A través de la historia de la humanidad, el arte es uno de bienes más preciados que tenemos como especie. Y es que, a través de aquellas obras, los seremos humanos podemos saber de nuestro pasado y costumbres.
Pero no todos parecen entender su verdadero valor, es por eso que se necesitan de ciertas personas para proteger y preservar para el futuro las diferentes obras que el destino le puede poner adelante.
Al no ser un trabajo remunerado, al menos al principio, se necesita recurrir al amor que pueden sentir algunos para rescatar todo lo que se pueda para que no caigan en manos equivocadas.
Antiguamente, muchos pintores y escultores se refugiaron bajo las alas de los famosos mecenas, eran las personas que promovían y protegían a los diferentes artistas que podían.
El nombre viene de Cayo Mecenas (c. 70-8 a. C.), un noble romano de origen etrusco, que aparte de ser el consejero político del primer emperador romano Augusto, también fue impulsor y protector de jóvenes artistas de su época. Llegó a ser amigo cercano de Virgilio (autor de ‘Eneida’) y Horacio (autor de ‘Sátiras’).
Su dedicación por el arte fue tan grande que su nombre se terminó convirtiendo en sinónimo de todo aquel que apoya las artes de manera desinteresada.
Don Pedro
Aterrizando más cerca a nuestro suelo, en espacio y tiempo, en el Perú también tuvimos a un ser humano que podría entrar en esa categoría de mecenas. Aunque tal vez no tanto por promover nuevos valores, sino por rescatar obras de estaban destinada a caer en el olvido para siempre. Hablamos de don Pedro de Osma Gildemeister.
Nacido un cuatro de mayo 1901, en Lima, desde muy temprana edad demostró interés por las artes. Tanto que a eso se dedicó hasta el día de su muerte, un día como hoy 18 de setiembre de 1967, en New York.
Hijo de Pedro de Osma y Pardo (miembro del Partido Democrático y activo actor de la vida política peruana en las primeras décadas del siglo XX), él no quiso seguir los pasos paternos y eligió su propio destino.
El mismo que lo llevó a coleccionar todo tipo de arte virreinal (desde pinturas, esculturas, retablos, piezas de plata, etc.), especialmente los que procedían de Cusco y Ayacucho.
En un principio, de Osma Gildemeister no tenía pretensiones de abrir un museo o nada que se le parezca. Sin embargo, en 1948, cuando ya tenía una gran cantidad de objetos, comenzó a mostrarlos a sus amistades y familiares que lo visitaban en la Casa de Osma, ubicada en el distrito de Barranco.
Todo parece indicar que le fue agarrando gusto al hecho de mostrar su colección, pues crónicas de aquellos tiempos señalan que era el mismo Pedro quien oficiaba de guía ante sus invitados. Y como tal, se detenía en las más importantes con la finalidad de ir soltando información y contar anécdotas sobre la vida en la etapa virreinal de nuestro país.
Con el paso del tiempo, la mansión originalmente construida para ser la sede de verano de los De Osma, fue ganando fama y cuando llegaban a nuestro país diversas personalidades o dignatarios de otros países el nuevo sitio era parada obligada.
Esta situación hizo que la Casa de Osma ganara varias condecoraciones y distinciones de varios de los gobiernos de primera mitad del siglo pasado.
Su legado
Pero tras la muerte de De Osma Gildemeister, en 1967, uno pensaría que el sueño de preservar el arte que se hizo en el Perú en los últimos 300 años corría peligro. Nada más lejos de la verdad pues tras su muerte la propiedad pasó a manos de su hermana Angélica, quien intentó mantener vivo el espíritu de su hermano y del lugar.
Pero ese anhelo se vería interrumpido por violento terremoto que golpeó a Lima el 3 de octubre de 1974. Desde entonces se cerró al público por un buen tiempo.
Recién sería hasta 1981 cuando se iniciaron los trabajos de restauración. Esto se dio luego que un años antes la Casa de Osma fuera declara da como Monumento Nacional.
Luego de más de 10 años de espera, en 1987, la colección se abre al público general una vez más, pero esta vez ya oficialmente como Museo Pedro de Osma. Y desde el 2004 pasó a ser administrada formalmente por la Fundación Pedro y Angélica de Osma Gildemeister.
Sin lugar a dudas, don Pedro de Osma Gildemeister tiene un lugar ganado para la posteridad por su amor y dedicación a la preservación de todo tipo de arte que se realizó en el Perú desde el siglo XV hasta el XVIII. Sin su participación y preocupación, tal vez invaluables piezas artísticas hubieran desaparecido o caído en manos equivocadas.
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