Iván Troyano tiene 80 años de edad y vive en San Juan de Lurigancho. Pese a su avanzada edad, debe caminar a diario entre 10 a 15 cuadras para llegar hacia la olla común Nueva Esperanza, iniciativa que nació a raíz de la llegada de la pandemia. Iván fue una de las personas que impulsó la creación de una olla común, pues muchos de los vecinos de la zona se quedaron sin ingresos económicos que les permitan acceder a alimentos, incluido él.
“Trabajé hasta que llegó la pandemia. Cuando habían eventos como matrimonios y ceremonias, me contrataban como seguridad. Pero por la edad nos comenzaron a excluir”, relata a Infobae.
Iván vive solo en una casa que alquila gracias a la pensión que recibe. Cada día recuerda con alegría y melancolía su juventud, etapa en la cual formó parte de la Marina de Guerra de Perú. Gracias a ello, viajó a diversos países. El primer país al que llegó fue Inglaterra, luego viajó a Francia y, posteriormente, a España. Aunque hoy se encuentre lejos del mar que le regaló estas valiosas experiencias, agradece a Dios por conservar estos recuerdos que le generan felicidad.
El hombre es alto, robusto y de cabellos blancos. Su característica más resaltante es la enorme sonrisa que lleva siempre con él y que contagia a todos los miembros de Nueva Esperanza. Sin embargo, detrás de esas alegres expresiones guarda la tristeza de estar lejos de sus hijos y nietos, con quienes se comunica únicamente por teléfono. Pero esto no lo detuvo. Iván encontró en los miembros de la olla común a una nueva familia y en su nuevo hogar una nueva forma de vivir.
“Me levanto temprano y doy gracias a Dios. Me voy a caminar por allí y luego regreso a casa. Escucho música o noticias en la radio. Luego vengo a la olla común a recoger mi almuerzo. Esta es mi familia, es parte mi rutina”, describe.
Debido a su condición económica, Iván Troyano es uno de los casos sociales que atiende Nueva Esperanza. Por ello, se muestra agradecido con las mujeres que a diario cocinan para él y demás adultos mayores que se ven beneficiados de la olla común y que no cuentan con los recursos económicos suficientes para solventar su alimentación diaria.
“Me dieron acogida porque necesitaba un servicio. De esa manera llegué. Desde entonces hemos luchado bastante para servirnos de esto y con la colaboración de todos hemos logrado estar acá. Poco a poco, en época de la de la pandemia muchas necesidades teníamos y ya nos acogimos acá. Somos como familia. Todos los días venimos y nos extrañamos bastante. Nos agraciamos bien, pasamos los cumpleaños. Es una es una maravilla esta organización y de eso quedamos eternamente agradecidos. Si no fuera por esta organización que tenemos, ¿qué sería de nosotros? Porque nosotros nos sentimos solos y necesitamos eso. Es muy necesario para poder seguir viviendo”, narra.
Una oportunidad para María
María Paitán tiene 56 años de edad y es una de las socias de Nueva Esperanza. Al igual que Iván, impulsó la creación de la olla común tras perder su empleo como costurera con la llegada del COVID-19 al Perú. Ella vive con su madre, una mujer de 92 años, también beneficiaria de la olla común, y su esposo, de 65 años, quien también perdió su empleo a raíz de la pandemia. Durante la inmovilización social obligatoria el desempleo golpeó fuertemente su hogar y la familia se quedó sin percibir ingresos económicos.
“Me decían que ya no había venta. Ya no querían que vaya. Mi esposo también trabajaba en ventas, pero le dijeron que ya no, que no habían ventas. Todo estaba cerrado”, cuenta.
En la búsqueda de empleo, María encontró una persona que le ofreció dinero a cambio de tejer pulseras para vender, pero no representaba una buena oferta económica. El trabajo consistía en hacer 100 pulseras a cambio de 18 soles. La necesidad de costear los gastos de su hogar la llevó a aceptar.
— Ella [María] viene a apoyar a la ollita, cocina y rapidito se pone a tejer — dice Lilibeth.
— A veces se tarda hasta un mes haciendo las 100 pulseras y por ese mes le pagan 18 soles — dice Vilma, una de las socias de la olla común.
