Hace muchos años, el olor a orina, vómito y otros fluidos corporales en los hospitales era común. Visitar a un familiar en estos lugares y encontrar sábanas sucias, pisos manchados de sangre y, sobre todo, doctores con un aspecto desagradable, no era extraño. Reclamar ante esto hasta se creía descortés. Por estas razones, a los hospitales se les conocía como “Casas de la Muerte”. Sin embargo, hubo un gran cambio con el descubrimiento de Ignaz Phillip Semmelweis y su método del lavado de manos. Por eso, cada 15 de octubre, se celebra el Día Mundial del Lavado de Manos.
En este periodo, ser tratado en casa que en un hospital era mucho más seguro, pues las tasas de mortalidad eran de tres a cinco veces más altas que en entornos domésticos. La poca ventilación o acceso a agua limpia, además de la cantidad de gérmenes en los espacios reducidos, terminaban matando al paciente antes que la enfermedad o la circunstancia, como dar a luz, por la que llegaban.
Ignaz Semmelweis y su “loco método”
Nacido el 1 de julio de 1818, el médico húngaro de origen alemán, terminó siendo reconocido mundialmente como “el salvador de las madres”, ya que fue él quien descubrió que desinfectarse las manos antes de tratar a las parturientas disminuía drásticamente los casos de muerte de mujeres y recién nacidos a causa de la fiebre puerperal. Sin embargo, este método no fue reconocido en esos años y se le tildó de loco.
“Hay que tener en cuenta que lo que él estaba diciendo -aunque no en esas palabras- era que los estudiantes de medicina estaban matando mujeres, y eso era muy difícil de aceptar”, explicó el doctor Barron H. Lerner, miembro de la facultad de la Escuela Langone de Medicina de la Universidad de Nueva York, a BBC.
Semmelweis trabajaba en el Hospital General de Viena en la década de 1840, donde la muerte acechaba las salas tan regularmente como en cualquier otro hospital. Entre las personas con mayor riesgo estaban las mujeres embarazadas, donde algunas sufrían desgarros vaginales durante el parto y las heridas abiertas eran el hábitat ideal para las bacterias que médicos y cirujanos llevaban.
En este hospital habían dos instalaciones iguales para los partos: el primero era atendido por estudiantes de medicina masculinos, mientras que el segundo bajo el cuidado de parteras femeninas. Semmelweis notó una discrepancia interesante entre las dos salas obstétricas: la que era supervisada por los estudiantes de medicina tenía una tasa de mortalidad 3 veces más alta.
Ahora, algunos creían que este desequilibrio se debía al trato rudo de los hombres con las embarazadas, lo que provocaba la fiebre puerperal, pero Ignaz Phillips no estaba convencido. Fue en 1847 que un colega suyo falleció a causa de un corte en la mano y esa fue la pista que necesitaba. El galeno húngaro notó que sus síntomas eran muy similares a los de mujeres con fiebre puerperal.
Al final, Semmelweis observó que muchos de los jóvenes iban directamente de una autopsia a atender a las mujeres. Como no se usaba ningún tipo de protección en la sala de disección, era común ver a los practicantes con sangre, trozos de carne, entre otras cosas, en su ropa después de que las clases hubieran terminado. La diferencia notable era que los médicos masculinos realizaban autopsias y las parteras, no.
Concluyó, entonces, que la fiebre puerperal era causada por “material infeccioso” de un cadáver. Decidió instalar un lavatorio de agua con cal clorada o hipoclorito de calcio -compuesto químico utilizado en tratamiento de aguas por su alta eficacia contra bacterias, algas, moho, hongos y microorganismos peligrosos para la salud humana- en el hospital y comenzó a salvar vidas de mujeres con el método de lavarse las manos.
Las tasas de mortalidad en la sala de estudiantes de medicina se desplomó pasando del 18,3% a un 2% en un mes. A pesar de demostrar la eficacia de su método, sus ideas fueron denostadas por sus colegas, que lo tildaron de loco. Además, tampoco le perdonaron que de algún modo los acusara de ser los responsables de la muerte de sus pacientes.
Al final, fue despedido del Hospital General de Viena y años después cayó en una profunda depresión. Su comportamiento errático preocupó a sus allegados, incluyendo a su esposa, que creyeron que estaba perdiendo la razón. En 1865, Semmelweis fue internado, a la fuerza, en un hospital psiquiátrico, donde murió dos semanas después de su ingreso a causa de una septicemia, a los 47 años.
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