Enero, 2016. Bettina llegó al hospital María Auxiliadora, en el distrito de San Juan de Lurigancho, por fuertes dolores en el vientre en horas de la noche. La angustia la inundó, pues hace poco se había enterado que estaba embarazada. Era un bebé muy esperado por su pareja y ella. Cuando llegó, el personal de salud estaba en pleno cambio de guardias, por lo que no habían médicos disponibles en ese momento. Con el dolor y la incertidumbre, esperó hasta que un practicante se acercó para revisarla. Los signos alertarían de un posible aborto espontáneo. Minutos más tarde, una ecografía confirmaría la triste noticia: Bettina había perdido a su bebé.
— ¿Has tomado algo? — preguntó el ecógrafo.
— ¿Algo como qué? — respondió intrigada.
— No sé, una pastilla.
— No.
— ¿Estás segura?
— Sí. No he tomado nada.
— ¿Ningún preparado?
— No.
A las 21:00 horas, el médico que la revisó después de este examen le indicó que le practicarían una legrado, es decir, una limpieza de útero. El dolor en la zona pélvica continuaba, pero el personal de salud no le recetó nada para aliviarlo. Bettina fue trasladada nuevamente a una habitación en la zona de emergencias, donde un médico le pidió que se retire la ropa y se acueste con las piernas abiertas en la camilla. A los segundos, una ronda de enfermeras e internos de medicina la rodearon.
Pese al dolor físico y emocional que se encontraba experimentando, fue utilizada como un ejemplo médico frente para, al menos, siete personas en la sala. “Miren, esto es un aborto”, afirmó el residente.
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Llegó la medianoche y Bettina continuaba esperando que la llamen para que le practiquen el legrado. Así pasaron las dos, tres, cuatro, cinco de la madrugada y la mujer seguía cargando con el pesar en el vientre. Ningún médico la tomaba en cuenta.
Al amanecer, la salud de la joven empeoró y su madre reclamó por atención. Ante el desesperado llamado de la mamá, el personal de salud aceptó realizar el procedimiento correspondiente. Bettina fue trasladada en silla de ruedas hacia la zona donde le harían el legrado. Mientras esperaba en la puerta, escuchó los desgarradores gritos de una mujer que se encontraba dentro de dicha habitación. La persona estaba gritando de dolor. Al salir, le tocó el turno de Bettina. Era una habitación lúgubre. El ambiente tenía una breve luz en el medio de la sala, las paredes eran de color oscuro y cubiertas de suciedad. Le esperaba una desgastada camilla que contaba con dos aparatos para colgar las piernas que estaban completamente oxidados.
La joven se acostó en la camilla tal como le indicó el médico, quien prendió la herramienta para hacer el legrado e inició el procedimiento. La sorpresa llegó cuando se dio cuenta que la limpieza se haría sin anestesia. El dolor inundó más el ya cansado cuerpo de la mujer, quien no dejaba de moverse ante el aparato que invadía su útero. “¡Quédate quieta!”, “¡Tienes que aguantar”, repetía el médico.
Al salir de la sala, una enfermera se acercó a ella y le preguntó sus datos.
— Dime la verdad. Has tomado algo, ¿no? — preguntó.
— No. Yo sí quería tener a mi bebé.
— Ya. Cálmate. — contestó con un tono cortante.
Han pasado seis años desde que sucedió este episodio en la vida de Bettina. Durante todo este tiempo, llevó en silencio el dolor que representó la pérdida de su tan ansiado hijo. Hasta hoy, la mujer se quiebra al recordar el sonido de la máquina que utilizó el médico para hacer el legrado. Sin embargo, no fue la única que tuvo que pasar por algo similar.
Marzo, 2020. Giuliana* llevaba algunos días con dolor en la vulva. Anteriormente había pasado por un episodio similar a causa de la obstrucción de una glándula, pero en esta ocasión no tenía donde acudir, pues el confinamiento por la llegada del COVID-19 iniciaba y los centros de salud habían restringido las citas para la atención de especialidades médicas. Pasaban los días y el malestar incrementaba. Su incomodidad ya no era generada solo por el dolor, un gran bulto había crecido en uno de los labios vaginales, lo cual la impulsó a ir a una de los establecimientos de salud que se encontraba más cerca de su casa: la clínica Good Hope.
