Consumió y vendió drogas, durmió bajo un puente y ahora cuenta su historia de recuperación en un libro: “Soy un milagro de vida”

En “El apóstol de la pasta”, escrito por Luis Francisco Palomino, Walter Sánchez narra el abuso que sufrió de niño, cómo comenzó a consumir y vender pasta básica de cocaína (PBC), y el proceso de rehabilitación.

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Walter Sánchez en la presentación de "El apóstol de la pasta". (Foto: Difusión)
Walter Sánchez en la presentación de "El apóstol de la pasta". (Foto: Difusión)

Cuando Walter Sánchez se presentó ante el Congreso de la República para ofrecer su testimonio tras la publicación de El apóstol de la pasta -escrito por Luis Francisco Palomino- fue la primera vez que sintió vergüenza de su historia. Había consumido pasta básica de cocaína (PBC) desde adolescente -cuando era niño un familiar muy cercano había abusado de él-, luego se dedicó a vender la droga en Lima y en Arequipa. Fue internado por sus padres en un centro de rehabilitación, pero recayó.

Después de un tiempo, entre idas y venidas, Walter tuvo un proceso de recuperación para reinsertarse en la sociedad, el cual se dio gracias a su familia y amigos cercanos, algo que resalta en esta entrevista con Infobae.

No todos salen de las garras de las drogas, otros que consumieron con él siguen en las mismas andadas, pero hubo aquellas personas que lo abrazaron -su madre, sobre todo- para que contemplara que hay una luz en ese camino de infierno.

—Vendiste drogas, dormiste debajo de un puente y hoy estás recuperado, ¿cómo ha sido ese balance en tu vida?

—Son fracciones de vergüenza. Hoy tengo 51 años, pero no es que normalmente esté contando todo lo que viví en el pasado.

—Muchos no se explican por qué se cae en las drogas, pero en tu caso, revelas los antecedentes familiares sobre el abuso que cometieron contra ti y otras personas muy cercanas. ¿Crees que eso influye bastante para que los adolescentes estén en las drogas?

—No solamente en las drogas. Estos años he podido ver diferentes disparadores sobre personas que han caído en las drogas no solo por tocamientos, violaciones o algún maltrato psicológico. También hay muchos trastornos alimenticios, bipolaridad y esquizofrenia. La salud mental es tan amplia que no existe un tipo de violencia que genera un tipo de adicción o un tipo de problemática.

—O hay otros que se preguntan por qué no lo contaron en su momento, pero psicológicamente es muy difícil.

—Sucede que muy pocas personas logran superar sus frustraciones, dolencias y maltratos. Muy pocas personas trascienden a ello. Hoy, Perú se encuentra en cuidados intensivos en la salud mental y lo vemos traducido en la corrupción que hay en nuestro país en los últimos 30 años porque la persona no piensa en el bien común, solamente busca enriquecerse o tener poder, pero se olvida del ciudadano que tiene sus problemas: falta de empleo, madres abandonadas, hijos que crecen en familias disfuncionales. Muchas veces, solo en los albergues, se crea una sociedad adictiva, una sociedad con problemas serios de salud mental. Vemos que muchos sicarios no llegan ni a los 20 años. Y no solo sucede en Perú, sino en Latinoamérica. Todo tiene un inicio: viene de una familia disfuncional, con problemas de salud mental y con un estado de abandono.

"El apóstol de la pasta", escrito por Luis Francisco Palomino, cuenta la vida de Walter Sánchez en las drogas y su proceso de recuperación. Foto: Difusión
"El apóstol de la pasta", escrito por Luis Francisco Palomino, cuenta la vida de Walter Sánchez en las drogas y su proceso de recuperación. Foto: Difusión

—Durante los últimos 30 o 40 años, los gobiernos no han hecho nada por la salud mental.

—Porque su prioridad ha sido solamente la economía. He conocido a profesionales que trabajan en salud, abogados, empresarios que, si bien tienen muy buenos trabajos, sus vidas personales, familiares y sociales son un desastre, pero nadie lo quiere decir; nadie quiere ir contra el problema en el que se encuentran. El Estado tiene que empezar a hacer una reestructura interna para mejorar la salud mental de los ciudadanos peruanos. Y creo que debemos sincerar las cifras reales. Además, la salud mental se ha degenerado en otras patologías: tenemos muchos adolescentes que combinan alcohol con fármacos, pero a muchos padres de familia les da vergüenza decirlo por el qué dirán.

