Ayacucho: el tradicional relato del encuentro entre un minero novato y el chinchilico

El espíritu de la mina se le apareció a un joven para reprobar algo que había hecho.

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Una de las principales fuentes de riqueza del Perú es la minería. En esta actividad son muchos los hombres y mujeres que dedican buena parte de su vida a desempeñarse en esta labor.

Sin embargo, como en cualquier trabajo que se desarrolle en las zonas más alejadas del país, este siempre trae situaciones bastante particulares ligadas a experiencias que no son sencillas de explicar.

Tal como le ocurrió a un joven limeño en un pueblo llamado Santa Cruz de Pichigua, Lucanas (Ayacucho), según reza una leyenda que circula por la zona.

Cosas de la vida

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Por diversas circunstancias, este muchacho vio la necesidad de trabajar en la minería informal. Es así que se trasladó al pueblo mencionado líneas arriba para comenzar en lo que sería su nueva profesión.

Justamente en ese lugar había una mina de plata. A pesar de ser un muchacho muy valiente, el tamaño de la mina llamó su atención. No pensó ver galerías, varios niveles y precipicios. Algo de temor entró en él.

A los pocos días de haber comenzado en su nuevo trabajo, unos primos suyos, que eran naturales del lugar, le recomendaron nunca hablar sobre mujeres dentro de la mina. Tampoco llevar ajos o cebollas. Pues el duende guardián de la mina podría enojarse y castigarlos con un terrible accidente. Como buen limeño, fue escéptico a los consejos de sus familiares hasta que un día le ocurrió un suceso del que todavía no puede olvidarse.

Terrible error

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Todos los días, antes de ir a trabajar, su madre solía mandarles agua y frutas en sus mochilas para que tengan que comer a la hora de la salida. Cierta mañana, cuando ya habían comenzado la jornada laboral, cosas extrañas comenzaron a suceder.

Mientras que el capitalino picaba una roca, de un momento a otro esta se redujo y solo le quedó un hilo en la roca. A uno de sus primos, le cayó una plancha del techo, lastimándole la rodilla.

Por su parte, otro compañero que fue a prender el generador eléctrico, no le encendía. Cosa rara pues el aparato era prácticamente nuevo. Entonces, fiel a su espíritu emprendedor, el protagonista de esta historia fue a ver qué es lo que pasaba con la bendita máquina. Tras cerciorarse que efectivamente no funcionaba, cayó rendido en el piso como esperando qué más podría pasar.

De repente, como unos 50 metros de distancia, vio salir un pequeño hombrecillo de un hueco de lámina. Medida casi medio metro, vestía un overol marrón, un casco de minero y llevaba consigo una lámpara de carburo.

Este extraño ser no hizo nada particular, simplemente lo quedó mirando fijamente mientras movía la cabeza y los dedos, como diciendo no.

El muchacho, inmóvil, tampoco atinó a nada. Hasta que escuchó que sus compañeros venían y la aparición se perdió de nuevo en el interior de las rocas.

Al verlo pálido, y con la cara de susto, le preguntaron qué había pasado. Tras relatar el encuentro, uno de los primos le dijo que había visto el espíritu de la mina llamado el chinchilico. Y que muy pocos eres habían tenido el extrañó privilegio de toparse con él.

¿Qué pasó?

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Más tarde, cuando la hora del refrigerio llegó, todos los involucrados se juntaron de nuevo para compartir la comida.

Cuando cada uno se acaba lo suyo de sus mochilas, el joven encontró dos cebollas dentro de la suya. Lo que le habían prohibido llevar.

Atando cabos, se dieron con la sorpresa que la mamá, sin percatarse de lo que estaba haciendo, las había metido en la mochila pensando que eran manzanas. Entonces entendió el gesto de desaprobación que le había dado el chinchilico.

Pero ellos no fueron los únicos afectados por la llegada del espíritu de la mina, pues otros compañeros también sufrieron extraños percances ese mismo día.

La solución que encontraron, y qué funcionó, fue rociar una botella de vino dentro de la mina y todo volvió a la normalidad.

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