Fue atendida por un ginecólogo, a quien le comentó que antes había padecido de la obstrucción de la glándula de Bartolino, pero no tuvo una infección como en ese momento. El médico le pidió a la mujer que se acomode en la camilla para revisarla. “Eso les pasa a las mujeres que tienen sexo contra natura”, afirmó. Con temor, la joven negó lo dicho por el especialista. Sin embargo, lo mencionado por ella fue omitido por el médico que volvió a retomar el debate sobre la vida sexual de la paciente. “Seguro es una enfermedad de transmisión sexual. Podría ser clamidia”, agregó.
Tras escuchar las distintas ETS que mencionó el doctor que podría tener la mujer, se asustó y pensó en las consecuencias que estas podrían traerle. Pero, en ese momento, no mantenía una vida sexual activa, por lo cual era poco probable que haya contraído una enfermedad de transmisión sexual, como quien la revisó.
“Sentí no solo que me estaba juzgando, sino que estaba tratando de inferir que era mi culpa por tener sexo contra natura. Me hablaba del sexo anal. Yo le decía que este no era el caso. También me preguntó si tenía alguna pareja estable y yo le dije que no. Noté que trataba de llevar la conversación solo al qué hacía con mi vida sexual”
Tras la revisión que hizo, el doctor le señaló que lo mejor era hacer un drenaje. Giuliana aceptó. El ginecólogo trajo una aguja de gran tamaño y comenzó a hincar el bulto. Pese que se trataba de una zona sensible, la hincó una y otra vez durante una innumerable cantidad de veces. El dolor que le ocasionaba el procedimiento hizo que la mujer se quiebre, dolor que el ginecólogo minimizó. “Cálmate, no es para tanto”, dijo el médico.
“Se mostró cero empático. Además, lo sentí súper violento. No me daba una explicación ante mi preocupación de que realmente fuera por una enfermedad de transmisión sexual. Solo me dijo que ya estaba drenado, me dio la receta médica y me dijo que con eso pasaría. En todo ese momento yo estaba llorando”
Después de esta experiencia, Giuliana acudió a un nuevo ginecólogo, quien le explicó que la obstrucción de las glándulas de Bartolino no estaba relacionado al comportamiento sexual. También descartó que los signos que presentaba la mujer guarden relación con una enfermedad de transmisión sexual. Por el contrario, le comentó que era irresponsable ofrecer un diagnóstico sin haber realizado pruebas que confirmen las sospechas. Asimismo, le comentó que el drenaje en esa zona no es recomendable por el dolor agudo que provoca en las mujeres y porque ocasiona una nueva inflamación a los pocos días de haber sido drenado.
Octubre, 2019. Alessandra Colina acudió al Hospital Santa Rosa, en Pueblo Libre, para hacerse un papanicolaou y consultar sobre un método de planificación familiar. Debido a los antecedentes de cáncer en su familia, escuchó que no podía utilizar anticonceptivos hormonales, así que le preguntó a la ginecóloga qué fármaco consumir. Junto con ello, le comentó que tenía síntomas pre menstruales agudos que la llegaban a incapacitar, pero la doctora no atendió este pedido y la ignoró.
Alessandra tuvo que regresar con tal doctora, pues debía revisarle los resultados de la ecografía transvaginal que le ordenó. Allí, nuevamente le preguntó qué método anticonceptivo podría utilizar.
— Cómprate pastillas nomás.
— ¿Se acuerda que le dije que yo tengo antecedentes de cáncer en mi familia? No puedo usar métodos hormonales.
— Entonces ven el primer día de tu regla y ponte el dispositivo intrauterino.
— ¿Y qué hago con los fuertes dolores que tengo antes de la menstruación? Son demasiados. Muchas veces me quedo incapacitada.
— Eso se te quita cuando te pongas a parir. El dolor se quita cuando pares. A mí se me quitó.
