El animal más grande del mundo, la ballena azul (Balaenoptera musculus), también devora más plástico que cualquier otro animal de la Tierra, según un nuevo estudio. Los investigadores calcularon que cada gigante con barbas podría ingerir hasta 43,5 kilogramos de microplásticos en un solo día, lo que equivale al peso medio de un ser humano de 13 años.
Los microplásticos son trozos de plástico que miden menos de 5 milímetros y se crean con el tiempo a medida que la contaminación plástica se descompone debido a la acción de las olas y la radiación ultravioleta (UV) en la superficie del océano. Estos diminutos trozos de plástico se han encontrado en los estómagos o excrementos de una amplia gama de especies en todos los niveles de la red alimentaria marina. Sin embargo, es difícil determinar la cantidad exacta de microplásticos que consumen las distintas especies marinas.
En un nuevo estudio, publicado recientemente en la revista Nature Communications, los investigadores utilizaron modelos informáticos para generar las primeras predicciones de las cantidades de plástico ingeridas por tres especies de ballenas barbadas -ballenas azules, rorcuales comunes (Balaenoptera physalus) y ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae)- en el Ecosistema de la Corriente de California, un punto caliente de cetáceos en el Pacífico oriental.
Los resultados mostraron que las ballenas azules eran las claras campeonas en cuanto a la ingesta de plástico. Una sola ballena azul engulle hasta 10 millones de trozos al día durante su temporada principal de alimentación, que dura entre 90 y 120 días durante los meses de verano antes de que las ballenas gigantes migren hacia el sur para pasar el invierno.
En comparación, una ballena jorobada puede consumir hasta 200.000 trozos de microplástico al día -50 veces menos que las ballenas azules- durante su época de máxima alimentación, calcularon los investigadores.
“La nueva estimación para las ballenas azules es más del doble de las estimaciones más extremas propuestas por estudios anteriores y significa que los enormes cetáceos podrían estar consumiendo fácilmente más de mil millones de piezas de microplástico cada año”, escribieron.
Las ballenas azules se alimentan tomando enormes tragos de agua de mar y luego filtrando su comida, que consiste predominantemente en pequeñas criaturas parecidas a los camarones llamadas krill, así como en diminutos peces, como sardinas y anchoas, del agua.
Cada bocado puede contener hasta 80.000 litros de agua, según un estudio de 2011 publicado en el Journal of Experimental Biology. Por tanto, cabe suponer que la mayoría de los plásticos que ingieren las ballenas proceden directamente de la columna de agua.
Sin embargo, según los autores del estudio, sólo el 1% de los plásticos que ingieren las ballenas barbadas procede directamente del agua que filtran por la boca. El 99% restante viene preenvasado dentro de los alimentos que ingieren. En otras palabras, el volumen de comida que consumen las ballenas está directamente relacionado con la cantidad de plástico que acaba en sus intestinos.
Para el estudio, el equipo combinó datos de seguimiento por satélite, imágenes de drones de la alimentación de las ballenas y registros de sonar de los barcos de pesca para crear un modelo detallado de la cantidad de krill y pescado que los cetáceos estaban comiendo, lo que, a su vez, reveló la cantidad de plástico que podrían estar tragando accidentalmente.
“Las ballenas azules ingerían mucho más plástico que otras especies porque su enorme tamaño les obliga a devorar cantidades significativamente mayores de presas llenas de plástico, lo que las pone en mucho mayor riesgo”, detallaron.
Todavía se desconocen las posibles repercusiones en la salud de las ballenas por el consumo de enormes cantidades de microplásticos. Pero los investigadores señalaron que, como mínimo, el hecho de llevar ese peso extra indigerible podría significar que las ballenas están quemando más energía.
“Imagínense lo que es llevar 45 kilogramos extra”, dijo a la agencia de noticias francesa AFP la autora principal del estudio, Shirel Kahane-Rapport, candidata al doctorado en la Estación Marina Hopkins de la Universidad de Stanford, en Pacific Grove, California. “Sí, es una ballena muy grande, pero eso ocupará espacio”.
En un estudio de 2017 publicado en la revista Analytical Methods, los científicos descubrieron que los microplásticos podrían acabar dentro de la grasa de los cetáceos, la gruesa capa de grasa que los aísla de las frías temperaturas del océano. Pero no está claro qué efecto podría tener esto en las ballenas azules.
“Las enzimas digestivas del estómago de las ballenas podrían descomponer los microplásticos en nanoplásticos aún más pequeños, de entre 1 y 1.000 nanómetros de ancho, que podrían volver a liberarse en el medio ambiente”, explicaron los especialistas.
El equipo espera que sus hallazgos puedan ser utilizados por otros científicos para evaluar los riesgos para la salud que los microplásticos suponen para las ballenas azules y otras ballenas barbadas. “La dosis define el veneno”, indicó Kahane-Rapport. “Con más información sobre la cantidad de plástico que comen las ballenas, los nuevos modelos pueden predecir mejor los riesgos para la salud de estos enormes animales”, concluyó.
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