Cuando se habla de perros, muchos dan por hecho que un Labrador será, seguramente, un “perro familiar amable " o que un Ovejero Alemán será un buen guardián de la casa, del mismo modo en que muchas personas aún miran con desconfianza a los Pitbulls o a los Rottweilers.
Sin embargo, la ciencia desmiente que la genética individual, y mucho menos la raza, sean factores indicativos fiables en todo lo que sea relativo a la personalidad de un perro. En otras palabras, el carácter de un perro no depende de su raza.
Se considera que un rasgo o característica propia es realmente hereditaria cuando más del 25% de la descendencia lo presenta.
Existen características físicas, como el color del pelo o la forma del cuerpo, fácilmente observables; pero los rasgos conductuales, como todo lo relativo al comportamiento, es más difícil de establecer ya que es además provocado e influenciado francamente por la sociabilización del animal y el entorno en el que éste crece.
Los estudios realizados señalan que algunos de los rasgos estudiados, como la agresividad o la sociabilidad, no son homogéneos entre los individuos de la misma raza, y que también pueden estar presentes en otras razas a las que típicamente no se le atribuyen.
La etapa de sociabilización se define como el periodo de la vida en el que un cachorro aprende a relacionarse con otros miembros de su especie, así como con otras especies, y con su entorno habitual y conocido.
Se desarrolla, en el perro, principalmente entre las tres y las dieciséis semanas de vida, y su resultado influye mucho en su carácter definitivo. Las experiencias negativas durante ese tiempo, dejan una huella profunda, creando miedos y conductas que después son muy difíciles de modificar.
Es en ese momento cuando el perro aprende cuáles son las consecuencias de sus acciones, por lo que en el futuro se comportará en consecuencia.
Es posible que, además, reaccionen con miedo u hostilidad hacia animales o personas con los que no hayan estado en contacto en ese tiempo considerándolos como una amenaza.
Esto afecta especialmente a los perros denominados, en las legislaciones de algunos países, como “razas potencialmente peligrosas”.
La denominación debería tener en cuenta, antes que la raza que no define el comportamiento, la capacidad física de causar daños graves en caso de ataque, considerando factores como el tamaño, la musculatura o la potencia de mordida, como así también la dificultad que pudiera tener su tutor para contenerlo en tales circunstancias, debido a la carencia de adiestramiento o educación.
Los perros de razas pequeñas o medianas tienen más problemas relacionados con conductas agresivas que los de mayor tamaño, porque al parecer más “inofensivos” sus tutores tienden a minimizar estos comportamientos que, en perros grandes, tomarían más en serio por el peligro que pueden suponer.
Por otra parte, ningún accidente con perros de baja talla aparece en los diarios o medios de comunicación ya que no generan consecuencias fatales. Esto hace aparecer a ciertos perros de gran porte, a veces de ciertas razas, como “asesinos " o agresivos por naturaleza.
Como conclusión cualquier perro de cualquier raza que no haya pasado por un proceso de adecuada sociabilización y no haya tenido el apartamiento de la madre y hermanos por lo menos a los 60 días de vida, puede exhibir conductas agresivas sin importar la raza.
Resulta muy útil, entonces, tener en claro esta afirmación: el perro familiar no nace, se hace.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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