El trabajo sexual en el país ha sido un tema que se evita tocar en las agendas de las autoridades. Un ejemplo cercano es lo que ocurrió en el último debate municipal por la alcaldía de Lima, donde se planteó el escenario de tener una “zona rosa”. Algunos no lo consideraron prioritario, mientras que otros explicaron cómo se podría ejecutar, considerando la seguridad y salud de las trabajadoras.
Este panorama nos permite recordar que un intento por generar espacios para la prostitución lo encaminó la exalcaldesa de Lima, Susana Villarán, quien marcó firmemente su posición, señalando que su objetivo era “erradicar la explotación sexual de menores de edad”. Su propuesta causó una serie de reacciones, calificándolo como un hecho escandaloso. Incluso, Castañeda Lossio le dijo que lo haga frente a su casa, sin invadir los espacios públicos.
Hablar de la prostitución sigue siendo un foco de debate, crítica y hasta rechazo. La figura no es nueva, por lo que es inevitable resaltar lo que se vivió por más de 20 años en el distrito de La Victoria. Era mediados del siglo XX, la ciudad se convirtió en el centro de todas las sangres gracias a las olas migratorias, no solo de provincias, también del extranjero.
La búsqueda por ordenar Lima causó que se replanteara el significado del jirón Huatica, que tiempo más tarde sería considerado como el prostíbulo más grande.
El prostíbulo más grande de Lima
El periodista Eloy Jáuregui describe este lugar como un punto de encuentro que tenía una fama innata por el río Huatica. El espacio albergó los choques culturales, las artes y figuras amantes de lo bohemio y las tradiciones en construcción. Precisa que a partir del año 1928 se emitió la orden para concentrar las casas de citas. Las prostitutas, de Perú y otros países, eran expuestas en ventanas con luces rojas para recibir a los visitantes. El comercio no tardó en llegar y se aprovechó cada zona liberada para poner restaurantes al paso, cantinas, entre otros.
La aparición de intelectuales y otras personalidades limeñas no garantizaban que sea un territorio seguro, todo lo contrario. La violencia y la inseguridad se vivía de mañana a noche. Era un escondite para delincuentes que se camuflaban entre los visitantes y trabajadores del jirón.
Quienes han tenido la oportunidad de leer al Nobel Mario Vargas Llosa, recordarán que menciona este escenario en su obra en “La ciudad y los perros”. El autor indica que, en aquella época, a las trabajadoras sexuales se les conocía como “polillas”.
En este prostíbulo de Lima se respetaba una jerarquía entre las mujeres que laboraban, con o sin su voluntad, ya que desde estos años se vivía el clima de violencia, explotación y otros factores que se extienden hasta nuestra actualidad.
Dependiendo de la cuadra en que se encontraban, y la ventana o puerta que les correspondía, dependía la tarifa que manejaban con los clientes que llegaban de distintas partes del país. El precio por su compañía era entre S/3.00 y S/20.00
Las habitaciones donde se reunían eran pequeños, con una sola cama, un lavador con agua, bacinica y un foco envuelto para que emita luz roja.
El fin de una era
Evidentemente, Huatica generó incomodidad y rechazo por parte de los vecinos. Sus reclamos, sustentados con reclamos y denuncias por la aparición de delincuentes y proxenetas, terminó con la intervención de las autoridades en el año 1956. El presidente Manuel Prado Ugarteche se encargó de ordenar un operativo para desalojar a las trabajadoras sexuales.
Ellas tomaron sus pertenencias y se trasladaron cerca del cerro El Pino, al final de la avenida México. La noticia se esparció rápidamente, anunciando que el prostíbulo desapareció de La Victoria. Es una minoría la que recuerda este ambiente de Lima, lo cual es entendible, ya que cambió de nombre varias veces, quizás con el fin de que nadie supiera de él en el futuro.
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