Alessandra acudió a la consulta ginecológica no solo para hallar su método ideal de anticoncepción, sino también para encontrar una solución a los graves cuadros que enfrenta todos los meses días antes de la llegada de su menstruación. No encontrar una respuesta en el personal especializado afectó su salud mental.
“Yo llevo muchos años con mi pareja y nosotros hemos decidido que no queremos tener hijos. Yo soy joven y muchos dicen que voy a cambiar mi parecer, pero yo lo he decidido. Cuando ella me dijo eso, no me sentí escuchada. Fue algo como: ‘solo haz lo que tienes que hacer con tu útero para que se te puedan quitar esos síntomas’. Me sentí completamente invalidada. Esa respuesta me dejó completamente desconcertada. Me dejó un poco deprimida porque yo tenía la esperanza de tener una respuesta. Es algo que me afecta absolutamente todos los meses”.
Marzo, 2017. Mariela* se había enterado hace algunos días que estaba embarazada. Sin embargo, las cosas no iban bien. Según su ginecóloga, el saco gestacional se había desprendido del útero y se debía practicar un legrado. En ese momento, su médico de cabecera atendía en la Clínica San Felipe, pero no estaba disponible, así que la derivó con otra especialista en el mismo establecimiento. Ingresó junto a su pareja a un consultorio que tenía diversas figuras religiosas. A raíz de ello, presintió que no sería bien recibida.
La mujer le explicó a la doctora lo que sucedía y le comentó que sufría de depresión. Antes de que termine de hablar, la médico se refirió a su condición de salud mental y enfatizó que ello influyó en la interrupción del embarazo. Pese a que la joven contaba con un informe de su ginecóloga donde recomendaba hacer el legrado para priorizar la salud de la madre, la especialista se resistió a realizarlo.
“En ese momento comenzó a alzar la voz. Hubo una pelea en cuanto a los pensamientos de ella, en cuanto a determinar un procedimiento, en cuanto de tener elección y ver también que iba a hacer algo negativo para mi salud mental. Yo solamente me puse a llorar muchísimo. Ella sacó de su billetera el monto de 150 soles, que era lo que costaba la consulta, lo puso la mesa y mencionó en que nos iba a ahorrar el tiempo de ir al primer piso de recepción para poder hacer la devolución del dinero. Dijo que le parecía un atentado contra todos los valores nuevos en la sociedad y que yo, como mujer, estaba muy mal”.
La especialista le pidió a Mariela que acepte el dinero que le estaba ofreciendo, pero esta no lo recibió. En una llamada telefónica, la ginecóloga de cabecera de la joven le aconsejó rechazarlo para no tener problemas en el futuro. A los pocos minutos, debido al intercambio de palabras que tuvo su novio con la doctora, el personal de seguridad de la clínica se acercó al consultorio y llevaron a ambos a la salida de la clínica.
Para ella, esta fue una de las escenas más traumáticas, pues los pacientes del establecimiento vieron a la pareja salir en compañía de la seguridad de la empresa como si hubiesen protagonizado algún hecho delictivo.
Después de lo sucedido en la Clínica San Felipe, Mariela pensó en denunciar a la doctora que la atendió, pues este hecho le dejó una huella que hasta hoy recuerda con mucha tristeza. Sin embargo, consideró que acusar este episodio podría perjudicarla, pues podría el acto podría ser malinterpretado y ser calificado como un aborto. En otras palabras, no pudo denunciar un caso de violencia obstétrica por temor a ser criminalizada.
“Tenía temor de denunciar. La doctora podría mencionar algo erróneo, ahí sí tenía bastante temor. Temía qué podían colocar en mi historial. Sobre todo, por el estigma que hay en la sociedad”
2016. Raquel* estaba preocupada. Hace algunos días atrás se había percatado que tenía granitos en la zona de la vulva. Era estudiante de la PUCP y los gastos de la carrera eran altos, por lo que no contaba con un seguro donde pueda atenderse, así que decidió acudir al centro de salud de la universidad para que sea examinada.
