Desde los inicios de su juventud, el príncipe Carlos fue el soltero más codiciado de la realeza europea: la afortunada mujer que se casara con el hijo mayor de la reina Isabel, podría convertirse en monarca. Carlos daba por sentado que su madre abdicaría a su favor, lo que finalmente nunca ocurrió.
Carlos mantuvo cientos de romances y amoríos fallidos, hasta que en 1977 conoció a Lady Sarah Spencer, de 22 años, quien se convirtió en su amiga inseparable. Carlos había sido invitado a Althorp, la residencia familiar de los Spencer, y quedó cautivado con la simpatía y sociabilidad de Sarah. Juntos, asistían a los eventos más importantes de la realeza y la aristocracia británica. Algunas versiones aseguran que mantuvieron un breve noviazgo y que culminó por las constantes infidelidades del príncipe.
Lady Sarah era la hermana mayor de Lady Diana Spencer, quien quedó inmortalizada en el corazón de los británicos como Lady Di. Gracias a que Sarah los presentó, Carlos quedó fascinado con la hija menor del conde, John Spencer, y Frances Ruth Burke Roche, descendiente del Barón de Fermoy. Diana era una joven 12 años menor que el príncipe, nunca había tenido novio, había estudiado en Inglaterra y Suiza, y si bien no pertenecía a la realeza -una condición que hasta ese momento era indeclinable en las parejas de la corona británica- provenía de una tradicional familia aristocrática.
Apenas la conoció, Carlos sintió que -luego de tanto buscarla- había encontrado a la futura princesa indicada para su “plan perfecto”: casarse con una joven intachable y convertirse en rey. Pero había omitido un detalle fundamental: la relación inquebrantable y apasionada que ya lo unía a Camilla Parker Bowles, una mujer casada, mayor que él y con quien -en ese momento- no podía cumplir su sueño de pasar por el altar, aunque ella se divorciara.
Un amor imposible al que, el hijo mayor de la reina Isabel, siempre se negó a renunciar. Carlos sentía que Camilla era el amor de su vida pero no podía casarse con una mujer divorciada y el tiempo para convertirse en rey lo apremiaba.
Los comienzos de la relación entre Carlos y Diana no fueron fáciles, ya que ella no mostraba interés en él. Pero la perseverancia del príncipe terminó ganando. Luego de innumerables invitaciones rechazadas, Diana aceptó una salida. Sarah conocía bien a su amigo y quería mucho a su hermana, a quien le advirtió el frondoso pasado amoroso de Carlos y le aconsejó que no se vinculara sentimentalmente. Pero finalmente, Diana cayó rendida a los pies de Carlos. Al cabo de solo 12 encuentros, la pareja anunció su precipitado compromiso. Ella, con apenas 20 años. Él, con 33. La noticia repentina sorprendió a los británicos, incluso, a la Familia Real.
La boda real -que se llevó a cabo el 29 de julio de 1981 en la Catedral de Saint Paul, en Londres, acaparó la atención del mundo entero, se convirtió en la más recordada y fue seguida a través de los medios de comunicación por más de 750 millones de personas. El desfile de personas que se agolparon para ver pasar a los recién casados fue incesante. Incluso, muchos británicos se aseguraron un lugar cerca de donde pasaría el carruaje de los novios y durmieron en la calle, en las noches previas a la boda.
De la noche a la mañana, Diana pasó de ser una joven tímida y totalmente desconocida, a convertirse en la princesa más querida del mundo. A lo largo de su vida como princesa de Gales, desarrolló sus obligaciones reales de un modo impecable y representó como nadie a la reina Isabel en sus viajes internacionales. Su gran labor humanitaria para ayudar a los más desfavorecidos, su compromiso con los niños y su inquebrantable apoyo a la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersona la convirtieron en la princesa más amada. Su carisma y su estilo jamás pasaron desapercibidos: se convirtió en un ícono popular mundial, no solo por su costado solidario, sino también, por sus looks y su impecable melena corta y dorada.
En cada uno de los países que visitó, miles de personas se acercaron a saludarla. Todos querían tomarle una fotografía, darle una carta, pedirle ayuda, tocar su mano, abrazarla, besarla... Diana nunca se negó: al contrario, disfrutaba como nadie de esa cercanía con la gente, algo inusual en los integrantes de la realeza. Hoy, sus dos hijos -los príncipes William y Harry- siguen el ejemplo de su madre.
Su madre los crió de un modo diferente: fueron educados en una escuela pública, asistieron sin privilegios a parques de diversiones o plazas, comieron en restaurantes de comida rápida, saludaron a todas las personas que se acercaban a conocerlos y acompañaron a Diana en sus actividades solidarias, involucrándose también en ellas. Un legado que ambos príncipes continúan cumpliendo, en un claro homenaje a su madre.
