pero exilio al fin, no por imposición de otros sino por sus propios desaciertos y desmanejos? Ese hombre destinado a hacer historia hoy es historia. Humillado, apartado de la familia real y exiliado, Juan Carlos de Borbón celebra en soledad sus 83 años.

Ya desde el comienzo de su vida, Juan Carlos se distinguió. Es que el hombre destinado a ser monarca de los españoles no nació en la península ibérica, sino en Roma, donde su familia estaba exiliada por la guerra civil que desangraba a su patria. De Italia su familia se mudó a Suiza, y de allí, a Portugal. El periplo hizo que aprendiera a hablar en francés antes que en español.

Juan Carlos Alfonso Víctor María
Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón nació en Roma, Italia, dado que los Borbón estaban en el exilio (Casa Real)

Para 1948, la dictadura de Franco estaba consolidada. Los republicanos habían sido derrotados y el generalísimo decidió que aunque se mantendría aferrado al poder era bueno pensar en algún heredero. Pensó que solo un descendiente de reyes podía ocupar su lugar, y ese sería Juan Carlos. El elegido contó cómo creció. “Mi formación fue planificada entre Franco y mi padre. Fui como una pelota de ping pong: cuando su relación era buena, estudiaba en España, cuando era mala, lo hacía en Portugal. Ese ha sido el resumen de mi vida hasta que entré en la Academia Militar”. Mientras sus padres vivían en Lisboa, el futuro rey vivía con Alfonso, su hermano menor, en Madrid. Una tragedia los esperaba agazapada.

Transcurría la Semana Santa de 1956 y la familia real disfrutaba del descanso en Villa Giralda, en el municipio portugués de Estoril. Dispuesto a pasar unos días con ellos, en su valija Juan Carlos llevaba un revólver calibre 22. Nunca se supo si fue un regalo de Franco o de un compañero de la Academia. Está con Alfonsito en su habitación cuando se escucha una detonación y una bala mata al muchacho de 15 años. “Estando el infante don Alfonso de Borbón limpiando una pistola de salón con su hermano, la pistola se disparó, alcanzándolo en la región frontal, falleciendo a los pocos minutos. El accidente sucedió a las 20:30 horas, al regresar de los oficios de Jueves Santo, donde había recibido la sagrada comunión”. Estas dos oraciones fueron la única comunicación oficial sobre la muerte, en la que se esquiva sin disimulo la responsabilidad del hermano mayor, quien irresponsablemente apretó el gatillo.

La muerte de Alfonsito marcó a la familia real para siempre, al punto que su madre, doña María, dijo que el día de su muerte se le “paró la vida”. Su padre no volvió a hablar jamás en público de su hijo fallecido. Dicen que el futuro monarca quedó tan conmocionado por lo que había sucedido que quiso hacerse monje, algo que sus padres impidieron. También profundizó cierto perfil introspectivo y solitario, y pese a lo que podría pensarse, desarrolló una verdadera obsesión por las armas de fuego.

La muerte de su hermano
La muerte de su hermano no frenó su pasión por la caza ni las armas de fuego (Casa Real)

De vuelta en España estudió en las escuelas militares de las tres armas, además cursó en la universidad Derecho Político e Internacional, Economía y Hacienda Pública.

En 1961 asistió a la boda de Catalina, duquesa de Kent, con el príncipe Eduardo. Allí conoció a la princesa Sofía de Grecia. Bonita, elegante y noble. Meses después se casaron, el 14 de mayo de 1962. Nunca se supo si se casó con ella porque la amaba o simplemente porque era la que le convenía por rango y sangre. Pronto llegaron los herederos. Elena, la primogénita, Cristina y, finalmente, Felipe el príncipe heredero.

