Nicolás de Ribera, el conquistador leal a Pizarro y elegido como primer alcalde de Lima

El Rímac vio nacer a la Ciudad de los Reyes, y con ello, el nombramiento del primer alcalde que rigió durante el dominio de Francisco Pizarro.

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El matrimonio compuesto por Beatriz de Laredo y el alcalde Alonso de Ribera recibió con alegría el nacimiento de su hijo Nicolás de Ribera en la Torre de Alháquime, una localidad andaluza. Años después, se apartaría del territorio español para sumergirse en el mundo de la reconquista, adoptando el apodo de ‘El viejo’. Desde temprana edad fue impactado por las narraciones mágicas y todo aquello que le despertara la imaginación de un espacio lejano a su realidad.

La relación con su padre culminó de una manera intempestiva, cuando este se desplomó en su cuarto y falleció. Teniendo como principal pilar ser el sostén de sus hermanos, aceptó la invitación de su tío para llegar al norte de África. Regresar al lado de su madre solo duró poco tiempo, ya que ella pasó a una mejor vida, dejándolo como un experimentado hombre de 34 años que conocía del mundo, y sobre todo, entendía cómo moverse en él.

El destino lo llevó a pisar Panamá, país donde conoció a otros exploradores que trabajan de manera independiente, sin el respaldo económico del Estado o el Rey. En este grupo de encontraba Francisco Pizarro. Las conexiones e intereses comunes lo llevaron a unirse a él y sus otros acompañantes, Hernando de Luque y Diego de Almagro. Su primer rol a cumplir fue el de custodiar las riquezas -sobre todo el oro- que podrían reunir.

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Entre enfrentamientos bélicos y curaciones, Nicolás pisó Lima para convertirse en funcionario y tesorero. Este acercamiento fue para exponer los logros obtenidos, equipar la expedición y reclutar refuerzos mientras se viviía una incertidumbre sobre el nivel de liderazgo de Pizarro.

Aunque siempre mantuvo su camino fijo, pese a los desacuerdos de sus colegas, ambiciones personales y demás conflictos, el futuro alcalde de Lima habría tomado la postura de dedicarse a cumplir con sus funciones mientras seguía ganando experiencia con las exploraciones, tanto en el territorio nacional y Panamá.

La captura y matanza de Atahualpa en Cajamarca fue otro hecho que generó una suerte de confusión para él. Sus compatriotas querían acabar con su vida, pero quedaba un tema sin resolver, ¿qué pasaría con el oro y la duda sobre entregarlo al Rey?

Buscando una ciudad

Sin Atahualpa el contexto varió radicalmente. Para escapar de cualquier represaría, marcaron un nuevo destino, dirigiéndose hacia Jauja, una de las primeras ciudades fundadas por los conquistadores. La intención de saquear lo máximo que pudieran se vio interrumpida al no tener la capacidad para la movilización. Solo reunieron los objetos de valor a la mano y continuaron su curso.

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“Pizarro tenía pensado fundar una ciudad en Jauja, pero el tiempo no le alcanzó. Decidió dejar en Jauja un buen número de españoles a fin de mantener la plaza a salvo hasta su retorno del Cusco”.

Ya con la confianza ganada, Nicolás de Ribera recibió el título de teniente y capitán de la costa. Para 1534 se formó un campamento en Pachacamac donde los españoles organizaban las exploraciones para encontrar una locación para la nueva fundación. Este contexto se vivió luego de que se recorriera la costa, pisando Chincha.

Se dejó un antecedente sobre el río Rímac. Posicionado en un valle amplio y con áreas hidratadas por las corrientes donde se podrían formar sembríos. Con el respaldo de Pizarro, y como gobernador, se fundó el núcleo de soberanía, que llevó el nombre de Ciudad de los Reyes en 1535, precisamente en honor. La colaboración de ambos permitió que se realizaran las primeras obras. Ambos vigilaron atentamente la erección de la catedral y la construcción de los conventos de Santo Domingo y La Merced.

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El explorador, ya convertido en alcalde, mantuvo firme la formación del paisaje urbanístico mientras administraba la mano de obra indígena -y de esclavos negros- a disposición de las necesidades de la ciudad. “Hasta dicen que hubo tiempo de realizar unos festejos por la nueva ciudad que, sin que el alcalde Nicolás de Ribera pusiera reparo alguno, culminaron con una corrida de toros en plena plaza de armas”, se lee en un escrito de Efraín Trelles Aréstegui para Munilibro.

No todo fue un panorama de calma. Manco Inca colocó un gran cerco en Cusco, impidiendo la comunicación. Esto despertó una alerta, y preocupación en Pizarro. Desde el centro de dirección se manejaba la posibilidad de evacuar mujeres y niños en caso de que sean atacados. Sus temores se hicieron realidad cuando el San Cristóbal amaneció poblado de indígenas con el objetivo de arrojar al mar a los foráneos.

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Reflexiones de un alcalde

Con un conflicto de intereses entre Pizarro y Almagro, las rebeliones se incrementaron, teniendo como punto de llegada lo que luego se convertiría en Lima. Entre sus principales preocupaciones del alcalde, se encontraba el uso irresponsable de los recursos, desde el agua hasta las áreas verdes.

Sumado a esto, se vivió el primer impacto en la sociedad limeña con la apertura del comercio, que agilizó el flujo con el Callao. En su agenda de gobernador precisó que existían unas necesidades que deberían ser cubiertas por la municipalidad, con el fin de mantener una mejor calidad de vida de los habitantes.

Trelles culmina el perfil de la autoridad española haciendo mención a que siempre estuvo expuesto al siguiente pensamiento: “ningún alcalde lo tendría fácil en Lima. Ninguno”.

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