Un hombre en llamas, otro ejecutado de un balazo y un tercero acuchillado: 14 horas de terror en el motín del penal El Sexto

Más de 10 reclusos iniciaron una revuelta que dejó 22 muertos y 40 heridos. El insólito y violento evento fue transmitido en vivo por los noticieros la tarde del 27 de marzo de 1984. Entre las víctimas se encontraba el narcotraficante peruano ‘Mosca Loca’, quien fue degollado tras mantener rencillas con los presos por el poder de la prisión.

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Foto: Archivo EC
Foto: Archivo EC

La tarde del 27 de marzo de 1984, miles de peruanos presenciaron un motín en el penal El Sexto transmitido a través de los canales de señal abierta.

Cerca de las 10 de la mañana de ese martes, cuando se iba a servir el desayuno en los pabellones del penal, el recluso Víctor Ayala, alias ‘Carioco’, acuchilló al empleado que llevaba las ollas de comida. Ese fue el inicio del motín, liderado por los reos Luis García Mendoza, ‘Pilatos’, y Eduardo Centenaro Fernández, ‘Lalo’. Participaron otros 10 reclusos más.

Se amotinaron, estaban provistos con pistolas, cuchillos y cargas de dinamita; todo había sido ingresado de contrabando durante la realización de una obra de teatro que se organizó para la población penitenciaria. Tomaron como rehenes a 14 personas, entre ellos a tres reos: los narcotraficantes Guillermo Cárdenas Dávila, ‘Mosca Loca’, y Eduardo Núñez Baráybar; y Antonio Díaz Martínez, quien estaba preso por pertenecer a Sendero Luminoso.

Los civiles eran los trabajadores penitenciarios Alfonso Díaz, Magda Aguilar, Luis Arrese, Marcos Escudero, Amelia Ríos de Coloma, Carmen Montes, Walter Corrales, Segundo Días Velásquez, Luis Morales, Rolando Farfán Candia y Carlos Rosales Arias.

Tras tomar el control de la prisión, los rehenes fueron arrinconados en la parte posterior del tópico.

Foto: Archivo EC
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Cuando se conoció sobre el motín, el entonces presidente Fernando Belaúnde Terry ordenó que se inicien las negociaciones para encontrar una solución pacífica. El plan era que esto se realice mientras la Guardia Republicana, encargada de mantener el orden en las prisiones, se posicionaba a las afueras de la cárcel.

Los medios de prensa llegaron al lugar y ubicaron sus cámaras en el techo del colindante colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Era la noticia del momento, miles de personas también sintonizaron desde sus casas. Algunos vecinos, incluso, comenzaron a alquilar sus ventanas y terrazas a los periodistas.

De ese modo, en los alrededores de la prisión se observaba a tres grupos concentrados: la policía, que dirigía sus fusiles contra los internos, pero no podía disparar; las autoridades, que iniciaban las negociaciones con los reos, pero no lograban aliviar la angustia de los rehenes; y la prensa, que informaba al detalle todo lo que sucedía.

Panamericana y América, los dos principales canales de la época, transmitieron en vivo desde las 11:15 de la mañana.

La policía apuntaba a los internos, pero no podían disparar. | Foto: Archivo EC
La policía apuntaba a los internos, pero no podían disparar. | Foto: Archivo EC

10 minutos antes del mediodía, el doctor Leoncio Delgado Briones, fiscal de la Tercera Fiscalía Provincial de Lima, llegó al recinto penitenciario y recibió las exigencias de los delincuentes, entre las que estaba su libertad y que les otorguen una camioneta para escapar.

Cinco minutos después, los amotinados hicieron explotar un petardo en la puerta del penal, lo cual generó movimiento entre las fuerzas policiales. Luego, llegó el batallón de la Guardia Republicana ‘Yapan Atic’ (‘Los que todo lo pueden’, en quechua). Así, los muros del penal se llenaron de francotiradores y expertos en tácticas antisubversivas.

El diálogo parecía no estar dando resultado.

Fotos: Archivo EC
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EL INICIO DE LA VIOLENCIA

Los amotinados se enteraron de que la televisión estaba transmitiendo en vivo la revuelta y empezaron a mostrar carteles con mensajes, escritos con lápiz labial, exigiendo su libertad. También obligaron a los rehenes a gritar, desde el techo, que se les concediera sus reclamos mientras los amenazaban con un cuchillo en la yugular. Empezaba lo insólito.

Ante la demora de las autoridades para entregarles el vehículo solicitado para fugarse, a la 1:55 de la tarde, los delincuentes cobraron la vida de su primera víctima, el agente penitenciario Carlos Rosales. Fue llevado al techo del penal y, a plena vista de las cámaras y personas, fue rociado con kerosene y después quemado vivo.