La familia real española (Shutterstock)
La familia real española (Shutterstock)

La familia real crecía y la historia seguía su curso. Franco, el dictador de la dictadura que parecía eterna moría el 20 de noviembre de 1975. Dos días después, Juan Carlos de Borbón era proclamado rey de España y asumía la jefatura del Estado. En el Palacio de la Carrera lo vitoreaban, pero su cabeza estaba en ebullición. “Mi gran preocupación era: muerto Franco, ¿cómo voy a hacer para instaurar la democracia? (...) Necesitaré un mínimo de tiempo para que entiendan bien lo que tengo intención de hacer”, le confesó al escritor José Luis de Vilallonga en las conversaciones que este recopiló en su libro El rey. Por eso preparó sus primeras palabras como monarca queriendo dejar claro, según repitió en numerosas ocasiones, que quería ser el rey de todos los españoles.

Lejos de convertirse en un monarca autoritario, facilitó la transición democrática. Así fue como en 1978 la nueva Constitución española estableció la monarquía parlamentaria.

Pero lo que sin duda hizo que los más convencidos republicanos se declararan no monárquicos pero sí “juancarlistas” fue su papel en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Un grupo de guardias civiles tomó el Congreso de los Diputados y esperaban el apoyo del Rey. Pero Juan Carlos estuvo a la altura de lo que le pedía la historia. “La Corona no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático”, subrayó frente a millones de españoles que lo miraban y admiraban por televisión.

Los logros no solo eran políticos. Juan Carlos y Sofía proyectaban una imagen de familia feliz. Lejos de los escándalos que en los 90 protagonizaba la Corona británica con la separación de Lady Di del príncipe Carlos y de la indomable Fergie con el príncipe Andrés, los españoles aparecían cercanos a su pueblo, discretos y amados. En 1995 se casaba la infanta Elena con el aristócrata Jaime de Marichalar, luego Cristina con Iñaki Urdagarín, que no solo no era noble sino un destacado y pintón deportista. El único que se mostraba renuente al compromiso era Felipe, pero en 2004 se casaba con la periodista Letizia Ortiz Rocasolano.

Juan Carlos rodeado de sus
Juan Carlos rodeado de sus hijos, su nuera y sus ocho nietos (Casa de S M el Rey/ Shutterstock)

A diferencia de la prensa británica, la española siempre mantuvo silencio sobre la vida privada de sus monarcas. Se sabía que el monarca era no solo un hombre encantador, culto, sino que también la seducción no le resultaba ajena. Antes de casarse con doña Sofía había tenido un gran amor con María Gabriela de Saboya. Ya casado los rumores de romances arreciaban. Se conocían y sabían pero no se publicaban. Como el que habría mantenido con Bárbara Rey, una actriz que dio a entender que poseía videos con el monarca mostrando sus dotes amatorias. Se habló de una supuesta relación con Liliane Sartiau, que incluía una hija extramatrimonial. Sofía aparentemente sabía de todas estas aventuras y además de callar, toleraba. En el libro de Pilar Eyre La soledad de la Reina aseguran que un día lo encontró intimando con la cantante Sara Montiel. Otras mujeres que habrían estado con el seductor monarca son la empresaria Sol Bacharach, la condesa Olghina de Robilant, la decoradora Marta Gaya y la política Carmen Díez de Rivera.

Para Sofía las aventuras amorosas de su marido nunca fueron una novedad y siempre se ocupó de saber quiénes eran sus amantes. En algunos casos ordenó que no se les permitiera la entrada al palacio para ciertos festejos oficiales –a pesar de que eran mujeres con títulos nobiliarios o pertenecientes a familias de la aristocracia– y hasta habría impedido que una de ellas pudiera amarrar su yate en un exclusivo club náutico de Palma de Mallorca. Esas eran las “pequeñas venganzas” de la Reina, quien, a pesar que hacía muchos años no tenía vínculo íntimo con su marido, continuaba viviendo junto con él. Por otra parte, nunca se plantearon el divorcio como una salida posible a una relación totalmente terminada.

Fue Corinna Larsen la que consiguió que el sol ya no se pudiera tapar con las manos. Su romance habría surgido cuando ella estaba aún casada con con el príncipe alemán Casimir zu Sayn-Wittgenstein, su segundo marido.