— Cuando no acabo en el día, tengo que quedarme hasta la noche. Bien tarde. Tejer tanto me hace doler los ojos. A veces se ponen rojos. También duele la espalda, pero no hay otra chamba.
Actualmente ni María ni su esposo cuentan con pensiones ni ingresos económicos. Ella cuenta que ha intentado buscar un trabajo fijo, pero debido a su edad no consigue un empleo. Su madre y ella también son parte de los casos sociales que cubre la olla común Nueva Esperanza.
Alza de precios limitó las donaciones
Abilia Ramos es fiscal en esta olla común y a nivel distrital es representante de las ollas comunes de San Juan de Lurigancho. Hasta inicios de este año, acudía a los mercados del distrito para pedir donaciones para cocina en Nueva Esperanza. Allí, los comerciantes les regalaban a las representantes de las ollas comunes los alimentos. Sin embargo, desde que inició el alza de precios, este apoyo dejó de existir.
— Antes era mucho más práctico. Durante la pandemia también cuando iban al mercado las vecinas, se acercaban y decíamos que éramos de la ollita. Ellos [los comerciantes] te decían “toma, lleva esto, ya lleve eso” y nos donaban algunas cosas. Llegábamos acá y acumulábamos para el otro día y así podíamos este cocinar, pero ahora no. Vas al mercado y todo se vende.
Según Abilia, uno de los alimentos que regalaban antes era la panca del choclo, lo cual era utilizado para alimentar a los animales que las vecinas tenían. Sin embargo, con el alza de precios, los comerciantes ya no regalan esto y solo se entrega si se compra cierta cantidad de choclos. De igual manera, los comerciantes regalaban a las representantes de las ollas comunes las papas que estaban por malograrse, pero ahora estas también se venden por un costo menor.
— La papa antes estaba 80 céntimos, ahora está de 3 a 4 soles. Y aunque sea una papa pequeña o malograda, igual la venden a 60 u 80 céntimos. Igual con la panca del choclo. Antes no le tomaban tanta importancia, ahora te venden todo. Si compras choclo te venden la panca, si no, no te venden. Entonces, todo venden. Nada te regalan ni te donan. Nada.
Apoyo estatal insuficiente
La olla común Nueva Esperanza opera desde marzo de 2020. Sin embargo, en todo ese año, el comedor subsistió gracias al cobro del menú equivalente a S/3 y las donaciones que los comerciantes hacían. De acuerdo a Lilibeth Jesús, una de las socias de esta iniciativa, durante los dos primeros años de funcionamiento de la olla común, no recibieron apoyo de parte del Estado.
La también cocinera cuenta que en el año 2021 solo recibieron una donación en el mes de diciembre y fue una cantidad insuficiente. Según comenta, recibieron 17 bolsas de productos que contenían menestras, fideos y leche que representaba aproximadamente 14kg de alimentos. Sin embargo, la olla común produce mínimo 12kg de comida diaria. Esta donación solo alcanzó para cocinar unos pocos días. Después de ello, volvieron a recibir la misma cantidad de alimentos en agosto y septiembre de este año.
La olla común tiene al menos 70 beneficiarios. De ellos, 22 son casos sociales, es decir no pagan por este servicio, y 48 acceden a un costo social por la porción de menú. Pese a la inflación, esta organización ha mantenido el precio de la ración. Sin embargo, el monto recaudado es insuficiente para adquirir alimentos de alto valor nutricional. Por ejemplo, Lilibeth comenta que la mayor cantidad de días se consume menestras con arroz y no se incluyen carnes como pescados o pollo por su alto precio en el mercado. Asimismo, los platos que incluyen papa han disminuido por el alza del precio de esta hortaliza.
— A la semana comemos pollo de dos a tres veces. Compramos un pollo y lo picamos en partes chiquititas para que alcancen para todos los platos. También lo reemplazamos con sangrecita y le ponemos papa sancochada y así aumenta. Pero ahorita la papa está cara y no alcanza. Tratamos así de economizar.
