Mucho se ha cuestionado sobre la cercanía entre Magaly Medina y su hijo Gianmarco Mendoza, quien siempre ha preferido no mostrarse con la conductora de TV ante cámaras. Muy respetuoso de su privacidad, el hoy comunicador de aproximadamente 37 años, ha optado por celebrar los logros de la periodista desde lejos, siendo solo espectador de los ataques que recibe su madre y también de los que ella misma genera.
Lo cierto es que lejos de vivir alejados como tantos especulan, Magaly Medina se ha encargado de recalcar de lo orgulloso que está su hijo de ella y del gran amor que se tienen. Pese a todo lo que ha tenido que pagar y seguirá pagando por ser el heredero de uno de los personajes más queridos y odiados de la televisión, Gianmarco Mendoza siente un gran cariño y respeto por su madre, y no dudó en expresarlo en una ocasión por el Día de la Madre, a través de la revista peruana Etiqueta Negra.
En el 2007, Mendoza decidió dedicarle una extensa carta a su madre, aquella que Magaly Medina se encargó de recordar este lunes 20 de junio en la edición de su programa.
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“Yo creo que ni las Jazmines, ni las Ethels, ni las Tulas, van a poder algún día tener un hijo tan orgulloso de su madre, tan orgulloso y que escribe con esta pluma impecable, intelectual, uno de los hombres más cultos con el que tengo el gusto de hablar. Me siento tan orgullosa del hijo que crie. Que como dije alguna vez, algo bueno habré hecho en la vida, que tengo el hijo que tengo”, indicó Medina tras mostrar el texto.
A continuación, la carta completa:
‘Carta de un hijo a su madre’
Madre, duele decirlo, pero en mi memoria están grabados todos los insultos que, desde hace ya una década, la mayoría de periódicos del Perú, algunos intelectuales y los autoproclamados «guardianes de la moral y las buenas costumbres», te arrojan. “Ave de rapiña”, te han dicho, “Reina de la telebasura”, “acosadora”, “fea”, “mal ejemplo” y decenas de agravios más, algunos de los cuales prefiero no repetir. Al menos yo no.
Mis profesores de periodismo también hablan de ti. Siempre hablan (mal) de ti. En asignaturas de todo tipo te han lanzado adjetivos de todo calibre: “Mala periodista”, “inmoral” o –éste es uno de mis preferidos– “personaje lleno de envidia y resentimiento, encargado de destruir hogares a su paso”. Dicen que en contra de ti deben emprenderse cruzadas para limpiar la TV peruana, es decir, para librarla de tu malévola presencia: salvar a los espectadores indefensos que no saben lo que hacen cuando disfrutan cada minuto de tu programa. Alguna vez escuché que te llamaron “bastarda”, querida mamá. Sólo eso faltaba, me dije. Ya antes habían escrito ficciones sobre tus relaciones amorosas, sobre las supuestas infidelidades de las que fuiste víctima. Han escrito tanto (y tú te has defendido tan poco) que a veces pienso que nada de eso te fastidia.
Dicen que tu trabajo es un mal ejemplo para todos aquellos que, como yo, aspiran algún día a ser periodistas. “Urraca”, es uno de los apelativos que te han puesto, que es una manera de decir que te gusta hablar de las vidas ajenas, que eres una chismosa, mamá, una urraca, por preocuparte de los otros, por mandar cámaras para que filmen, in fraganti, a los famosos de este país. Cuando hablan de ti en la universidad, algunos esperan mi reacción. “Oye, ya pues, ¿de veras no te molesta escuchar todo eso?”. Soportar tantas clases con lo mismo, te lo he dicho, dejó de ser difícil hace algún tiempo. Es una ironía tener que cultivar la paciencia, esa cualidad que tus críticos dicen que tú no tienes. Si estuvieras en mis zapatos (en mi aula de universidad), seguro te enfrentarías al censor de turno, a los periodistas sin periódico, a los comunicadores de salón que llenan su ociosidad hablando de ti. Yo sigo prefiriendo sonreír y mantener la cordura en ese ambiente hostil. Son, finalmente, los gajes del oficio, un derecho que seguro tengo que pagar, un simple entrenamiento para lo que vendrá después. Y aunque tolerar la avalancha de adjetivos en tu contra puede afectar mi cordura, por ahora, ya te dije, prefiero no caer en el juego. Me divierto un rato. “Hijo de la Urraca no pisa el palito”, es decir, no cae en el juego, titularía algún diario popular.
Tú, madre, ¿has pensado en esto? No lo hagas, no vale la pena. Termina siendo divertido ser el descendiente de la bruja mala que un día tumbó a un tal Ferrando, quizá el que fuera el conductor más popular y querido de la televisión peruana. Tú lo tumbaste, mamá, o dijiste cosas sobre él que nadie había dicho, y después te convertirse en la amenaza de futbolistas licenciosos y platinadas monarcas de la pantalla del mediodía. ¿Bruja? De cariño, quizá, pues la prensa (que tanto te ama) prefirió designarte siempre de maneras tanto menos cálidas. “Bocona”, te dijeron desde un principio y ésa, al final, terminó siendo tu marca registrada. “Fea”, escribieron después en páginas amarillas de diarios baratos, en portadas pobladas de vedettes y asesinatos. No es fácil llevar tu apellido y pasar en frente de un quiosco lleno de diarios que te detestan en primera plana. A veces, hay que poner la otra mejilla y seguir caminando como quien no ha visto nada.
Tomémoslo con humor, mamá, pensemos que será interesante lo que dirán después, cuando me convierta en periodista y mis colegas de tu querida prensa agoten su tinta en odiosas ideas sobre nuestro parentesco. Serán páginas cautivantes, terribles, quizá molestas. Siempre desafiantes: ¿se verá el hijo obligado a superar a su famosa progenitora? «El hijo de la Urraca la tendrá difícil», comentará alguien frente a un quiosco de periódicos o en alguna universidad como la mía.
Yo me pregunto, a veces, si serán los fiscales de tu presente los verdugos de mi futuro, y si tus críticos ex amigos serán también mis enemigos. No lo sé, pero supongo que hay que pagar cierto precio cuando llevas en la mochila el peso de un nombre más grande que el tuyo. Pero, querida mamá, te lo aseguro, algún día nos reiremos de esto. Sumaremos más anécdotas a las que hoy podemos contar. “Urraquito alzó vuelo”, titulará otro diario de esos. Será muy divertido, ya verás.
Por Gianmarco Mendoza.
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