Pero la relación entre Diana y Carlos era un verdadero tormento. Detrás de la boda y del vestido de novia más recordados del mundo, se escondía una triste historia de amor, traición y desengaño. El príncipe Carlos seguía enamorado de Camilla. Los encuentros entre los amantes eran cada vez más frecuentes y los llantos desconsolados de Diana eran incesantes. El único refugio de la princesa de Gales eran sus hijos y las causas humanitarias, ya que cada cónyuge hacía su vida por separado, pero se mostraban unidos frente a los flashes.
En 1992, el matrimonio se separó de hecho. Fue entonces cuando Carlos dio rienda suelta al adulterio con Camilla y comenzó a mostrarse en público con ella.
Dolida y a pesar del profundo amor que aún sentía por su marido, Diana sintió que era hora de sincerarse frente a todas aquellas personas que la idolatraban. En una entrevista reveladora que brindó en 1995 a la BBC, la princesa de Gales sorprendió al mundo con sus declaraciones: habló de las infidelidades de su marido con Camilla desde el inicio de su matrimonio, pero también se sinceró contando las suyas; habló del acoso que padecía de parte de la prensa, y de los trastornos alimentarios y de las autolesiones. Hizo hincapié en el apoyo que había sentido durante todo esos años de parte de los británicos y quiso quedar en el recuerdo como “La Princesa del Pueblo”. Al año siguiente de esa entrevista, el 28 de agosto de 1996, Diana y Carlos se divorciaron.
A partir de ese momento, la vida de Diana se volvió aún más solidaria y enfocada a las causas benéficas. Presidió decenas de fundaciones, ayudó a los niños de África, mantuvo encuentros con personalidades como Nelson Mandela y la Madre Teresa de Calcuta, se ocupó de los enfermos de lepra, de HIV, de adictos a las drogas, de ancianos desamparados... En un infinito acto de amor y a pesar de que podría haber vivido una envidiable vida de lujos, dedicó su vida a seguir ayudando, dejando de lado la frivolidad y la indiferencia ante quienes sufren.
Al año y tres días de la firma de su divorcio, Diana estaba rehaciendo su vida con otro hombre, pero la muerte les puso un injusto punto final. El 31 de agosto de 1997 se alistaba para salir en una habitación del hotel Ritz de París, donde se alojaba con el empresario Dodi Al-Fayed, hijo del dueño de ese hotel y de la tienda Harrod’s. Después de cenar, Diana subió al Mercedes Benz de Dodi, en un viaje que no tendría retorno para ambos. Tampoco, para el chofer, Henri Paul, quien quiso eludir a un paparazzi que quería retratar a la pareja, persiguiéndolos ferozmente a bordo de una moto. La tragedia se desató en un instante en el famoso Puente del Alma, donde Diana, Dodi y el chofer perdieron la vida. El único sobreviviente fue el guardaespaldas, que se había abrochado el cinturón de seguridad.
La noticia de la muerte de Lady Di fue un shock mundial: los alrededores del Palacio de Buckingham se llenaron de velas, flores y cartas, y los británicos se acercaban llorando al Palacio... Nadie podía creer que Diana estaba muerta. La Familia Real se negaba a realizar un funeral de Estado pero, las miles de muestras de dolor y desolación, pudieron más. “Un entierro único para una persona única”. Así lo definió un vocero de la Familia Real, confirmando así el cambio de parecer de la reina Isabel.
Con la llegada del féretro de Lady Di, la Abadía de Westminster se tiñó de luto, de silencios contenidos y de llantos desconsolados, incluidos, los del gran amigo de la princesa, Elthon John, quien le dedicó una emotiva canción para despedirla. Nadie podía creer que “La Princesa del Pueblo” había fallecido. Los rostros de los pequeños príncipes, William y Harry, caminando cabizbajos detrás del féretro de su madre, se convirtieron en una de las escenas más desoladoras de aquella jornada.
Sus restos fueron trasladados hasta la capilla de Santa María, en Great Brington, a dos kilómetros de Althorp House, la mansión donde la princesa nació, creció y pasó su juventud hasta el día de su boda. Con apenas 36 años, Lady Di había muerto, pero su recuerdo seguiría vivo en todas aquellas personas que la amaron por su sencillez, su carisma y su humildad.
Así fue como la tragedia terminó con la vida de Lady Di, después de una vida llena de amor por el prójimo pero de un profundo desamor de parte de su propio marido, 8 años después de su muerte -el 9 de abril de 2005- Carlos pudo hacer realidad el sueño que tanto deseaba desde su juventud: casarse con su amada, Camilla Parker Bowles.
Para ellos, su historia de amor imposible pudo tener un final feliz y hoy disfrutan de la plenitud de ese matrimonio. Con Diana el destino fue cruel, injusto, despiadado... Sin embargo, “La Reina de Corazones” siempre vivirá en el recuerdo de los británicos y en el de todos aquellos desconocidos que le dieron lo que ella merecía, pero que -paradójicamente- nunca pudo encontrar en su matrimonio: amor. Simplemente, amor.
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