Marco Arenas y Fernanda Lora vienen cumpliendo la condena de 20 años de prisión que determinó la justicia. El motivo: quemar a una mujer viva. Pero no cualquier mujer, sino la propia madre de Marco, un chico que tenía todo el poder adquisitivo y el apoyo de sus padres. Él asesinó a su madre con premeditación y alevosía, como solo un psicópata podría hacerlo. Todo ocurrió en La Molina, el 5 de noviembre del 2013.
La familia Arenas Castillo
Marco nació en una familia que le dio gran calidad de vida. Walter Arenas y María Rosa Castillo matricularon a su hijo en uno de los mejores colegios de Lima. Era un niño mimado, aunque para algunos sobreprotegido. Sin embargo, cuando la secundaria se acabó, los frutos de esta crianza fueron podridos.
Inició la carrera de ingeniería industrial en la Universidad de Lima, pero reprobó seis de los siete cursos que llevaba y tuvo que salir de allí. El amor fue tan grande que sus padres no dudaron en matricularlo en una nueva universidad. Esta vez sería la San Ignacio de Loyola (USIL) y allí estudió psicología empresarial, pero también dejó los estudios.
Finalmente, tomó la carrera de Psicología, pero esta también tuvo un final decepcionante para los padres. Sin embargo, allí conoció a Fernanda, una adolescente de 17 años que cursaba su primera ciclo. Ella ingresó a su vida y en febrero del 2013 se hicieron enamorados, cuando él tenía 22.
El desordenado amor de Marco y Fernanda
Entre ambos había mucha química. A ella le gustaba el dinero que manejaba Marco y a él las grandes aventuras y pasatiempos en los cuales se divertía con Fernanda. Aunque meses más tarde ese “amor” empezó a discurrir por los caminos de la ambición, el derroche y la codicia. Eso los hizo cómplices, hasta terminar con la muerte de María Rosa Castillo.
En busca de continuar derrochando dinero en gustos y antojos, Marco le robaba a sus padres buscando entre los cajones, sacando de las carteras y hasta a través de las tarjetas de bancos. Entre otras actividades, la pareja también disfrutaba matando pajaritos y tumbando nidos de los árboles a hondazos. Además, con la camioneta que usaba el joven, lanzaban huevos a los transeúntes, algo que les encantaba.
En agosto del mismo año, Fernando cumplió la mayoría de edad y había que celebrar a lo grande. Además, al parecer buscaban convivir lejos del Perú. No se les ocurrió mejor idea que fingir un secuestro. El propio Marco le pidió 15 mil dólares a sus padres por su “rescate” y con ese dinero se fueron a Chile. Para sus padres, él estaba desaparecido.
El 27 de agosto los padres hicieron una denuncia por la desparición de los dos. Días más tarde, el padre se logró comunicar con el hijo a través de Facebook y él le advirtió que ya se habían quedado sin dinero, que le manden los pasajes para volver a Lima. A su regreso, sus papás lo perdonaron y esperar que se arrepienta de lo hecho para enmendar sus pasos. Eso no pasó.
Marco seguía desperdiciando el dinero de sus padres, por las buenas o por las malas. ‘Fer’ no lo veía mal, seguía disfrutando del robo de su enamorado. Cuando no podían verse por algún motivo, él mataba el tiempo viendo películas de terror o jugando juegos de violencia, como ‘Hitman’, donde el protagonista disfrutaba estrangulando virtualmente a sus víctimas.
El final de terror
Sin saber qué hacer con la vida desordenada de Marco, los padres solo recurrían a las llamadas de atención. Los castigos no eran suficientes y él se burlaba haciendo lo que se le daba la gana. Hasta que llegó el martes 5 de noviembre del 2013, cuando le volvieron a reprender verbalmente y Marco terminó subiéndose a su camioneta y yéndose lleno de bronca. Se fue a USIL a recoger a Fernanda.
Le contó lo que le había sucedido en la mañana y juntos fueron a la casa de él, en la urbanización Sol de La Molina. Ingresaron molestos y se instalaron en su habitación, al parecer él con el plan ya en mente. Fue donde su madre a supuestamente pedirle perdón y cuando ella menos se lo esperaba, rodeó su cuello con el brazo y lo apretó por varios segundo hasta desmayarla. Como una psicópata. ‘Fer’ vio todo el accionar desde la ventana.
Ambos tomaron el cuerpo y lo subieron a la maletera de la camioneta, una Toyota de placa ROR-013. Continuaron con el robo de joyas y dinero. Al mediodía, Fernanda se dirigió a su casa y Marco fue al grifo para comprar petróleo. A las 2:30 de la tarde se juntaron otra vez y se dirigieron a Manchay Bajo. Arrojaron el cuerpo, le echaron petróleo y prendieron fuego. La quemaron viva.
Sin estar enterados, María Rosa Castillo Gonzales, quien tenía 54 años de edad, estaba aún con vida cuando fue quemada según la necropsia. Fue desaparecida el martes 5 y hallada en una huaca de Pachacámac calcinada al día siguiente.
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