Además de su significado oficial, la palabra ‘salado’ en Perú hace referencia a la persona que suele tener mala suerte en algunas circunstancias de la vida. Sobre su origen se han establecido numerosas teorías, pero tal vez la menos conocida sea la más perturbadora de todas. ¿De qué se trata?
Se trata del caso de Mateo Salado, un ciudadano francés que tuvo el triste honor de ser el primer ciudadano asesinado por la Santa Inquisición de Lima. Esta es su historia.
Para entender mejor lo que también era conocido como el Santo Oficio, debemos recordar que los orígenes de la inquisición se remontan al siglo XIII cuándo los católicos de aquellos tiempos ya venían a otras sectas religiosas como potenciales rivales y decidieron acabar con ellas a toda costa. Los primeros en caer fueron los cátaros (un movimiento gnóstico cristiano que ganó popularidad en Europa occidental).
Al parecer, la idea fue del agrado de los Reyes Católicos españoles que en 1478 decidieron instaurar su propia inquisición y nombraron al fray Tomás de Torquemada. No faltó mucho para que, una vez descubierta América, replicaran el movimiento en el Mundo Nuevo.
Su misión, además de torturar y matar a todo aquel que no pensara como ellos, era vigilar la vida privada de frailes y fieles para detectar ritos secretos o costumbres contrarias a la fe y la vida cristianas.
Esto último contemplaba condenar, entre otras actividades, la adivinación, la idolatría, la brujería, la seducción y la vida conyugal secreta (solo si eras sacerdotes), la bigamia, la homosexualidad, la apostasía, la observancia del ayuno en sábado, el lavarse las manos hasta los codos (considerada costumbre musulmana) y cualquier punto de vista que no estuviera en concordancia con la Iglesia Católica.
Sus principales víctimas eran los judíos y los musulmanes, a quienes les prestaban mayor atención si es que su conversión al catolicismo era real. Y si no lo era, pues pobre de él.
En el Perú
El 29 de enero 1570 con Serván de Cerezuela como primer inquisidor, la orden fue establecida en el Perú. Tal como ocurría en España, y en las de México y Cartagena de Indias, el Santo Oficio tenía la potestad de tomar las medidas cautelares, que incluía la detención de infeliz acusado. En esos casos, antes de emitir la sentencia final, el señalado era torturado con un sinfín de mecanismos para doblegar su voluntad y obtener una confesión.
Los castigos, (sí, habían más) en caso resultases culpable de lo que te acusaban iban desde penitencias religiosas, multas, azotes, prisión, destierro y muerte.
Todavía en estos días, en el local de la Santa Inquisición, ubicado en lo que hoy es la Plaza Bolívar en el Centro de Lima, se pueden ver los lugares que servían como prisiones, en donde los infortunados detenidos esperaban sus procesos. Así como también los curiosos artefactos que eran usados para arrancar las confesiones.
Desde sus inicios, el inquisidor más infame de todos Tomás de Torquemada estableció en un primer momento que ningún detenido debería sangrar o sufrir heridas.
Para solucionar este ‘inconveniente’, el indolente fray y sus secuaces pusieron a trabajar la imaginación y elaboraron más de una forma de tortura que no dejaba huellas.
En ese sentido, nos dejaron como herencia al ‘potro’, que no era más que un tablero grande sobre el cuál se ataba al criminal y se le estiraba de brazos y piernas.
Otro era el ‘castigo del agua’, el mismo que consistía en darle a beber agua al acusado hasta que no pudiese respirar.
También el que era llamada como ‘la garrucha’. Este era un cordel atado a una polea que alzaba al prisionero desde los brazos, previamente atados a su espalda, llevando un fuerte peso en los pies.
El dolor era extremo y muchos, al no poder soportarlo, terminaban confesando aquello por lo que se les acusaba. Sin importar si era cierto o no, el fin era terminar con el dolor.
Mateo Salado
Tan solo tres años después de haber llegado al Perú, la Santa Inquisición procedió a su primer auto de fe, en la cual se ejecutaría al condenado a muerte Mateo Salado.
Este sujeto, también llamado Matheus Saladé, era un ciudadano francés practicante de luteranismo que llegó al país en 1561. Lo hizo proveniente de Sevilla, en donde recibió una biblia en su idioma natal. En este punto debemos recordar que tener una copia del libro sagrados de los católicos era considerado una herejía ya que solo le estaba permitido a los sacerdotes.
Durante su estadía en el Perú, se estableció cerca a las huacas ubicadas en los distritos de Breña, Pueblo Libre y Lima Cercado. Actualmente, todo ese complejo arqueológico lleva su nombre.
Por varios años, fue tomado por la población limeña como loco debido a su vestimenta raída y al hecho que dependía de la caridad de los demás para conseguir algo de comida. Gran parte de su tiempo la dedicaba a excavar en las huacas antes mencionadas, aunque nunca se supo las reales motivaciones para esto.
Cuando iba al centro de la ciudad, a buscar las limosnas para subsistir, aprovechaba también para realizar feroces críticas contra el cristianismo, como la adoración a la cruz o la opulencia en la que vivían los clérigos, entre otras críticas propias del luteranismo.
Por esta situación, fue hecho prisionero en mayo 1570 acusado de blasfemia. A pesar de no desmentir que era hereje, que se sabía partes de la biblia, fue liberado atendiendo que solo era un ‘loco’ más.
Poco tiempo después, en noviembre de 1571, una nueva a denuncia por herejía lo llevó de nuevo ante las autoridades. En este nuevo proceso se determinó que de loco no tenía nada y estaban en pleno uso de sus facultades mentales y fue declarado reo impenitente. Es decir, que no se arrepentía de nada. Por eso fue entregado a las autoridades civiles para que aplicaran sobre él la pena capital.
La fecha elegida para esto fue el 15 de noviembre de 1573, cuando se realizó el primer auto de fe en Lima. Con Mateo Salado, salieron otros cinco acusados que recibieron castigos menores. El show principal fue la quema de este ser humano por pensar de manera diferente.
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