Historias entrecruzadas que intentan dar una explicación a su enigmática veneración. Las manifestaciones religiosas en el Perú no solo abarcan el legado que dejaron los conquistadores, también se adaptaron a los contextos sociales, tradiciones y conocimientos que solo podían ser comprendidos por los locales, quienes crearon sus propios caminos de fe y creencias. Bajo estos conceptos aparece una figura en Cusco que reunió cientos de devotos que se encargaron de transmitir su cadena de milagros, así como de lograr entender cuál es su origen. Es conocido como el Niño Compadrito, que, aunque no ha sido canonizado o beatificado, para muchos es un santo.
El nacimiento del culto
La base de su popularidad se debe al “boca a boca”, a la transmisión de historias y costumbres de los mayores en una familia hacia las nuevas generaciones. Esta es una de las razones que explica la inexactitud de su origen, pero las declaraciones indican que el inicio se dio a partir de los años cincuenta. Así como la cantidad de sus divulgadores, también lo hay de relatos que explican su aparición en tierras cusqueñas.
Se cree que su primer milagro lo evidenció una mujer de nombre Isabel Cosio, quien cuando era joven se perdió en la zona de Tambomachay. Al intentar regresar al camino se encontró al pie de un riachuelo, donde había un pequeño niño. Llorosa se acercó a él y le preguntó si sabía cómo podía retornar a su casa. Le respondió que sí, convirtiéndose en su guía. Llegó sana y salva a su vivienda. A sus padres les contó sobre esa persona que la ayudó.
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Ellos decidieron ir a buscarlo para agradecerle. Cuando Isabel les indicó donde lo vio, se llevaron una escalofriante sorpresa, ya que solo habían restos óseos de un menor de edad, que asociaron con su salvador. La historia narra que recogieron sus restos para conservarlos y tener evidencia del milagro que vivió la heredera de la familia.
Lo curioso de este caso es que con más de 50 años, según narran los locales, sus restos aún lucen como si estuvieran pasando por el proceso de descomposición, adoptando una forma no acorde a lo natural.
El esqueleto, de unos 50 cm de altura, fue heredado por otra familia de la comunidad, la cual se encargó de difundir el primer milagro, además de proporcionarle vestimenta y una corona. La primera impresión se puede asociar a una representación cultural del Niño Jesús, a diferencia de que se trata de un conjunto de huesos acomodados en una urna, con una peluca larga y ojos de cristal de color celeste. Se construyó una pequeña capilla a su nombre, donde curiosos llegaban a conocerlo.
La calle de Tambo de Montero se convirtió en un escenario para el encuentro de sus seguidores, quienes aseguraban haber sido bendecidos con sus milagros, además de verlo en sus sueños. El Niño Compadrito les hacía unos pedidos a cambio de cumplir sus solicitudes, como por ejemplo, dejarle mensajes en su templo, organizarle misas, obsequiarle carritos u otros juguetes.
Una leyenda cuenta que se trata del hijo de un malvado virrey español y una noble princesa inca. Aseguran que fue quemado por los enemigos de la familia, dándole una poción para reducir su cuerpo hasta la muerte. Aquellos que intentaron ocultarlo tuvieron una trágica muerte, considerándolo como una venganza de su parte.
La intervención de la iglesia
Para la década de los setenta su figura era conocida en gran parte de Cusco y traspasó las provincias, reuniendo más devotos. Durante esta época, y ya convertido en un culto popular, se emitió un decreto para prohibir esta veneración, documento que llevó la firma del monseñor Luis Vallejos. Algunos consideran que esta medida se tomó como una iniciativa para reformar el catolicismo cusqueño, intentando deshacerse de aquellas manifestaciones que habían formado a partir de sus vivencias y creencias.
El dos de noviembre es la fecha en la que su comunidad le organiza una fiesta de honor, fecha en la que celebran una misa y se reúnen sus piadosos. Sus expresiones de agradecimiento van desde las donaciones hasta tatuajes con la forma de su rostro.
Considerada una expresión de herejía
Otro de los factores que sumaron a este movimiento contra su presencia en la región se debe a que fue considerada como una burla a lo que profesaba la iglesia. No veían con buenos ojos el que alaben a un grupo de huesos de procedencia dudosa. Aunque han sido aceptados como restos humanos, nunca han pasado por una prueba científica para confirmarlo. Esto permitió de que se esparza el rumor de que se trataría de una construcción ósea de un mono, despertando pedidos para que lo quemaran y sea destruido.
Contra las normas católicas, sus creyentes lo seguían considerando como un santo o entidad milagrosa. Al estar prohibido rezarle o agradecerle en su templo, decidieron reunirse clandestinamente para no ser castigados por las autoridades. Con el tiempo, su historia ha seguido el camino de lo misterioso y enigmático. Su forma y brillantes obsequios que le regalan es visitado solo por aquellos que creen en él y no lo aprecian como un atractivo turístico.
Hasta la fecha, el Niño Compadrito permanece resguardada en la casa de la familia Letona, la última heredera de sus restos. Le celebran su cumpleaños con la decoración para un niño e involucran a toda su comunidad. La figura que se encuentra en adecuadas condiciones recibe a sus fieles seguidores en la calle Tambo de Montero 182, en la ciudad del Cusco.
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