En Nueve vidas, el escritor peruano Leonardo Aguirre utilizó diálogos naturales, con jergas limeñas y lisuras tal como se habla diariamente en Lima, sin ninguna concesión. Además, para que no le dijeran que era autoficción, un debate del cual ya está harto, utilizó ciertos artificios con algunas falsedades obvias.
—¿Te molesta que sitúen Nueve vidas como autoficción?
—Me jode la discusión porque es absurda. No veo qué criticarle a la autoficción. Todo es ficción en general. ¿Por qué sería autoficción? ¿Quién sabe si eso es cierto? ¿Quién vive conmigo? La realidad es inasible, no se puede registrar con fidelidad lo que sucede en el mundo real. Es imposible.
—En el libro no te interesó describir al limeño de redes sociales, sino al limeño común, el de a pie.
—Sí, las personas que están en un grupo de Whatsapp son así. Hay fujimoristas rabiosos, racistas y discriminadores. No quería que el personaje principal de Nueve vidas se acercara a los intelectuales. Tiene taras y defectos. Los limeños que están en las redes sociales también deben ser pura pose y pantalla, la pegan de virtuosos, pero tal vez solo son virtuosos en el Facebook o en el Twitter.
—¿Crees que falta humor en la literatura peruana? Me he acordado de Bryce Echenique.
—Bryce es de otra época, sin embargo, respondiendo a tu pregunta: en la literatura peruana faltan libros poderosos que te jodan y te fastidien. También hay un montón de cosas que no se podrían escribir.
—¿Este libro es un homenaje a Lima?
—Yo estoy enamorado de mi ciudad, despierta mi pasión con todas sus cochinadas. Tampoco la voy a idealizar ni embellecer. Esa era una de mis intenciones cuando empecé a escribir el libro y, sobre todo, sin ser deshonesto. No iba a ir a vivir una semana a Villa El Salvador para escribir sobre ese distrito, eso no es lo que yo hago.
—Pero hay escritores que lo hacen.
—Me parece que es una deshonestidad que el lector termina sintiéndola. Yo he escrito sobre los lugares que tuvieron bastante conexión con mi vida.
—Nueve vidas tiene este personaje ridículo que quiere pasar a la posteridad poniendo objetos grotescos, ¿es una crítica, en cierta manera, a la literatura peruana centralista?
—No lo había pensado así. Caricaturizo estos defectos y se puede tomar como una crítica, sí, tal vez podríamos verlo de esa manera. Ahora, hay escritores que se visten de terno para escribir. No sé qué creen que es la literatura: ¿escribir bonito o buscar palabras rebuscadas? Uno de los primeros deberes de un escritor es renovar el lenguaje o crear su propio lenguaje, pero no hablo de casos extremos; sino crear un estilo reconocible. Bryce tiene un estilo reconocible, Luis Jochamowitz tiene un estilo reconocible. Los escritores que creen solo en los premios y no en la literatura han crecido para mal. En muchos casos ya no se miran los libros, sino qué tanto aparecen en las redes sociales o en la televisión. Hay muchos escritores que se dedican a las relaciones públicas antes que a pulir su texto.
—¿Se puede decir a quiénes te refieres?
—No, pero hay muchos escritores que tienen su editorial y publican a alguien; este alguien nunca va a escribir una reseña contra esa editorial. Tenemos a un crítico como Ricardo González-Vigil, que es un caso raro. Tenemos críticos académicos, pero el problema es que no están en la prensa. Hay un divorcio entre la academia y el mundo real. Solo hay reseñistas venenosos, nada más.
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