Mientras que en el común de iglesias católicas las misas del 25 de diciembre están acompañadas por un coro de voces ‘angelicales’ que interpretan tiernos villancicos, en Antabamba, Apurímac, el templo parece estremecerse con las voces graves y enérgicas de cientos de danzantes de la Huaylía, una festividad donde no solo se canta, en quechua y castellano, temas alusivos al nacimiento del Jesús cristiano, sino también, al amor, a la identidad, al coraje y a la resistencia ante la adversidad: “En esa calle derecha, dicen que juran matarme. Mentira, ay, no me matan, tengo la vida segura”, dice uno de los cantos.
Si en el común de hogares intercambian regalos y abrazos (sinceros o fingidos) en una “noche de paz”, en Chumbivilcas (Cusco) y Antabamba, como parte de las festividades, intercambian puñetazos, se hieren un poco y luego se abrazan, en el takanakuy o enfrentamientos entre danzantes.
Además, en estas zonas del Perú, no solo se reza al hijo del dios cristiano, sino también se le pide permiso y protección a la Pachamama, y a los Apus (Utupara, Allpakmarca, Calvario), y se les agradece por el nacimiento del Niño Dios de cabellos rubios, como el pelo del maíz con el que se alimenta la comunidad, y cuya llegada se esperaba con ansias como las lluvias de diciembre que fertilizan la tierra, sobre todo cuando hay sequías por el fenómeno de El Niño, que por eso lleva ese nombre.
La Huaylía en Antabamba y Chumbivilcas
La Huaylía antabambina combina danza y canto ejecutados por una especie de comparsa encabezada por una pareja de mayordomos, quienes cargan en brazos una efigie del Niño Jesús en su cuna; detrás de ellos hay cuatro guiadores y dos o más guiadoras, quienes con matracas y sonajas inician el canto que va a interpretar todo el grupo.
A los lados, hay dos filas de hasta cien danzantes disfrazados como mistis (no-indígenas) y visten botas de cuero y cinturón de cuero o tejido. En la cabeza llevan un pañuelo de seda y una máscara de malla metálica que representa a alguien de piel clara, ojos azules y con bigotes y cabellos rubios. Además tienen puestos sombreros de paja adornados con plumas de pavo real y cintas del color de la bandera peruana. Las mujeres, vestidas con polleras y sombreros, van al centro de la comparsa.
La fiesta se prepara todo el año, pero los días de la festividad se desarrollan del 23 al 27 de diciembre. En este último día se realiza el takanakuy.
En el caso de la Huaylía de Chumbivilcas (principalmente en el distrito de Santo Tomas). Los danzantes se caracterizan por tener puesto un colorido pasamontañas, además de aves o ciervos disecados en la cabeza. Bailan moviendo los brazos como alas de gallo de pelea. La música es principalmente interpretada por mujeres. La festividad se realiza los días 22 al 25 de diciembre. En la última jornada se lleva a cabo el ritual del Yawar mayu en el que se realiza el takanakuy chumbivilcano.
Aunque el origen histórico de la huaylías de Antabamba y Chumbivilcas no es precisable, esta práctica porta rasgos prehispánicos, coloniales y republicanos. Algunos de los relatos orales que comparten ambas regiones (aunque no son aceptados por toda la comunidad) coinciden en que esta danza surgió en el periodo de Independencia (siglo XIX), luego de luchas entre españoles o realistas contra antabambinos o chumbivilcanos. Los originarios triunfaron y danzaron como celebración y, en el caso de los antabambinos, se pusieron el traje de los españoles derrotados.
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El takanakuy
En Chumbivilcas, el takanakuy, como pelea formalizada, tendría su origen en el siglo XIX, cuando dos familias poderosas que tenía rivalidades mandaban a sus esclavos o ‘siervos’ a enfrentarse de un modo similar al de los gallos de pelea, según recoge una tesis de la universidad San Agustín de Arequipa, elaborada por Sisko Fernando Rendon Cusi, quien estudia esta costumbre desde la Sociología.
Como parte de la competencia entre los mayordomos de la Huaylía, el takanakuy se fue incorporando a la festividad y comenzando a tener funciones sociales (como forma de resolución de problemas hasta la década del 60), rituales (como forma de pago a la Tierra) y pasó a tener un carácter más parecido a una competencia deportiva moderna, como el box.