Al ingresar al consultorio, la doctora la atendió con normalidad y se mostró dispuesta a escuchar el problema que la estaba aquejando. Mientras tomaba sus datos, la ginecóloga le preguntó si mantenía relaciones sexuales, a lo que contestó que sí, pero no mantenía una relación estable. Esto despertó una reacción negativa en la doctora que cambió su actitud empática hacia la estudiante.
“Se escandalizó cuando le dije que tenía relaciones sin tener novio. Me miró feo y me dijo que seguro tenía una enfermedad venérea, que no tenga relaciones en quince días y vuelva después a consulta. En esa época era estudiante y no tenía mucho dinero para hacerme ver en otro lugar, por eso opté por el centro de salud de la PUCP, porque era gratis”.
Después de ello, Raquel acudió a una cita ginecológica en el centro Inppares, donde fue examinada y le diagnosticaron una simple reacción dermatológica. La doctora que la atendió le recetó una crema y, a los pocos días, las erupciones desaparecieron. Sin embargo, el episodio que vivió en el establecimiento de salud de su universidad le generó varios días de angustia al pensar que tenía una enfermedad más grave.
El concepto de violencia obstétrica en este país está regulado en el “Plan Nacional Contra la Violencia de Género 2016 – 2021″, en la Ley N° 30364 y su Reglamento, y en el Programa Presupuestal orientado a Resultados (PPoR) de Reducción de la Violencia contra la Mujer.
El Estado le ha otorgado la siguiente definición: “Comprende todos los actos de violencia por parte del personal de salud con relación a los procesos reproductivos y que se expresa en un trato deshumanizador, abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, que impacta negativamente en la calidad de vida de las mujeres”
Actualmente, el Ministerio de Salud cuenta con ciertas normas que regulan la atención de las pacientes que son víctimas de violencia. Dentro de ellas se encuentran las Guías Nacionales para la atención integral de la salud sexual y reproductiva, la Norma Técnica de salud para la transversalización de los enfoques de derechos humanos, equidad de género e interculturalidad en salud y la Guía Técnica para la atención integral de las personas afectadas por la violencia basada en el género. Sin embargo, de acuerdo a la Defensoría del Pueblo, “ninguna de estas normas aborda de manera explícita la violencia obstétrica. En este sentido, tampoco existiría un procedimiento específico para investigar y sancionar la violencia obstétrica en el sector salud”.
“En el ámbito penal, el Código Penal peruano no ha establecido la violencia obstétrica como delito, pero dicha conducta podría ser sancionada a través de otros tipos penales de acuerdo a las características de cada caso”, detalla la Defensoría.
Ante un caso de vulneración de derechos que podría considerarse violencia obstétrica, la paciente puede actuar en conformidad a la Ley que establece los Derechos de las Personas Usuarias de los Servicios de Salud y presentar su queja ante Susalud.
En una reciente Opinión Consultiva, la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoció que la violencia obstétrica es una forma de violencia basada en género que contradice el resto a los derechos humanos de las mujeres.
“Tomando en cuenta las diversas conceptualizaciones respecto de la violencia obstétrica como una violación de derechos humanos, la Corte considera que la violencia que se ejerce contra las mujeres durante el embarazo, el trabajo de parto y después del parto constituye una forma de violencia basada en el género, particularmente, violencia obstétrica, contraria a la Convención de Belem do Pará”, informa.
A raíz de ello, la Corte IDH recomendó a los Estados a “prevenir y abstenerse de incurrir en actos constitutivos de violencia de género durante el acceso a servicios de salud reproductiva”. Sobre todo, al momento del trabajo de parto en mujeres que están privadas de la libertad, quienes son más vulnerables a padecer de violencia obstétrica.
Por ello, enfatizó que es necesario que los Estados garanticen el acceso a la justicia para las mujeres que han sido víctimas de violencia obstétrica, además del acceso a recursos administrativos y judiciales, y reparaciones civiles. “Resulta necesario facilitar a las mujeres detenidas canales de denuncia seguros, brindando los recursos necesarios para ello y las condiciones de confidencialidad y protección necesarias, todo lo cual debe ser debidamente informado a las reclusas”, añadió.
*Protegemos las identidades de las pacientes para evitar represalias en su contra.
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