El trabajo de Robert Baca en “Cartografía de lo invisible” (Aletheya, 2020) no podría calificar como convencional; por el contrario, manipula los versos como si de arcilla se tratase. Les otorga formas distintas que permiten que, desde cada ángulo, el lector se pueda encontrar con poemas que no se secan por más que uno continúe exprimiéndolos.
Entre la duda, la esperanza y la memoria, aparece “Carta a Mónica Santa María”, pieza que rememora la imagen la recordada conductora de Nubeluz. Baca conversó con Infobae para explicar el origen de versos como “Pero no todo queda registrado, / Mónica, / salvo esta discontinuidad de la infancia / aullándole a este aguacero detenido”.
¿Por qué el recuerdo de Mónica encontró un espacio en tu poesía?
Desde siempre estuve interesado en su figura, en el sentido que cada vez que mis amigos de la universidad y yo terminábamos una conversación, nos dábamos cuenta de que el significado de la palabra suicidio lo aprendimos con su muerte. Mi mamá me explicó que un suicidio es cuando una persona se quita la vida y a mí me impactó el concebir que alguien tenía la libertad y la valentía de quitarse la vida. Entonces yo tenía ocho años.
¿Fue un primer golpe con la realidad tan fría y dura como es?
Recuerdo que, en esa época, alrededor de 1994, la televisión abierta era extraña. Vivíamos en un proceso de violencia, ya habían sucedido los atentados en Miraflores, teníamos los primeros indicios de la corrupción de Fujimori con las denuncias de Susana Higuchi, entre otras cosas. Ahora pienso, ¿cómo al mismo tiempo la tele nos puede dar tanta mugre y basura, pero al lado tenemos un programa infantil que nos saca de ese elemento y nos lleva en una especia de nube lo más lejos de esa violencia? Para mí esa nube explota cuando Mónica se mata. La mayoría de los niños de esa época dejamos de serlo en ese momento. Fue una cachetada que nos hizo entrar a entender qué estaba pasando.
¿A dónde trasladaste esa nube?
La centré en la literatura porque vi que esa nube la había perdido para siempre. El ´97 fue la época más asquerosa que vivimos como país. Bombardeaban la televisión basura por todos lados. No tuve el privilegio de tener cable, así que todo lo que me daba la televisión nacional me la tenía que soplar. El único refugio al no tener que ver fue la literatura, casi ya por hartazgo.
Pero precisamente la literatura luego te llevó a reflexionar sobre ese mundo, tal como sucede en este libro.
En realidad, creo que la literatura ha suplido un rol que la filosofía y la historia no saben hacer en el Perú. Te sitúan como sujeto político frente a la realidad donde la historia y la filosofía tienen mucho por desarrollar. A la literatura no se le puede exigir todo. Creo que se le puede mostrar todo a nuestro alrededor, pero no dará soluciones. Sirve como un arma de doble filo, por un momento te ayuda a interrogar, pero no te propone soluciones. Eso va mas por el lado de los investigadores.
¿La literatura te ha revelado que antes obviabas?
Pienso que hay que tener una posición clara, no regresar a lo de “escritor comprometido”. El escritor como ciudadano cualquier tiene un compromiso con la sociedad y es tratar de cuestionarla, ser una especie de agente cuestionador de la época que le toca vivir. La vaina es quién se quiere mojar y quién no. Puede quedar muy obvio que el poeta que escribe sobre su novia que lo dejó no va a mojarse y solo quiere satisface a todo mundo. El que se mete a escudriñar cosas que a otros perturban es porque no está hecho para complacer a la gente. Yo me meto en ese grupo porque yo quiero provocar a mis lectores.
¿Esa postura cierra las puertas de las editoriales?
Un montón. Una de las cosas que más me molesta del Perú es la dedocracia. Si quiero escribir para complacer, entonces iré por ese lado comercial, pero creo que ahí reside la ética del escritor, la de ser honesto con la escritura. Escribir con honestidad es una de las cosas más difíciles en el sentido que el pudor hacer que te vuelvas más condescendiente con el lector.
SEGUIR LEYENDO