La muerte de un presidente en funciones de un país suele ser un hecho traumático, pues en teoría cuando asumió estaba en plenitud de sus formas para llevar a cabo el liderazgo de su nación.
Pero cuando esta muerte es provocada, o es asesinado, el impacto en la opinión pública e internacional es mucho mayor, pues ¿quién se atrevería a actuar de esa manera?
Ejemplos de estos magnicidios hay en el mundo. Acaso el más famoso de ellos es la muerte de John F. Kennedy en los Estados Unidos. Y el último de gran resonancia mundial fue el de Juvenel Moïse, exmandatario de Haití.
Pero en el Perú también sabemos de esas trágicas historias. Acaso el primer magnicidio de la historia peruana se dio poco después de la proclamación de independencia. Y la víctima no había nacido en estas tierras (era argentino), aunque al momento de su muerte era Ministro de Guerra y Marina. Su nombre fue Bernardo de Monteagudo.
Otro presidente peruano que sufrió el deshonor de ser abatido en pleno ejercicio de sus funciones fue Luis Miguel Sánchez Cerro.
Sin embargo, uno de los casos más sonados en nuestra historia republicana fue la muerte de Manuel Pardo y Lavalle, quien al momento de ser ultimado presidía el Senado de la República y de acuerdo con algunos analistas, él pudo haber evitado la terrible Guerra del Pacífico.
Ya lo querían muerto
Fundador del Partido Civil, Pardo y Lavalle logró ser presidente del Perú de 1872 hasta 1876. Fue durante su gestión que la crisis económica iniciada por su antecesor José Balta se profundizó y llevó al país al caos. Tanto que muchos sindican que esta situación distrajo al ejército de renovar sus armas, pues se sabía que Chile ya se estaba armando a lo grande y el enfrentamiento contra los sureños era cuestión de tiempo.
Es por esta situación que las críticas, movilizaciones, conspiraciones y alzamiento comenzaron a ser el pan de cada día. Es más, uno de sus más conspicuos enemigos fue Nicolás de Piérola, el exministro de Hacienda de Balta, quien protagonizó su propio intento de alzamiento: la famosa Expedición del Talismán.
Pero eso no fue todo, la prensa de la época no era para nada condescendiente con Pardo y Lavalle y hasta vaticinaban su muerte. Un ejemplo de eso fue lo que hizo el semanario La Mascarada, que el 15 de agosto de 1874 publicó una polémica caricatura de Pardo como el emperador romano Julio César, mientras que un émulo de Bruto se alistaba a darle la estocada final.
No pasó mucho tiempo para que alguien intentara hacer realidad ese dibujo y tan solo una semana después Pardo sufrió el primer intento de asesinato en serio de su gobierno.
Se trató del capitán del ejército (retirado) Juan Boza quien se cruzó con el presidente en plena calle y sin mediar palabras comenzó a disparar su revólver. Aunque ninguno dio en el blanco. Es más, el mismo Pardo encaró al agresor y al grito de ‘infame’ y ‘asesino’ lo desarmó.
Tras el hecho, el editor y el caricaturista de La Mascarada fueron encarcelados por incitar a la rebelión y al homicidio. Aunque luego salieron libres sin acusaciones, la revista dejó de publicarse.
¿Tranquilidad?
En 1876, Pardo terminó su mandato y entregó el poder al General Mariano Ignacio Prado. Pero su vida estaba lejos de convertirse en un remanso de paz y tranquilidad, ya que al año siguiente fue acusado de participar en un motín en el Callao. Por lo que tuvo que huir exiliado a Chile.
Aun así, en ausencia fue elegido Senador (cosas que solo pasan en el Perú) por Junín ante el Congreso Nacional. También fue señalado para ser el presidente de dicha cámara.
A pesar de los consejos de sus amigos y su propia esposa que le pidieron que no vuelva al Perú, finalmente llegó al Callao el 2 de septiembre de 1878.
La animadversión por él seguía estando encendida. Tanto que algunos se atrevieron a repartir volantes por todo Lima, incitando a acabar con su vida.
Pero a pesar de los temores de un nuevo enfrentamiento con el gobierno de turno, Pardo y Prado se reconciliaron por el bien del país.
El día en el que todo ocurrió
Tan solo dos semanas después de su llegada al Perú, el 16 de setiembre de 1878, Manuel Pardo y Lavalle fue a la imprenta de El Comercio, en donde debía salir un discurso de él al día siguiente, a dar los últimos retoques. Luego se dirigió en su automóvil al Congreso y fue recibido por el teniente coronel Lorenzo Bernales.
Debido a su alto cargo, un destacamento del batallón Pichincha le presentó armas. Y en plena ceremonia, el sargento Melchor Montoya disparó a quemarropa y uno de los proyectiles le perforó el pulmón izquierdo y lo hirió de manera mortal.
Uno de los acompañantes de Pardo y Lavalle, Adán Melgar, se lanzó sobre el magnicida, mientras la guardia atónita seguía sin reaccionar. Mientras tanto, Montoya tomó como ruta de huida la Plaza de la Inquisición, pero ahí fue apresado por el sargento Juan Vellods.
En los últimos momentos de su vida, el expresidente logró recibir la extremaunción y se enteró que su asesino era un sargento del ejército. Con su último aliento dijo que lo perdonaba.
Para las exequias, el gobierno de turno decretó duelo nacional el 17 de setiembre de 1878 y le rindieron honores de presidente de la República.
La ceremonia se realizó en la Catedral de Lima y el mismo monseñor José Antonio Roca y Boloña, amigo y compañero de colegio de Pardo, pronunció un emotivo discurso en el que se resaltó el gesto de perdonar a su victimario. Pardo fue enterrado en el Mausoleo Privado de la Familia Pardo en el Cementerio General de Lima.
Complot
Durante el juicio, el sargento Montoya declaró que él solía leer las notas periodísticas del diario ‘La Patria’. Fue por este medio que se enteró de que Pardo estaba promoviendo varias reformas en el ámbito militar que los perjudicaba a él a sus camaradas.
De igual manera, se dio a conocer que el hecho fue el resultado de un complot en el que estaban involucrados los sargentos del batallón Pichincha: Elías Álvarez, Armando Garay, Alfredo Decourt y el propio Montoya.
De igual manera, se dio a conocer que el hecho fue el resultado de un complot en el que estaban involucrados los sargentos del batallón Pichincha: Elías Álvarez, Armando Garay, Alfredo Decourt y el propio Montoya.
Finalmente. Montoya fue sentenciado a muerte y fusilado el 22 de setiembre de 1880.
SEGUIR LEYENDO