Ser mujer en un país como el Perú siempre ha representado un reto extraordinario. Esto sin importar en la época en la que se haya nacido, pues las costumbres patriarcales eran algo que se dan por sentado desde el día de nacimiento.
Sin embargo, algún día esto tenía que cambiar y lo comenzó a hacer desde el nacimiento mismo de la República.
Y hubo muchas mujeres, que desde donde le tocaba, ofrecieron dura lucha y pusieron su granito de arena en favor del feminismo peruano.
Pero hubo una que se lleva todas las luces por ese carácter indómito y rebelde que demostró durante toda su vida y que incluso, pasó a la historia con el sobrenombre de ‘La mariscala’. Estamos hablando de Francisca Zubiaga y Bernales, quién hasta hoy es considerada como la primera presidenta del Perú.
Su vida
Nacida un 11 de septiembre de 1803, de padre español y madre cusqueña, fue la mayor de cuatro hermanos y desde muy pequeña fue encerrada en un convento para que recibiera una educación conforme a como se vivía en los primeros años del siglo XIX.
Esa fue una situación que la marcó de por vida, pues muchos historiadores coinciden que el encierro ayudó a forjar ese carácter valiente y rebelde que la acompañó por sus cortos pero intensos 32 años de vida.
Justamente ese modo de ser fuerte provocó que muchas mujeres de aquellos tiempos, y de toda clase social, sintiera cierta admiración hacia ella por lo que fue ganando popularidad. Aunque a veces pareciera que la historia, escrita por hombres mayormente, quisiera olvidarse de ella.
“Francisca Zubiaga y Bernales, cusqueña de nacimiento, excepcional de salón y de vivac, personajes sin par pero film de aventuras y para un estudio psiquiátrico”, escribió sobre ella Jorge Basadre en “La iniciación de la república”.
Un amor para siempre
Las circunstancias de cómo se conoció con Agustín Gamarra todavía hoy es un misterio. Sin embargo, mientras él era uno de los personajes más importantes del ejército peruano, ella todavía se encontraba encerrada en un convento.
Este amor intenso y clandestino creció tan rápido qué decidieron casarse en 1824. Aunque de una manera poco usual, y que daba indicios de su carácter, pues no le pidió permiso a nadie.
Luego de una sencilla pero significativa ceremonia, Gamarra fue a pelear a Ayacucho para consolidar la independencia del Perú de manos españolas.
A su vuelta, y con el triunfo en sus manos sobre las tropas realistas, fue nombrado Prefecto del Cusco y jefe del ejército del Sur. Algunos años después, Gamarra alcanzaría el título de Mariscal.
Así fue como, en el sur de Perú, el militar y su esposa, van forjando su poder. Ella más todavía, quién además de admiradores y amigos, también comenzó a ganar muchos adversarios que estaban en desacuerdo con su proceder.
La transformación
Uno de los momentos cruciales en la vida de Francisca, fue cuando el libertador Simón Bolívar visita el Cusco en 1825. Para la ocasión, ella había preparado una gran celebración, a pesar que la ciudad estaba destruida por la guerra. Entonces decide prepararle una corona de oro, perlas y un sol que en el centro dice Cusco.
Pero ocurre lo impensado, pues Bolívar se da cuenta que la verdadera estrella de la ciudad era ella, y en un gesto extraordinario se saca la corona y la coloca en la cabeza de Francisca.
Esta situación, sin lugar a dudas, significó un gran cambio, o reafirmación, de lo que ella era realmente. Una líder innata que recibió, de manera simbólica, una transferencia de poder de manos del propio Bolívar.
Pero tan solo le faltaba una sola situación para terminar de creérsela y eso probarse a sí misma en el campo de batalla.
La oportunidad perfecta le llega cuando los ejércitos de Bolívar entran al Perú por el sur y, ya con sus tropas, toma el pueblo de Paria. Esto liberaría el territorio para que Gamarra entre con su gente en 1828. Después de este acto, Es que la comienzan a llamar “La Mariscala”.
Comenzaron a nombrarla así no solamente por su arrojó y valentía, y al hecho que siempre le gustaron más las armas y la vida militar qué los vestidos y las joyas. También por las finas ropas con la que solía llegar de batalla.
A la presidencia
Agustín Gamarra gana las elecciones a ser presidente del Perú en 1829. Como vicepresidente coloca a Antonio Gutiérrez de la Fuente. Aunque todos saben que esto último es más una fachada, pues la que realmente gobierna es ‘La Mariscala’.
Porque cuando llegan a la capital, Gamarra y Francisca se ponen de acuerdo para gobernar juntos. Él se va a encargar de toda la parte militar, a defender la frontera del país, mientras que su esposa se quedará en Lima con las riendas del gobierno.
Aprovechando la ausencia de Gamarra en Palacio de Gobierno, el vicepresidente de la Fuente intentó rebelarse, pero se chocó con la personalidad de ‘La mariscala’ y fue depuesto de su cargo.
Ese fue otro de los motivos para su famoso mote, pues aunque no postuló el pueblo la llamaba también “La presidenta”.
Hasta la escritora peruana, de origen francés, Flora Tristán titula al último capítulo de su libro “Peregrinaciones de una paria”, de la siguiente manera: “La expresidenta de la República”.
La democracia por delante
El gobierno de la pareja Gamarra - Zubiaga tuvo un tinte que hoy llamaríamos nacionalista, pues protegieron mucho la producción nacional por sobre la extranjera.
Un dato que no deja de ser curioso, es que el gobierno de este tándem presidencial es el primero en la historia republicana del Perú en cumplir su tiempo de mandato. En una época donde los caudillos, los golpes de estado y los cambios bruscos de presidente, era moneda corriente, este hecho no deja de llamar la atención.
Para 1833, la pareja apoya y promueve la candidatura presidencial de Pedro Pablo Bermúdez, pero este pierde ante Luis José de Orbegoso y Moncada. Situación que finalmente provoca el exilio de los dos.
Primero lo hacen a Arequipa, pero la tensa situación política del país los obliga a separarse. En 1834, Agustín Gamarra parte hacia Bolivia, mientras que Francisca Zubiaga lo haría a Chile. Lamentablemente, no se volverían a ver más en esta vida.
‘La Mariscala’ muere en Valparaíso un 8 de mayo de 1835. Tan solo tenía 32 años y las razones de su deceso no se supieron nunca.
Pero lo que sí se supo es que como última voluntad, Zubiaga pidió que le sacaran el corazón y lo llevaran al Cusco, En donde debía descansar toda la eternidad. Lastimosamente, sus restos se perdieron en una fosa común de un cementerio en Valparaíso. Su corazón también lo hizo en el Cusco.
Caso contrario ocurrió con Gamarra, quien sí tuvo una tumba en el cementerio presbítero Matías Maestro de Lima.
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