El reino animal ha jugado un papel determinante en tiempos de guerra acompañando a los ejércitos de humanos en diversas labores: los caballos, elefantes y camellos ayudaban a transportar a los soldados y sus provisiones; las palomas llevaban mensajes; los gatos cuidaban las embarcaciones de las plagas de ratas; mientras que los perros eran buenos guías y protegían a las tropas de ataques enemigos.
Con sus esfuerzos, estos animales no sólo salvaron las vidas de tropas y de pueblos enteros, sino que también lograron cambiar el rumbo de las batallas durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, llegando a ser reconocidos con la Medalla Dickin, el equivalente a la Cruz Victoria, como fue el caso de Sheila, una perra de raza collie.
El Dispensario Popular para Animales Enfermos (PDSA, por sus siglas en inglés) otorgó dicho reconocimiento a Sheila el 2 de julio de 1945, convirtiéndose en la primera perra no militar en recibir la medalla.
La primera rescatista
De acuerdo con el libro War Animals: The Unsung Heroes of World War II de Robin Hutton, nueve días antes de la Navidad del año 1944 un pastor de nombre John Dagg estaba en casa con su familia y su perra Sheila en College Valley, al pie de Cheviot Hills, en la frontera entre Inglaterra y Escocia.
Ese 16 de diciembre el Boeing B-17 Flying Fortress, correspondiente a la Octava Fuerza Aérea de los Estados Unidos, sobrevolaba el pico de la montaña cuando una fuerte tormenta invernal ocasionó que la aeronave cayera.
El avión estadounidense estaba adscrito al 303 Grupo de Bombas y era su tercera misión. La nave formaba parte de un escuadrón de 40 aeronaves que operaban desde la base de Molesworth de la Real Fuerza Aérea (RAF, por sus siglas en inglés) en Cambridgeshire, que combatía a los alemanes.
Además de llevar a bordo a casi una decena de hombres, el avión tenía una carga peligrosa: seis bombas de 500 libras cada una, cuyo destino era la región de Ulm, en Alemania, pero el mal tiempo obligó al Ejército a abortar la misión.
El piloto a cargo del Flying Fortress dio un giro de 180 grados y tomó el camino de regreso a Inglaterra, no obstante, durante el descenso se separó del resto de las naves que acompañaban la misión, las cuales lograron arrojar las bombas al Mar del Norte como medida de precaución.
La tripulación del Boeing B-17 Flying Fortress no pudo arrojar los explosivos que cargaba porque la vista era tan mala debido al mal tiempo que no había claridad acerca de si sobrevolaban mar o tierra. Esta situación orilló al piloto a descender a tres mil pies de altura, con la esperanza de tener mejor claridad, sin embargo, terminó chocando contra el pico de la montaña.
Luego del siniestro, el pastor y su perra, de nombre Sheila, fueron a investigar el lugar para ver si había algo que pudieran hacer por los heridos, sin embargo, las condiciones climatológicas empeoraron y la ventisca redujo la visibilidad en la montaña al mínimo, por lo que el hombre tuvo que confiar ciegamente en su mascota para rastrear el avión.
Para refugiarse de la nevada y del fuego que comenzaba a arder por la ruptura de las líneas de combustible, los sobrevivientes se metieron a una zanja ubicada a 100 metros de la nave, mientras esperaban que las bombas no estallaran.
Varias horas después del accidente, uno de los sargentos, llamado George Smith, sintió como un perro le lamía la cara, para luego comenzar a ladrar con el fin de atraer a su dueño para llevarlo a la ubicación exacta.
Después trasladaron a los tripulantes a la cabaña que habitaban y justo cuando estaban por llegar el avión se hizo añicos tras una explosión. Más tarde los sobrevivientes fueron trasladados a un hospital.
Gracias a Sheila, el teniente George Kyle y los sargentos Howard Delaney, George Smith y Joel Berly lograron permanecer con vida y después se reincorporaron a sus misiones. El sargento Frank Turner no logró sobrevivir.
Reconocimientos y legado
Debido a estos actos heroicos Sheila recibió la Medalla Dickin que otorga la PDSA, y que a menudo se dice es la Cruz Victoria de los animales. Fue la primera vez que se dio este reconocimiento a un perro no militar por sus labores de búsqueda y rescate.
Se cuenta que el día de la premiación Sheila se asustó por la muchedumbre que la observaba, y cuando se le intentó poner la medalla, la perra se retorció y se tumbó patas arriba, agitándolas durante la ceremonia: “Ella no quería su medalla ni su fotografía”, narraron diarios locales.
Su dueño, John Dagg, recibió la Medalla del Imperio Británico, que otorga la Commonwealth por servicio civil o militar meritorio digno de reconocimiento por parte de la Corona y que se creó en 1922.
“Su gallardía, habilidad y amabilidad al buscar a nuestros hombres, conducirlos a un refugio y atender sus necesidades, serán recordados por siempre. Usted mostró en la medida más completa la amistad y la ayuda que han marcado nuestra asociación con el pueblo de Gran Bretaña”, recitaron los miembros de la Octava Fuerza Aérea al entregar el reconocimiento.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, la perra Sheila tuvo una camada y uno de sus cachorros, de nombre Tibbie, fue adoptado por la familia del sargento Frank Turner. Los periódicos de Estados Unidos e Inglaterra plasmaron el momento en el que la familia Dagg, entre lágrimas, llevó al cachorro a la estación de tren en Kirknewton para partir a su nuevo destino.
Tibbie vivió hasta los once años y llevó una vida feliz como la mascota del pueblo de Columbia, en Carolina del Sur.
La hazaña de Sheila fue llevada a la pantalla grande cuando se produjo la película To the Border Bred, que contaba la historia de Sheila y su hijo Tibbie mientras éste viajaba por Carolina del Sur.
En el año 2005 la casa de subastas de Sotheby’s vendió la medalla del can, la presea que obtuvo John Dagg y recortes de periódicos sobre el accidente por 25 mil 300 libras esterlinas, un equivalente a 40 mil 488 dólares estadounidenses.
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