Si bien su rostro es fácil de identificar por aparecer en el billete de 20 soles en el Perú, Raúl Porras Barrenechea (1897-1960) fue un destacado historiador, crítico, diplomático, hombre de letras y periodista, que sin duda la vocación de su vida fue la enseñanza. Además, el que es catalogado como uno de los más importantes intelectuales del país del siglo XX recibió el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, precisamente cuando empezó a sentir los primeros síntomas de una enfermedad que se lo llevaría dos años después.
El presidente Manuel Prado Ugarteche vivía entonces el segundo año de su segundo gobierno. Decidió recomponer su gabinete ministerial y convocó a Porras Barrenechea para que asumiera el mando de la Cancillería de la República. De manera formal, el historiador ingresó el 5 de abril de 1957, según dice el embajador Harry Belevan-McBride, quien es a la fecha director del Instituto Raúl Porras Barrenechea de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Antes de ser convocado, fue presidente del Senado de la República, cargo que dejó vacante José Gálvez Barrenechea, quien murió tras culminar la Segunda Legislatura Extraordinaria. Al concluir su labor directiva en el Senado, Porras Barrenechea recibió el llamado del Ejecutivo.
Lo curioso es que juramentó desde su casa de la calle Narciso de la Colina, en Miraflores. Precisamente, porque empezaba a sentir malestar por la enfermedad que lo aquejaba.
Hasta se podría decir que Palacio de Gobierno fue la residencia de Porras por unos días en un episodio único hasta ahora. Así lo narra el director del Instituto Raúl Porras Barrenechea: “Según me dijo Pablo Macera, quien junto con Mario Vargas Llosa fueron de los discípulos más prominentes del maestro Porras, esa es la única vez que un ministro de Estado ha juramentado fuera del recinto de la sede de gobierno”. Suceso insólito que hablaba de la confianza que tenía con el presidente Prado para mover la agenda de todo el gabinete ministerial.
“Y entonces ocurrió un hecho que demostró palmariamente los rasgos románticos de Raúl. Le comenzó a fallar el corazón, ese traidor miserable que se lo llevó una noche de setiembre. Comenzó a sentirse mal a punto tal que no iba al Ministerio, sino que el Ministerio venía acá a su casa, a trabajar… esta casa realmente fue la cancillería del Perú durante meses. Los embajadores venían aquí, sin sentirse rebajados por ello, sino al contrario, enaltecían su función y enaltecían a Porras”, recordó Luis Alberto Sánchez, líder histórico del Apra y compañero de su generación, en el libro compilatorio Raúl Porras Barrenechea, parlamentario, de Carlota Casalino, editado por el Fondo Editorial del Congreso en 1999.
Luis Alberto Sánchez respalda la historia al contar este episodio en entrevista con La República. “Al formarse otro gabinete, Prado decidió nombrar nuevamente Ministro de Relaciones Exteriores a Raúl Porras, quien no pudo ir a Palacio a jurar, porque había sufrido un nuevo ataque al corazón. Fue obligado por los médicos a quedarse en casa, en esta casa, y así ocurrió algo que no ha ocurrido en toda la historia del Perú: que el Presidente de la República mandó que se hiciera un altar en esta casa y vino él con su Gabinete y sus edecanes (….) y Raúl Porras, pálido, transido, acezando un poco, dobló la rodilla ante el altar, ante la Biblia y así juró el cargo de Ministro”.
Los últimos años de Raúl Porras Barrenechea
Aún así, en esos años realizó muchos viajes entre 1959 y 1960, como los que hizo para las reuniones en las Naciones Unidas y para otras instancias diplomáticas de América y Europa, incluida la cita de cancilleres de la OEA, en San José, Costa Rica, donde el Perú pugnó por un entendimiento entre EE.UU. y Cuba. “Que se haga prevalecer el espíritu de razón y de conciliación contra toda forma de fanatismo, de miedo y de pasión”, dijo la mañana del 23 de agosto de 1960, a un mes y días de su muerte.
Luego de esas palabras, en su regreso a Lima, entregó los diplomas e hizo jurar a la primera promoción de la Academia Diplomática con estas palabras inolvidables: “He querido que mi último acto en esta vieja casa de Torre Tagle a la que he entregado mi vida sea el de incorporarlos a ustedes, jóvenes herederos de nuestra tradición, al Servicio Diplomático de la República, porque en los jóvenes se encuentra la renovación democrática del Perú. Quiero que sepan que más allá de las prebendas, de los favores y de las ventajas personales, está la dignidad de los hombres y por encima la dignidad de la nación”.
A la edad de 63 años, a las 10 de la noche del 27 de setiembre de 1960, en su casa de la calle Colina, en Miraflores, donde sumó a su legajo en la historia del Perú, el episodio de su juramento como canciller y el momentáneo despacho de la cartera de Relaciones Exteriores por su salud resquebrajada. Tras su deceso, el Gobierno de Fidel Castro envió un ofrenda floral a la casita de la calle Colina para honrar el agradecimiento de su defensa de Cuba ante la OEA.
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