El monarca cayó rendido ante los encantos de esta alemana que lo cautivó con su belleza, su clase y su inteligencia. Para poder verla, muchas veces se arriesgó a ser capturado por los flashes, sin importarle las consecuencias. La relación podría haber permanecido en la clandestinidad por muchos años si aquel famoso safari en Botsuana –ocurrido en 2012– no hubiera salido a la luz.

Mientras su país vivía una grave crisis económica, acompañado por el magnate sirio Mohamed Eyad Kayali, Corinna, su hijo Alexander y el primer marido de ella, Philip Adkins –apasionado por la caza de animales–, el monarca llegó en un vuelo privado al aeropuerto de Maun. Los cinco se trasladaron a Qorokwe, un campamento en el delta de Okavango, el sitio predilecto de los cazadores.

Siete disparos bastaron para que el rey Juan Carlos terminara con la vida de un elefante de más de cincuenta años que pesaba más de cinco mil kilos. Orgulloso, el momento quedó inmortalizado en una foto junto al animal muerto. Para su desgracia, esa imagen dio la vuelta al mundo y desató el escándalo cuando esa misma noche tropezó en el campamento y se fracturó la cadera. El viaje utrasecreto con su amante terminó saliendo a la luz y mostró a un rey impiadoso que disfrutaba matando animales.

Juan Carlos tuvo que ser trasladado de urgencia a Madrid, donde fue operado. Dentro del hospital admitió su error: “Lo siento mucho, me he equivocado, y no volverá a suceder”, declaró ante la prensa.

El escándalo del viaje de cacería, la confirmación de que Corinna era su amante, la condena a cinco años y diez meses de prisión de su yerno Iñaki Urdangarín por el caso Nóos (una red de corrupción) y una abrupta caída de la popularidad de la monarquía española pusieron punto final a sus 38 años de reinado. En 2014 Juan Carlos abdicó irremediablemente en favor de su hijo Felipe.

Al abdicar perdió su inmunidad legal y comenzaron a abrirse investigaciones sobre posibles actos de corrupción. La primera, sobre una cuenta en Suiza atribuida a él y el posible cobro de comisiones por el tren de alta velocidad a La Meca, y la segunda, relacionada con el uso de tarjetas opacas a otro nombre.

A ellas se ha sumado una última vía de investigación por un presunto blanqueo de capitales tras recibir la Fiscalía un informe del organismo público encargado de supervisar y prevenir este tipo de delitos.

Felipe de Borbón se convirtió
Felipe de Borbón se convirtió en Príncipe de Asturias, título del heredero de la Corona española, en enero de 1977 (Reuters)

Cercado, Juan Carlos decidió fijar temporalmente su residencia en otro país ante la repercusión publica de “ciertos acontecimientos pasados” de su vida privada. También lo hizo para facilitar a su hijo, Felipe VI, “la tranquilidad y el sosiego que requiere el ejercicio de sus funciones”.

Su hijo no condenó con palabras los desmanejos de su padre, pero sí con hechos contundentes: renunció a la herencia paterna y le retiró la asignación que percibía del presupuesto de la Casa Real.

Juan Carlos partió a Emiratos Árabes. Esta vez las razones de su exilio no eran una guerra civil, ni siquiera un movimiento republicano, sino su manera de alejarse de los escándalos de su vida privada y evadir las acusaciones por delitos financieros. Alejado definitivamente de la esposa que soportó todo en silencio, del afecto de sus hijos, del cariño de sus ocho nietos y, sobre todo, del abrazo de un pueblo que se declaraba “juancarlista”, el hombre quizá piensa que aunque logró cambiar la historia de su país, no logró cambiar la propia. Si con un tiro accidental mató a su hermano, hoy quizá siente que fue con su propia munición que mató su prestigio y, sobre todo, su rol en la historia.

 Un operario retira el
Un operario retira el retrato del rey emérito Juan Carlos I de la Sala de Gobierno del Legislativo foral del Parlamento de Navarra (junio de 2020) (Europa Press)

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