La integrante de Nueva Esperanza también señala que en el comedor no se comen carnes rojas ni pescado, pues el presupuesto no alcanza para adquirir porciones para todos. No obstante, esto representa un déficit en valor nutricional de los platos que se preparan, pues las carnes representan un importante porcentaje de proteínas. Por su parte, Abilia Ramos enfatiza que en estas iniciativas no se toman en cuenta qué alimentos deben consumir los ciudadanos, pues no alcanza para cubrir toda la demanda.
— Si habláramos de de alimentos saludables con todos sus componentes nutricionales, estamos muy lejos. No hay nada de eso. Por ejemplo, en esta ollita se hace tres veces por semana menestra. Y eso ayuda bastante. A veces le echan ensalada de atún, arroz, pero después de los otros días hay que ver qué hacemos.
Alimentos en mal estado
Lilibeth Jesús recibió una de las donaciones que realizó el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social a la olla común Nueva Esperanza. Era una bolsa que contenía algunos kilos de frijol castilla. Junto a sus compañeras de esta organización, decidieron utilizar este producto para el plato del día, sin embargo, se llevaron una sorpresa cuando abrieron los paquetes de frijoles y salieron gusanos y gorgojos en gran cantidad.
“Íbamos a cocinar un lunes, fuimos a mojar el frijol castilla, echamos en el balde y empezaron a salir así tipo maripositas, gusanos y les tomamos fotos. Empezamos a grabarlo para mandarlo al Midis y a la municipalidad, para que vean que está la menestra con gorgojos. Y así sucesivamente varias ollas se quejaron”, comenta.
De acuerdo a Lilibeth, personal del Midis se acercó a la olla común para verificar el presunto alimento en mal estado. Tras confirmar lo denunciado por las organizadoras, los funcionarios se comprometieron a volver a enviar la cantidad de alimentos que no pudo ser consumida. No obstante, las representantes de esta olla común señalan que esto no fue cumplido de parte de las autoridades.
Falta de oportunidades
Las mujeres que componen y sacan adelante las ollas comunes son personas que se han comprometido con una causa social con la finalidad de ayudar a sus vecinos que necesitan de apoyo. Sin embargo, cuentan con sus propios problemas y necesidades que requieren ser resueltos. Por ello, la representante de las ollas comunes, Abilia Ramos, pide a las autoridades promover actividades donde estas mujeres puedan obtener ingresos económicos.
“Dentro de las ollas comunes hay mujeres. Mujeres que no saben leer ni escribir, solo buscan oportunidades de trabajo. Ya la mayoría tiene 50 o 60 años. Solo pedimos una mirada desde el Estado donde las puedan capacitar y los emprendimientos que ellas hayan hecho vayan a ferias para que ellas puedan tener un recurso de ingreso y puedan sobrevivir porque esto no es vida. Sobreviven alimentándose de lo que pueda haber en la olla común, pero hay que pagar la luz, hay que pagar el agua, hay que pagar sus propias enfermedades cuando se enferman, a veces aguantan su dolor”, señala.
Ramos asegura que la forma de apoyar a las mujeres que integran estas organizaciones no es mediante la entrega de alimentos, sino mediante la promoción de actividades económicas que las favorezcan. No obstante, precisó que el Estado no tiene voluntad para ayudar a estas iniciativas.
“Nosotros no pedimos que nos regalen nada. Lo que hemos pedido es trabajar juntos. Que haya salud, que verifiquen a las mujeres, que le den trabajo, porque al final atrás de ellas hay una familia. Hijos que alimentar, hijos que educar, hijos que vestir, hijos que llevarlos al doctor. Pero no hemos visto ni siquiera distritalmente ni una mirada desde el Estado”, explica.
Abilia Ramos hace referencia a los empleos que cada una de las mujeres que componen la olla común Nueva Esperanza tienen y reitera que el ingreso económico que se percibe a través de estos no alcanza para solventar los gastos que cada una de ellas tiene.
“Lo único que pedimos, yo particularmente, para las señoras esa hacer una panadería para que ellas puedan más adelante tener sus propios ingresos y no estar dependiendo de personas que le pagan 30 soles por día que no alcanza, honestamente, para nada”, indica.
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