Algunos miembros de la Guardia Republicana, que estaban apostados en el muro, lograron rescatar al hombre en llamas y lo trasladaron aún con vida al hospital Arzobispo Loayza. Estuvo internado en el pabellón de quemados, pero falleció unos días después, el 2 de abril.

Foto: Archivo EC
Foto: Archivo EC

Los delincuentes dijeron que si no recibían el vehículo, a las 3:00 de la tarde asesinarían a otro rehén. Así, a las 2:56 de la tarde, otro empleado penitenciario, Rolando Farfán, capitán de la guardia, fue llevado al techo. El recluso Juan Alberto González, alias ‘Beto’, le disparó en el abdomen a quemarropa, ignorando los gritos de piedad del hombre.

Momentos después, un papel con las exigencias cayeron sobre la prensa. El periodista Teodoro Federico Laya Mari, jefe de la página policial del Diario de Marka, leyó la carta:

“Señor Fiscal:

Somos 12 internos que hemos tomado esta actitud porque queremos lo siguiente:

1.- Dos camionetas que no sean cerradas con lunas polarizadas.

2- Qué despejen la Av. Bolivia.

3- Qué no nos sigan porque nos llevaremos los rehenes, los cuales eliminaremos uno por uno, durante el trayecto, siempre y cuando Uds. nos sigan.

4- Que los vehículos se encuentren en buen estado, aceite, gasolina, etc.

5- Qué tengan chóferes.

6- Qué las camionetas ingresen al patio.

7 - Qué una vez que botemos a los rehenes si quieren nos matan, pero déjennos en libertad”.

A las 4:25 de la tarde inició un incendio en la sección de enfermería del penal y, a las 5:50 de la tarde., llegó el diputado Jorge Díaz León, de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, para conversar con los amotinados.

A las 6:10 p.m., el empleado del penal Walter Corrales, ensangrentado, logró escapar por el techo, pero en su intento de fuga los delincuentes le propiciaron varias cuchilladas en la pierna y un balazo a quemarropa en la cintura. Logró salvarse y sobrevivir a las heridas.

Llegaba la noche y los amotinados siguieron mostrándose violentos ante las cámaras de televisión. Le cortaron el rostro a otro de los rehenes.

Walter Corrales  y Carmen Montes son mostrados por los amotinados para que presionen a las autoridades en darles su libertad. | Foto: Archivo EC
Walter Corrales y Carmen Montes son mostrados por los amotinados para que presionen a las autoridades en darles su libertad. | Foto: Archivo EC

EL RESCATE

A las 9:50 de la noche, la Guardia Republicana informó a los amotinados que accedían a entregarles un vehículo e hizo ingresar una camioneta policial, pero se trataba de un rescate al estilo del ‘Caballo de Troya’. El vehículo estaba ocupado por agentes fuertemente armados y equipados con bombas lacrimógenas.

En ese instante se cortó la electricidad en el centro penitenciario y los policías, los que ingresaron en la camioneta y los que estaban apostados en los muros, lanzaron gases paralizantes y bombas lacrimógenas.

Los francotiradores abrieron fuego contra los amotinados y los policías procedieron a separar a los rehenes y alejarlos. Casi todos fueron rescatados con vida, incluida la psicóloga Amelia Ríos de Coloma, quien había recibido un impacto de bala en la mandíbula. Años después, escribió el libro ‘Rehenes en el Infierno’, contando su experiencia.

Los reos Núñez Baraybar y Díaz Martínez también fueron rescatados ilesos, pero Guillermo Cárdenas Dávila, ‘Mosca Loca’, fue degollado por los reos que mantenían rencillas con él debido a su posición de poder en la prisión.

‘Pilatos’, cabecilla del motín, se negó a rendirse y se atrincheró en el baño. Murió baleado, junto a otros dos amotinados. Juan Alberto González Zavaleta, ‘Beto’, se escondió en su celda, pero a la mañana siguiente se suicidó quemando su colchón y pegándose un tiro en el corazón.

Pasada la medianoche del 28 de marzo, el motín había terminado cobrando un saldo de 22 vidas y dejando 40 heridos.

Fotos: Archivo EC
Fotos: Archivo EC

¿QUÉ PASÓ DESPUÉS?

El gobierno desalojó el penal El Sexto, pues antes de este episodio ya había presentando varios problemas de hacinamiento e inseguridad. Los reos fueron trasladados al penal San Jorge y al de Lurigancho. Dos años después, el presidente Alan García lo cerró definitivamente y el terreno fue entregado a la Séptima Región Policial.

Ocho presos fueron sentenciados a penas de entre 15 y 20 años de cárcel, culpables de las muertes producidas por el motín.

Algunos culparon a la prensa de exacerbar la violencia, pero lo cierto es que la vieja cárcel era una bomba de tiempo a punto de estallar. Tres años antes del motín, un enfrentamiento entre bandas criminales de limeños y chalacos había dejado 31 muertos, 29 de ellos calcinados y asfixiados.

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