—Pero si lo ocultas no lo estás solucionando, crece el problema.

—Así es. La idea es comunicar, es hacer saber al otro qué pasa contigo y por qué estás inmerso en las drogas. La enfermedad de la salud mental es como cualquier otra y se debe atender con calidad. Por eso, creo que la empresa privada y pública se deben fusionar y los medios de comunicación priorizar la salud mental como problema prioritario. No solo penalizar por la conducta que pueda cometer, sino como salud.

—Hay esta teoría del consumidor: lo puedo dejar cuando quiero.

—Es el autoengaño, la negación en la que viven las personas. El problema no es la droga, no es quién la consume, cuánto la consume, porque hay gente que la consume y de pronto sus “actividades normales” familiares y laborales no se ven afectadas, pero en algún momento van a tener la necesidad de buscar un experto en salud mental porque esto es una enfermedad progresiva.

—Hay muchos tratamientos, incluso en las cárceles donde aprenden a hacer distintos oficios, pero cuando intentan ser reinsertados a la sociedad vuelven a caer en las drogas.

—Conozco jóvenes que creen que la solución es ir a hacer el servicio miliar, sin embargo, estás formando un delincuente en potencia porque le estás enseñando a manejar armas. Sucede en nuestro ejército, pero nadie lo dice.

—Volviendo al libro, al comienzo considero hay cierto rechazo a tus padres por haberte dejado con este abusador en tu casa.

—Al principio te preguntas dónde estuvieron mis padres, pero en ese contexto hay diferentes tipos de abandono que no se pueden juzgar o cuestionar como aquellos padres que se ven obligados a trabajar y los niños se quedan en riesgo de ser abusados. A veces, ni siquiera son maltratados, solo se sienten solos y entran en pánico, no saben cómo defenderse. Incluso en las cosas negativas o malas que yo pude haberme involucrado, hice este reclamo a mis padres.

—¿Qué quieres mostrar con este libro?

—El libro quiere mostrar que este personaje, que soy yo, todavía está vivo y puede dar fe y testimonio de todo lo que viví. Hay muchos adictos que conocí y que aún siguen en lo mismo y hay otras personas que me buscan, después de 35 años, y no pueden creer esta transformación. Quiere decir que sí se puede.

—¿Consideras que eres un milagro de vida, Walter?

Sí, soy un milagro de vida, pero también tuvo que ver con personas que se me cruzaron en la vida y construyeron medios importantes para que sea un milagro de vida. En ese sentido, las familias latinoamericanas y el estado de cada país deben ser esos medios para que esos milagros se multipliquen y ser reinsertados en la sociedad.

—Eso un problema grave. Las drogas, como se relata en El apóstol de la pasta, traen consigo la delincuencia y terminan en la cárcel, sin embargo, cuando se quieren reinsertar en la sociedad les cierran las puertas y recaen.

—Hasta nuestras autoridades te cierran las puertas. Cuando presenté mi libro tenía a la autoridad máxima del área de salud mental del Ministerio de Salud, y a las directoras de dos hospitales de salud mental de Lima. Después que terminaron sus exposiciones y me llamaron para presentar mi libro, estas autoridades que, supuestamente, velan por la salud mental de los ciudadanos peruanos se comenzaron a retirar. El presentador, quien era un asesor ministerial, les llamó la atención y les pidió que se sentaran. Se supone que son psiquiatras, pero lo que hicieron fue no reconocerme como persona. Me discriminaron, quisieron hacerme sentir que no valía nada. Mi participación fue concreta y directa.

—¿Cuál es el objetivo principal de la publicación El apóstol de la pasta?

—Quiero promoverlo y venderlo para que de alguna maneta pueda ayudar a alguien de extrema pobreza que está metido en las drogas y cubrirle el tratamiento por un par de años. Hay mucha gente que necesita atención y no tiene la posibilidad de acceder a una ayuda. El estado no tiene la capacidad ni la infraestructura para hacerlo. Tiene los recursos, pero no tiene la capacidad gerencial para ejecutar y articular con las asociaciones civiles sin fines de lucros, los albergues y las comunidades terapéuticas.

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