En cambio, en Antabamba, la práctica del Takanakuy parece más reciente (segunda mitad del siglo XX) y se prefirió en lugar de las denominadas waykillas, peleas grupales que se generaban cuando dos comparsas se cruzaban en una calle. En la waykilla se lanzan golpes sin identificar al contrincante, y varias personas pueden atacar a uno solo. Esto es visto como un acto cobarde, por eso se prefieren el takanakuy, que es lucha entre dos: “Si eres macho, si eres gallo, huaylíajía, no me vengas con waykillas”, dice otro de los temas.
Sisko Rendon señala que estas peleas pueden ser pactadas, espontáneas o para ‘cualquierita’, cuando un peleador entra al centro del ruedo y pide pelear con cualquier asistente de similar peso y estatura. “Yo no quiero que me preguntes, por mi nombre, por mi talla, aquí estoy, aquí me tienes, un valiente antabambino, cantando, bailando” es parte de otro canto.
El takanakuy está normado por la costumbre. En Chumbivilcas se usan las patadas y puños y en Antabamba solo los puños. En ambos casos, autoridades locales o policías vigilan que el enfrentamiento, que en promedio dura dos minutos, se dé “en orden” o que la batalla se paralice cuando uno de los contrincantes cae al suelo. Incluso hay enfermeras cerca para atender a los golpeados, que pueden terminar con la nariz rota o con heridas en los labios y en ocasiones pueden ser noqueados.
El takanakuy suele ser el aspecto más cuestionable de esta tradición. No es sencillo comprender por qué los antabambinos y chumbivilcanos prefieren celebrar estas fechas con golpes controlados, dentro de una costumbre comunitaria, en lugar de comprar regalos y pasarla “en paz” en familia como lo hace el común de las personas. ¿Cuál sería la causa de esta opción?
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La ética de lo real
Optar por la violencia “controlada”, decirle al mismo tiempo sí al deseo, en lugar de reprimirlo (una decisión ética) y sí a la legalidad (una pelea con reglas impuestas por la costumbre) estaría dentro de lo que la filósofa lacaniana, Alenka Zupancic, denomina “la ética de lo real”, una ética que va más allá de la ética tradicional que busca “restringir el deseo”, censurar el exceso y que, ingenuamente, cree que es posible alcanzar “el reino de lo ético mediante una elevación gradual de la voluntad; mediante una dedicación a objetivos cada vez más refinados, sutiles y nobles; mediante una separación gradual de los ‘instintos animales básicos’ de uno”.
En cambio, la ética de lo real parte del reconocimiento de las contradicciones e incoherencias que son parte de la propia condición de todos los sujetos (lo real). Esta ética no tiene como objetivo eliminar el deseo (ya que esto no es posible, porque el deseo reprimido siempre vuelve disfrazado de otra cosa que, sin darse uno cuenta, puede ser más perjudicial), sino hacerlo fértil para construir un posicionamiento ante la vida.
Hoy el takanakuy en Antabamba y Chumbivilcas parece haberse convertido en otro elemento constituyente de la identidad del qorilazo (como se conoce a quienes son de esa zona del Perú). Una muestra de valentía (que no es exclusiva de los hombres, porque las mujeres también pueden pelear), pero a la vez de sensatez.
Pese a ello, y aunque llame mucho la atención de turistas y foráneos, el takanakuy es un elemento más de la festividad (no todos están obligados a pelear y la mayoría de danzantes no lo hace) compuesta por otros ritos y donde también sobresalen el baile y el canto de hombres y mujeres con temáticas que se van renovando todos los años.
Así construyen su identidad particular, distinta a la de las urbes y en la que la unión comunal y la vigencia de los Apus y la Pachamama evidencian el triunfo del qorilazo y una derrota de los cruentos procesos de evangelización.
Sin embargo, hoy se organizan algunos takanakuy fuera de las fiestas tradicionales y se presentan en ruedos donde se cobran entradas para ver el ‘espectáculo’. Toca esperar si algo similar a la industria del espectáculo terminará imponiéndose al rito.
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