Las prisiones son un mal necesario, ya que siempre habrá personas al margen de la ley. En ese sentido, una cárcel será el mejor lugar para encerrar a cualquier indeseable que no sea capaz de adaptarse a las normas sociales convencionales.
A mitad del siglo XIX, ante el aumento de la tasa de delincuencia en una ciudad como Lima y la falta de un sistema carcelario en el país, el gobierno del entonces presidente del Perú, Ramón Castilla, ordenó la construcción de una cárcel que pasaría a la historia por la manera como fue construida y por lo que duró en el tiempo. Estamos hablando del famoso Panóptico de Lima.
Sus inicios
Antes de la construcción, se organizó una comisión para determinar qué tipo de prisión era la que más se acomodaba a las necesidades del país. El elegido para tal misión fue el sabio Mariano Felipe Paz-Soldán, quien armó sus maletas y se fue a los Estados Unidos para visitar y estudiar varias prisiones de ese país.
Quedó particularmente encantado con la prisión de Auburn (Nueva York), ya que su sistema permitía la resocialización de los internos y para lograr dicho objetivo se basaba en el trabajo duro y educación para hacerlos cambiar de conducta.
De vuelta a Lima, y con todas las ideas puestas en marcha, se ordenó la construcción a los arquitectos Michele Trefogli y Maximiliano Mimey.
El lugar escogido fue cerca a la puerta de Guadalupe de las Murallas de Lima, en donde hoy se ubican el Centro Cívico y el Hotel Sheraton.
El modelo elegido fue el del Panóptico (pan: todo / óptico: visión). Este fue idea de filósofo inglés Jeremy Bentham, quien diseñó una prisión en la que desde un solo punto, y usando persianas y ventanas ocultas, se podía vigilar a toda la población carcelaria sin que estos se den cuenta del momento en el que estaba siendo observada.
La idea principal era el control total de toda la prisión por medio de la presencia permanente de la autoridad. La construcción duró de 1856 hasta 1860 y se gastaron 984 mil pesos de la época y su capacidad era 350 presos.
De acuerdo con el autor Carlos Aguirre, desde su inauguración hasta 1862, el Panóptico solo había una población de 53 internos (35 hombres y 18 mujeres), pero junio de 1866 solo quedaban ocho celdas vacías.
Dura por fuera y por dentro
A partir de su estilo arquitectónico, desde la puerta principal de la prisión se podía inferir la severidad que se impartía en el lugar. Además, para los transeúntes que pasaban por esa calle daba la impresión de ser un lugar inexpugnable.
En su interior había diferentes tipos de salas. Unas en las que los reclusos trabajaban duro y parejo durante el día y las celdas, en donde pasaban las eternas noches.
Un día en la vida
Como en cualquier centro de reclusión que se precie, el Panóptico también tenía un horario estricto que todos los internos estaban obligados a cumplir a rajatabla, so pena de crueles castigos como la disminución de las raciones alimenticias o la prohibición de recibir visitas.
Era obligatorio levantarse a las 5:45 a.m. en verano y a las 6 a.m. en invierno. Antes de salir a la formación, debían asearse y limpiar sus celdas. Según el reglamento de 1863, una vez a la semana se podían lavar los pies y cada quince días bañarse.
Desde las 6:30 iban a una especie de escuela y una hora después asistían a los talleres. A las 10:30 se servía el almuerzo. Luego tenían media hora para reposar antes de volver a los talleres hasta las 16:30, que tocaba la segunda comida del día. Otra media hora de reposo y las 17:30 ya estaban de vuelta en sus celdas.
Ahí se quedaban hasta el día siguiente, algunos se quedaban dormidos temprano y otros conversaban toda la noche con otros internos. Ocurre que no hubo fluido eléctrico hasta 1905, en el que recién se colocó iluminación para que los internos tengan algún tipo de actividad nocturna como la lectura.
Los domingos estaban reservados para la expiación de sus culpas en la misa que ofrecían en la pequeña capilla de 7 a 9 a.m. Algunos presos asistían a la escuela dominical.
Crimen y castigo
Lo principal en el Panóptico era mantener ocupados a los presos y evitar que estén ociosos. Para eso, también se estableció un sistema de premios y castigos, según el comportamiento del interno.
Por ejemplo, los beneficios para los que se portaban bien eran tener más horas de descanso, permiso para leer y comprar objetos personales, cultivar flores y plantas, usar tabaco, escribir a sus familiares y recibir visitas.
Para los desordenados, los castigos se caracterizaban por su dureza. Entre ellos, hacer la limpieza de los baños, disminución de su comida (dependiendo de su falta esto podía durar de 1 a 3 días, 3 a 8 o más de 8), no poder leer ni recibir visitas por un tiempo determinado.
Otro, que fue eliminado en 1901 por su crueldad, era el ‘baño de lluvia’. Este castigo estaba reservado para aquellos que, habiendo recibido la pena de la barra, se resistían a obedecer a los guardianes. El ‘baño de lluvia’ consistía en mojar de manera constante al castigado con un fuerte chorro de agua.
La ‘barra’, otra pena que también tuvo que ser anulado por su dureza ya que se trataba de colgar de cabeza al preso por varias horas.
Por último, el más duro de todos fue el aislamiento en una celda especial ubicada en el sótano y tenía paredes de piedra. Aquí los presos no contaban con una cama sino solo con la tarima y según el reglamento de la penitenciaria de 1901, “cuando el preso sea puesto a pan y agua por más de tres días, se le dará un día sí y otro no el alimento ordinario. El preso puesto a pan y agua no puede pedir doble ración de pan del que recibe ordinariamente”.
Excelentísimo interno
En este particular edificio, que duró 100 años exactos, varios personajes de nuestra vida política pasaron por sus instalaciones. Tal vez el más reconocido de todos haya sido el presidente Augusto B. Leguía, quien fue llevado ahí tras ser derrocado en un golpe de Estado por el teniente coronel Luis Miguel Sánchez Cerro.
En el Panóptico, Leguía enfermó gravemente pero no murió ahí, sino en el Hospital Naval de Bellavista.
El lugar se mantuvo en pie hasta 1961, siendo demolido para dar paso a lo que hoy el Centro Cívico de Lima y el Sheraton Lima Hotel & Convention Center.
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