Muerte y destrucción por toda la ciudad. Un panorama desolador que hizo pensar a más de uno el mismo apocalipsis había comenzado en Lima. Lo cierto es que aquel tres de octubre de 1974, la capital peruana soportó un violento de terremoto que todavía trae dolorosos recuerdos entre los que vivieron ese fatídico día.
Si bien los temblores ocurren casi todos los días en el Perú, lo cierto es que los movimientos telúricos de tal magnitud no suceden muy seguido y al ser impredecibles, suelen tomar por sorpresa.
Pero lo que pasó ese día también es recordado como el último gran sismo que sufrió la capital del Perú. Desde entonces, hace casi 50 años, Lima no ha soportado un evento similar, situación que preocupa a los especialistas.
¿La razón? Muchos de ellos consideran que las placas tectónicas no han liberado la energía acumulada en casi medio siglo, lo que hace temer que el próximo gran sismo sea aún mucho más devastador que el vivido hace 48 años.
Coyuntura
Para esa fecha, la dictadura militar liderada por Juan Velasco Alvarado había preparado una serie de celebraciones ya que se cumplía el sexto aniversario de la toma del poder tras derrocar al democráticamente elegido Fernando Belaunde Terry en 1968. Evidentemente, el mitin que tenían listo para ese día a las seis de la tarde en la Plaza de Armas fue suspendido.
Y cuando ese jueves el día recién comenzaba para muchos, la tierra comenzó a moverse exactamente a las nueve y 21 de la mañana. Lo haría por poco más de dos minutos con altas vibraciones en sentido vertical y con violentas sacudidas que hacían muy complicado mantenerse en pie.
Por otro lado, el sonido de la tierra era como un rugido, digno de una película de terror que hizo sobrecogerse hasta al alma más dura. Lo bueno, si algo bueno hay que encontrarle a este hecho, es que fue declarado feriado, por lo que todos los escolares se encontraban en casa.
El dolor de la tragedia
El terremoto no solo fue sentido en Lima Metropolitana y Callao, sino también causó serios daños en varias ciudades del sur como Mala, Cañete, Chincha y Pisco. También causó estragos en algunos distritos de la capital peruana como Rímac, Barranco, Chorrillos, Magdalena, San Miguel y Miraflores.
No pasó mucho tiempo para que los reportes de terrible sacudón comenzaran a llegar.
Lo primero que se determinó que el seísmo tuvo una intensidad de casi ocho grados en la escala de Mercalli y una magnitud de 5.6 en la escala de Richter.
Luego comenzó el doloroso conteo de víctimas mortales de diversas partes de la capital. Ocho personas habían perdido la vida en Chorrillos, otras tres en Barranco y dos más en Surco. Eso solo era el inicio. Para el final del día los fallecidos ya eran 44 y más de 800 los heridos.
De igual manera, se dio a conocer que el epicentro fue a casi 60 kilómetros mar adentro, frente a Cerro Azul, en Cañete.
Los daños materiales fueron cuantiosos. Por ejemplo, casi la mitad de la casas en Chorrillos se vinieron abajo. La mayoría estaba construida con adobe y quincha. Lo mismo ocurriría en La Molina y en el centro de Lima. Un derrumbe famoso es el de la pared del local que le pertenecía a la Guardia de Asalto ubicado en la primera cuadra del jirón Amazonas.
El día siguiente
Para el viernes cuatro de octubre, la prensa nacional hizo eco de la angustia vivida por grandes y chicos, hombres y mujeres. No hubo nadie que no sintiera miedo y saliera aterrorizado del lugar donde estaba para ganar la calle o algún espacio libre que lo salve de un eventual derrumbe como plazas y parques.
Fue muy común saber que muchas personas sufrieron severos ataques de pánico en varios edificios de Lima. Algunas personas resultaron heridas traer de las escaleras, otros tantos sufrieron ataques cardíacos. Los más católicos ganaron las pistas para pedirle a su dios que aplacara su ira. Sin contar aquellos que se quedaron atrapados en los ascensores.
Uno de los casos más famosos de esta histeria, fue el de un dietista del Hospital Obrero (hoy llamado Hospital Guillermo Almenara) que preso del miedo, no dudó en lanzarse desde un tercer piso para caer sobre un consultorio. Para su buena suerte, no se mató pero si se fracturó a tibia de una de sus piernas.
Las horas siguientes fueron un verdadero pandemonio para todos los centros de salud que pertenecían al Ministerio de Salud y al extinto IPSS (el predecesor de EsSalud).
Ante la magnitud de muertos, heridos y a una gran cantidad de casas e inmuebles se habían venido abajo, el gobierno militar publicó la Ley Nº 20754. La misma que señalaba que nadie que hubiera sido afectado por el violento terremoto debía ser desalojado por ningún motivo.
Por muchas horas no hubo luz eléctrica y la comunicación radio también colapsó. De igual manera, debido a los derrumbes, muchas cañerías se rompieron, produciendo serias inundaciones.
No llegó el tsunami
Al haber sido el epicentro en el mar, más de uno temió lo peor. Además de las esperables réplicas (se contaron hasta 25 solo ese primer día), pues lo siguiente a esperar era el tsunami, que felizmente no se dio. Solo se trató de fuertes marejadas. Tan intensas que algunas embarcaciones de pesca artesanal en Pisco terminaron, por ejemplo, en la Plaza de Armas.
En Lima, los ciudadanos cerca a la costa se percataron que el mar se alejó varios metros, pero en la capital tampoco pasó a mayores.
Una ayuda de mis amigos
Si bien el gobierno de turno se encargó de ayudar a las familias que resultaron más damnificadas, otros gobiernos también dijeron presente a la hora de darle una mano a un pueblo amigo. Así fue como Venezuela, Ecuador y Chile se sumaron a la ayuda para sacar al pueblo peruano de la desgracia en la que había caído.
Solo recién tres días después, los números daban una idea más clara de los resultados del terrible movimiento telúrico. Hubo 73 muertos, más de un millar de heridos casi cuatro mil casas destruidas entre Lima y lo que se conoce como el sur chico.
Asimismo, se contabilizaron 22 mil damnificados y 261 colegios afectados. Es por esto que las clases fueron suspendidas por once días. En total, y durante casi tres meses, se sintieron 690 réplicas. El más fuerte de ellos el nueve de noviembre.
Tan solo unos días después, y ya pasada un poco la conmoción, se dio la primera salida de la imagen del Señor de los Milagros. Tal vez fue un mensaje divino que hizo incrementar la fe de los limeños, que hallaron las fuerzas que necesitaban para rehacer sus vidas con fe y esperanza luego de tantas lágrimas derramadas.
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