La sierra del Perú es uno de los escenarios que marca el universo de personajes míticos y las historias que describen sus vivencias en aquellos tiempos donde la memoria era la única fuente para almacenar estos relatos asombrosos que forman parte de nuestra identidad y que han logrado perdurar en el tiempo gracias al denominado boca a boca de las generaciones, siendo una poderosa herencia para quienes habitan el país.
La leyenda de los hijos del Sol es una de las más populares en el territorio nacional, que nos explica el origen del Tahuantinsuyo bajo la mirada del dios Inti. Este es uno de los casos que nos permitieron formar una idea de lo que es la mitología peruana, y como abarca las narraciones de poderosos seres, así como otros que despertaron un miedo colectivo.
Con el aporte de Merlín Chambi Gallegos -historiador, impulsor cultural y escritor peruano- se logra definir este concepto como el conjunto de creencias que se han ido acomodando y moldeando a los cambios estructurales que vivimos en el pasado y se trasladan al presente: “Si llegamos a pensar que los mitos son puros como en el incanato, esto realmente no es así. A lo largo del tiempo, con el conjunto de las tradiciones cristianas o las religiones protestantes, estas se van fusionando y engendran formas de concebir esta mitología. En historia lo llamamos sincretismo”.
Desde hace décadas, los estudiosos han presentado una serie de definiciones que permitan detectar el propósito de estos relatos fantásticos nacidos en los andes peruanos. El creador del canal “La biblioteca de Merlín” en YouTube detalla que su propósito es el de explicar, advertir y, en cierto modo, ejercer poder sobre los otros. En el antiguo Perú, los antepasados recurrían a estos discursos fantásticos o míticos para explicar el orden del mundo, y “se convierten en una forma de lidiar, sostener y darle sentido a nuestra existencia”.
Ligado a este contexto cultural y social, cobra vida un personaje que se convirtió en un sinónimo del temor y miedo a lo desconocido. Los indígenas le otorgaron el nombre de pishtaco, naqak o el degollador.
El aporte de Chambi nos permite hacer un viaje al pasado, el cual nos ubica en el siglo XVII, con la llegada de los europeos al mundo donde prevalecía lo místico que se propusieron descifrar con su estadía. Reseña al artículo del historiador Marcos Yauri Montero en “La imagen europea del nuevo mundo en los tiempos del contacto”, la cual detalla cómo los españoles vieron a América y el imaginario medieval que los acompañó. Los foráneos tenían un concepto mágico sobre lo que verían en esta parte del mundo. Gracias a los aportes escritos se logra identificar cómo ellos veían a los nativos. Lamentablemente, los recursos no permiten describir la visión que los indígenas tenían sobre ellos, es así como nacen las primeras leyendas -como la del pishtaco- que se divulgaron gracias al boca a boca generacional.
Un primer aporte se extrae de las “Tradiciones Peruanas”, escritas por Ricardo Palma. En el capítulo titulado “Los barbones”, hace mención a una orden religiosa de los bethlemitas. Ellos tenían una principal labor, la de evangelizar a todo aquel que no poseía sus mismas creencias. Basándonos en este marco, los nativos los identificaron como amenazas para sus comunidades. Según lo indicado por el historiador, “se cree que intentaron apedrearlos al sentirse que corrían un peligro. Es así como la imagen del pishtaco define el rechazo al otro, a aquello que consideraron foráneo y no genera confianza”, explicó Chambi Gallegos para Infobae.
Se les define como hombres extranjeros que acechaban a los locales. Algunos creen que aprendieron a hablar el idioma que sus víctimas dominaban para acercarse a ellos con facilidad. Ellos tenían una preferencia por los hombres y mujeres solitarios, que al desaparecer, pocos o ninguna persona intentaba localizarlos.
Lo que se ha podido conocer gracias a las variantes de la leyenda es que los degolladores extraían la grasa de los cuerpos para beneficiar a la industria farmacéutica del virreinato. Otros optan por la versión de que la sustancia era untada en las campanas para darles un brillo único.
“El miedo puede adoptar varias formas y se ata a la persona”.
La circulación del miedo hacia estos seres causó que el rechazo se expandiera, por lo que se generó un concepto sobre ellos y lo que hacían. A su vez, fue tomada como una lección asumida por los indígenas para que se alejaran de los desconocidos, y de esta manera, estar a salvo de sus intenciones.
El autor de “Los cuentos de la biblioteca de Merlín” toma como referencia a “Sacaojos: crisis social y fantasmas coloniales”, de Gonzalo Portocarrero Maisch y Isidro Valentín Soraya Irigoyen, para permitirse explicar cómo se logra la evolución de la leyenda del pishtaco gracias a la narrativa histórica.
El ámbito social fue clave para que en la ciudad retumbe esta leyenda del naqak o degollador. El proceso migratorio de la sierra a la capital se vivió en medio de la época del terrorismo, donde el caos y terror causó que Lima reciba a un importante número de hijos del ande.
Chambi expone que en esa coyuntura se vive un nuevo choque cultural, en el que los miedos de la sierra son arrastrados a la “Ciudad de los reyes”. Estos migrantes no se sienten parte de esta estructura social y en este contexto, renace el mito de los pishtacos, pero con un nombre más cercano al habla de la capital, “el sacaojos”.
A finales de 1980 se despertó la historia de unos hombres que seguían a niños para secuestrarlos y quitarles los órganos, mostrando un mayor interés por los ojos. En la época de violencia esta narrativa se convirtió en una alerta para que en los distritos populosos se controle la permanencia en las calles para que busquen refugio en sus hogares. Hasta la fecha no se ha logrado comprobar en su totalidad que las muertes de menores de edad estén relacionadas a estas prácticas letales, ya que no existen reportes de este tipo de extracciones. Incluso, algunos consideran que se trató de un psicosocial que se salió de control.
En junio de 1970, se publicó un informe especial en diario Correo que narraba las primeras investigaciones de un grupo de hombres que asesinó al menos 26 personas del campo, a quienes interceptaban en los descampados rurales. Un campesino del valle del Ene dio aviso a la Policía para reportar la aparición de restos humanos en un fundo agrícola. El archivo periodístico detalló que un joven de 22 años se encargaba de asesinar a las víctimas con ayuda de un machete. De acuerdo a esta publicación, el sanguinario se describió como un pishtaco, quien se beneficiaba económicamente con este sangriento negocio.
El sacrificio de gestantes tenía un valor especial en este mercado negro.
Para él y sus cómplices, la carne humana era lo que les permitía generar ganancias. Tras descuartizar a hombres y mujeres, se deshacían de sus cabezas y extremidades para solo conservar los torsos. El medio detalla que el caso se pausó cuando fue recibido en Lima.
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