Según el juramento hipocrático, que debió conocerlo Max Álvarez Miranda, los doctores del mundo se comprometen a, entre otras cosas, preocuparse por la salud de los pacientes y hacer sus vidas mucho mejor.
Sin embargo, en todas las carreras y profesiones hay una manzana podrida que se aprovecha de la confianza de los demás y, en muchos casos, termina cometiendo execrables actos que un ser humano puede perpetrar contra otro.
Ese fue el caso del fallecido cirujano plástico, quien aprovechó su fama para abusar sexualmente de mujeres, a quienes dopaba, con la excusa de que así podría analizar bien cómo hacerles el retoque.
Su primera víctima
A pesar que su fama de ser el ‘cirujano de las estrellas’ porque por su quirófano pasaron las mujeres más bellas de la televisión peruana, lo cierto es que ya tenía antecedentes de sus malas prácticas con consecuencias fatales.
Entre las celebrities que se atendieron con él se cuentan a Angie Jibaja, que fue internada de emergencia por una infección luego que el médico le pusiera unos implantes; y las actrices y presentadoras de televisión Paula Marijuan, Tula Rodríguez y Susan León.
Hasta dos mujeres ligadas a la política nacional pasaron por sus manos, como él mismo lo confesó en algún momento: la excandidata presidencial e hija del exmandatario Alberto Fujimori, Keiko Fujimori; y la exprimera dama, Susana Higuchi.
La carrera de Max Álvarez comenzó en 1990. Recién se estaba haciendo un nombre en el competitivo mundo de la cirugía plástica. En esa década no abundaban las clínicas de cirugía estética en Lima; algo extremadamente costoso.
Así que fue que Ángela Chiquilín Tucto llegó a su consultorio, ilusionada con moldear su figura con uno de los pocos especialistas que había en la ciudad.
La idea era hacerse una liposucción, pues la joven de 26 años estaba cerca de contraer matrimonio. Pero su destino se cruzaría con Máx Álvarez. Y no salió con vida de ese quirófano.
Sin embargo, a pesar de las denuncias el ‘Doctor Sexo’ —como se le conocería más tarde— utilizó sus influencias con las autoridades para que el caso sea archivado.
Más tarde, otra mujer, identificada como Carmen Tamarilla, lo denunció, ya que en su intento de aumentarse los glúteos y el busto, la dejó inválida para siempre. Una vez más, la policía por alto la acusación.
Sin embargo, pese a los oídos sordos de las autoridades, las denuncias en su contra iban en aumento; incluso, algunas víctimas señalaron que el cirujano consumía cocaína antes de cada intervención quirúrgica.
La muerte de una modelo
Tal vez esa influencia que tenía con las grandes instancias que lo libraban de enfrentar la justicia cada vez que tenía un problema, hizo sentir a Max Álvarez que era un todopoderoso e intocable.
Pero la suerte comenzó a terminarse en el 2002, 12 años después que inició a ejercer, cuando conoció a la modelo argentina Carla Badaracco en un set de televisión local. La mujer, nacida en Buenos Aires, había llegado al Perú, escapando de la terrible crisis política y económica que vivía su país, en ese tiempo gobernado por Eduardo Duhalde.
De ese primer encuentro comenzó una amistad y luego se convirtieron en pareja. Pese a que no llegaron las mejores referencias del médico que lo señalaban como un ser irresponsable a la hora de trabajar, mujeriego y habitual consumidor de drogas. Ella solo tenía 31 y él ya estaba en los 53.
En un intento de demostración de ese amor, es que Max Álvarez convenció a su pareja de practicarle una liposucción y una rinoplastia totalmente gratis.
El 14 de noviembre del 2002, Badaracco decidió entrar al quirófano que dirigía su novio. No saldría con vida.
Según le contó el doctor a las autoridades, la mujer había soportado muy bien la liposucción que le realizaron para deshacerse del tejido adiposo de la cavidad abdominal. Horas más tarde, procedió con la rinoplastia y ahí se desató la desgracia, ya que cuando terminó la segunda operación, el médico dejó sola a la paciente. Allí murió ahogada en su propia sangre. De acuerdo con la necropsia oficial, la argentina sufrió edemas pulmonar y cerebral.
Caída final
Mientras la muerte de Badaracco todavía se encontraba en proceso de investigación para determinar a los culpables, a Max Álvarez le llegó la última denuncia que lo mandaría, por fin, a la cárcel. Y, también, a partir de ese momento sería conocido como el ‘Doctor Sexo’.
La actriz cómica Lucy Cabrera acudió a la clínica del doctor, ubicada en Miraflores, para someterse a un implante de busto. Los resultados no fueron de su agrado y regresó para ser intervenida de nuevo y corregir los errores.
Pero la exvedette sospechaba del médico. Además de escuchar los rumores y las noticias de las malas prácticas del cirujano, también conjeturó que algo más había pasado en la primera vez que se sometió a la operación. Así que cuando volvió puso una cámara escondida en su cartera. Al revisar las imágenes vio, con horror, lo que el depravado sujeto le hacía mientas ella estaba dopada: la había violado.
De inmediato puso las imágenes a disposición de las autoridades. Y Cabrera también recurrió al programa de espectáculos de Magaly Medina, uno de los más vistos en la década de los 90 en la televisión peruana.
Expuesto el caso ante la opinión pública, a las autoridades solo les quedó darle trámite a la denuncia y reabrir el caso de Carla Badaracco.
Tras un largo proceso judicial, recién en 2005, Max Álvarez fue condenado a ocho años de prisión por provocar la muerte de Carla Badaracco y por desaparecer pruebas. Posteriormente, también fue hallado culpable violación sexual en agravio de Lucy Cabrera y se sumó cuatro años de cárcel a su condena.
Sorprendido por la muerte
Cuando le faltaba muy poco tiempo para cumplir su condena y volver a ser un hombre libre, Max Álvarez dejó de existir producto de un paro cardíaco, en el penal de Lurigancho.
Aunque se especuló que había sido víctima de otros reclusos por la falta de pago de drogas, lo cierto es que en la necropsia de ley no se evidenció que haya sufrido alguna agresión física.
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