Su rostro apareció en las primeras planas de los diarios locales. El 11 de julio de 2006 se reportó el intento fallido de un delincuente que aprovecharon la desolación de la madrugada para intentar robar una cochera ubicada en la cuadra seis de la avenida Abancay. En este espacio se guardaban autopartes y otros elementos de valor. El sujeto que ingresó al establecimiento no contó con que un perro guardián, de nombre Lay Fun y raza rottweiler, estaría atento a todos sus movimientos.
Al percibir que una persona extraña se encontraba en el interior, su instinto lo llevó a atacarlo directamente, dejándole daños que le causaron una muerte instantánea. Los medios de comunicación expusieron la historia, y un sector de la población aseguraba que esa mascota era un “peligro” para la sociedad y que podría quitarle la vida a otro ciudadano. En este punto, se dejó en segundo plano el hecho que exponía una vez más la crisis de inseguridad ciudadana que, hasta la fecha, se sigue viviendo.
El caso se convirtió en un hecho polémico que era debatido por especialistas y peruanos de a pie. Las opiniones se dividieron, algunos apoyando la idea inicial de sacrificarlo por matar al delincuente, y otro grupo -compuesto por defensores de los animales, figuras públicas y profesionales en seguridad- quienes consideraban que la mascota cumplió con su misión de defender el territorio de su dueño.
Decidiendo el futuro de Lay Fun
Con el caso en mesa de debate, el perro fue trasladado a un centro antirrábico, ubicado de Chacra Ríos. Durante su estancia en este espacio se le abrió un proceso judicial que tenía como objetivo sacrificarlo, de acuerdo a lo especificado en la Ley 27596. Incluso, se dio un tiempo aproximado para que se apelara, sino las autoridades tomarían cartas en el asunto para que lo propuesto se ejecute.
Adultos y niños, en su mayoría víctimas de la delincuencia, salieron al frente para mostrarse en contra de lo que pensaban hacer con el can. Así inició una lucha que involucró a la opinión pública y a un abogado, Juan Aragón Villena, quien logró impedir la muerte lenta con una inyección letal vía intravenosa para que se quede dormido y un paro cardíaco fulminante le de su último respiro.
Activistas, defensores de los animales y algunos miembros de la PNP cumplieron un papel de gran valor para que los esfuerzos sean escuchados. El Ministerio Público descartó su muerte. El destino de la mascota estaba decidido, sería cedido la Brigada de Seguridad y Defensa, formando parte de la Unidad de Policía Canina del Rímac, conocida también como El Potao. Este hogar no era ajeno a él, ya que anteriormente recibió entrenamiento con los efectivos de esa división. Idilio Rafael Díaz Soto fue su guía.
De villano a perro policía
Su adaptación fue rápida. Los miembros de la Policía lo consideraban como uno más de su familia policial. Estos se encargaron de adiestrarlo y brindarlo cuidados especiales. Su trabajo con ellos duró cinco años y no se reportó algún tipo de acto violento. La popularidad obtenida fue pilar clave para que realice actividades, como asistir a eventos y estar cerca de niños, así como formar parte de los desfiles de la Parada Militar.
En el año 2011 Lay Fun fue dado de baja a causa de un problema en su pata izquierda y a su avanzada edad. El veterano de los perros policías dejó sus funciones con tan solo nueve años, no sin antes dar la bienvenida a la nueva generación de canes.
El adiós a Lay Fun
El perro que alguna vez fue considerado salvaje fue adoptado por la PNP cuando lo mandaron al retiro. Le brindaron todas las garantías para seguirle entregando una buena calidad de vida, como atención médica y alimentación.
El 21 de febrero de 2014, y a la edad de 13 años murió a causa de un paro cardíaco. Sus últimos años los pasó soportando dolor por una displasia en la cadera, enfermedad ósea degenerativa. Fue despedido con honores y con un sentido homenaje en la unidad que le dio un cálido hogar. Pese al trascurso de los años, sigue siendo recordado como un icono de la lucha contra la inseguridad ciudadana.
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