El 9 de febrero de 1986, el psicólogo Mario Poggi, que colaboraba con la Policía de Investigaciones del Perú, estranguló al supuesto “descuartizador de Lima”, Ángel Díaz Balbín: lo asfixió con su correa en medio de un interrogatorio en las oficinas de la División de Homicidios.
En ese entonces tenía 42 años y había sido contratado por el Instituto Nacional Penitenciario (INPE) para realizar el perfil psicológico de este hipotético criminal que venía atemorizando a la población limeña.
UN PSICÓLOGO EXCÉNTRICO
Después del asesinato, Mario Augusto Poggi Estremadoyro se convirtió en sinónimo de excentricismo. Le gustaba leer las cartas, hacía análisis psicológicos, jugaba al póker e ilustraba. También era artesano, escultor, periodista, escritor y, según él, hablaba de cuatro idiomas.
Era un personaje pintoresco. Tenía el cabello teñido de verde fosforescente, usaba pipa y lentes gruesos. Vestía traje, andaba en bicicleta y, en 2006, se autoproclamó candidato a presidente bajo el lema “Acompáñame” con el partido de derecha POGGI.
Asumió con gran orgullo el apodo del “loco del parque” porque solía sentarse en un asiento del Parque Kennedy, el corazón del barrio Miraflores de la capital peruana. Desde ese lugar, vendía sus tres libros “Mi primer pajazo”, “Yo sé que soy imbécil” y el “Decálogo de la correa vengadora”.
Con el tiempo, se volvió un referente: profesor, actor y humorista. Sus interpretaciones, ocurrencias y divagues lo convirtieron en un personaje y, en algún momento, llegó a tener un pequeño espacio en la televisión peruana: vaticinaba proezas y lecturas inverosímiles desde el parque.
Su historia se convirtió en película. Se iba a llamar “Poggi, ángel o demonio”, pero fue titulada “Mi crimen al desnudo”. Tuvo bajo presupuesto y fue filmada en 2001, por Leónidas Zegarra.
INGRESO AL INPE
Sin embargo, antes de ser “el loco del parque”, fue un psicólogo reclutado por la Policía para resolver el caso del “descuartizador de Lima” durante el primer bimestre de 1986. Había nacido el 3 de marzo de 1943. Era un hombre instruido, se había graduado en Criminología en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Presumía ser psicólogo, escultor, arquitecto, politólogo y criminólogo.
Cuando fue reclutado por el INPE, tenía 42 años y estaba sin trabajo. Por eso, aceptó la oferta de trabajar el perfil psicológico del supuesto asesino serial y obtener la confesión del sospechoso.
EN BUSCA DEL “DESCUARTIZADOR DE LIMA”
Entre 1985 y 1986, Lima vivía atemorizada por un asesino en serie que acostumbraba a dejar por las calles y basureros bolsas negras con cadáveres desmembrados.
En ese lapso, Ángel Antonio Díaz Balbín fue capturado. Lo acusaron de haber asesinado a puñaladas a su tía y a dos primos en 1976. Además, era el principal sospechoso del crimen de la italiana Nina Barzotti. Fue recluido en 1985 en el penal de Lurigancho, considerada hoy la cárcel más poblada de Latinoamérica. Mientras cumplía su condena, gozó de salidas transitorias para estudiar o trabajar por su buena conducta.
Mario Poggi aseguró que la aparición de los restos de, al menos 20 mujeres en bolsas negras, coincidían con las salidas vigiladas del recluso. La Policía lo detuvo de inmediato y pasó a ser “el descuartizador de Lima”, quien antes era conocido como “el vampiro de Breña”.
El especialista tuvo dos encuentros con Díaz Balbín. Aseguró que el acusado era el responsable de los crímenes pese a que él no lo reconocía. Poggi, en busca de una confesión, utilizó distintos métodos de interrogatorio: le quitó la comida, le mostró fotografías de los cuerpos desmembrados y, según sus palabras, uso “métodos científicos” que fueron utilizados durante la Segunda Guerra Mundial. Pero nunca confesó.
Cuatro días después, el experto conversó con el periodista Jorge Salazar, de la revista Caretas, y le ofreció la primicia. “Puedo certificar que él es el descuartizador. He realizado muchas pruebas psicológicas, científicas. Es un peligro”, le dijo.
Sin embargo, los policías no confiaban en esta conclusión, pues no tenían aún pruebas que lo confirmaran. Los medios de comunicación tampoco le hicieron caso. En una ocasión, Poggi entregó los casetes de sus testimonios a cambio de dinero y coordinó una sesión de fotos privadas. El fotógrafo Víctor Chacón Vargas -más conocido como Víctor Ch. Vargas- presenció el interrogatorio.
“Le puso una correa, le indicó que tenía que cortarle los brazos a un muñeco; hablaban de formas de cortar cuerpos. Poggi amenazó a Balbín de muerte, pero nadie lo tomó en serio porque creyeron que era parte del estudio”, contaría después.
Las fotos solo terminaron reforzando las dudas de las autoridades. Se mostraba a un Ángel Díaz Balbín sumiso y al terapeuta, muy ansioso por obtener la confesión. El sospechoso seguía sin reconocer y la presión aumentaba cada vez más porque el plazo de prisión preventiva se acababa.
En la siguiente sesión, el 8 de febrero de 1986, el psicólogo le mostró unos dibujos al acusado, para que los interpretara, pero tampoco funcionó.
EL ASESINATO
La noche del domingo 9 de febrero de 1986, Mario Poggi abandonó la cordura y asesinó al supuesto “descuartizador de Lima”. Antes del interrogatorio de ese día, solicitó privacidad al guardia de turno para aplicar una técnica de hipnotismo.
El sospechoso estaba esposado con las manos en la espalda y todo estaba siendo grabado. En la cinta se escucha lo siguiente: “¡Así, no te muevas, no te muevas! ¡No te muevas, asesino! ¡Asesino, asesino! ¡Ya no matarás a nadie asesino! ¡Maldito!”.
El psicólogo estaba ajustando la correa de su cinturón sobre el cuello del acusado y presionó hasta el final. El relato fue publicado al año siguiente en el libro “Poggi: la verdad del caso”, de Jorge Salazar.
LA CONDENA
Mario Poggi fue condenado a doce años de prisión por la Corte Suprema de Justicia, pero solo estuvo preso cinco años en el penal San Jorge. En 1991 fue beneficiado por la ley de despenalización y, hasta 1998, tuvo que presentarse todos los meses a las comisarías.
En 2001, 25 años después del crimen, el psicólogo fue entrevistado por el diario El Comercio y relató lo siguiente: “Soy un héroe, los salvé de un monstruo”. Desde el banco del parque, aseguraba que, mientras agonizaba, el acusado confesó los crímenes.
No obstante, tras la muerte de Díaz Balbín, y con Mario Poggi preso, los descuartizamientos siguieron apareciendo en las calles y los basurales de Lima.
Mario Augusto Poggi Estremadoyro murió en febrero de 2016, a los 73 años, en el hospital Casimiro Ulloa después de no resistir a dos paros cardíacos. Fue un hombre de muchas excentricidades, entre ellas: un homicidio.
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