A través de la historia, en especial en las transmisiones de la televisión de ciertos festivales federales, se mantiene una grave falencia arrastrada por muchos años que ha erosionado la cultura popular y el imaginario público.
Se trata de la difusión de las llamadas jineteadas en ocasión de los festivales que se llevan a cabo en distintas localidades de nuestro país.
En diversas ocasiones, la Justicia ha reconocido a los animales como “personas no humanas sujeto de derecho”. No es superfluo destacar que nuestro país es pionero al respecto y que el debate en torno al derecho animal necesita que esa perspectiva se instale y generalice a nivel global en el pensamiento masivo popular.
Resulta indiscutible el daño físico que se les provoca a los animales intervinientes que jamás puede ser justificado en una supuesta tradición que tiene otros exponentes válidos que carecen del ingrediente nefasto del maltrato y la crueldad animal.
También es injustificable el hecho de que se trate de “animales reservados” que al no haber podido ser domados con la metodología tradicional, no exenta de violencia y ensañamiento, ni de consecuencias terribles para la conducta del animal, tendrían como único destino este lamentable designio de la jineteada.
Asimismo es altamente injustificada la excusa de que fuera de los pocos segundos del supuesto “espectáculo” y del sometimiento a escarnio, los animales son cuidados y atendidos.
Aceptar esta afirmación en un país como el nuestro, con los terribles antecedentes de tortura que tenemos, sería algo así como justificarla como método, en un perverso modo inconsciente y subliminal del que los medios de comunicación no deberían participar, aunque lo hacen a diario.
No podemos dejar pasar la naturalización de la violencia como metodología de acción.
Pensemos que en una jornada de alegría familiar son niños los que acompañan a sus `padres que en un contexto de fiesta y algarabía presencian y naturalizan como un ser humano montado en un animal de 500 kilos de peso lo intenta dominar y “amansar” a rebencazos.
Para superar todo esto se exige un aprendizaje basado en la deconstrucción, abandonando todo aquello que a uno lo ha hecho ser como es y pensar cómo piensa y analizando lo que mucho de lo que incorporamos como cultura hasta hoy es engañoso. En este proceso, la difusión es fundamental en cuanto a la aprobación inconsciente de los contenidos.
¿Qué distancia hay entre el rebencazo al caballo y luego ir a la casa y golpear a la mujer o a los niños ? Opino que ninguna.
Esos niños, mañana adultos, habrán grabado en sus mentes a la violencia como método, desde una jornada de familia, alegría y aceptación paternal y tendrán más chance de utilizarla para imponer su voluntad frente a los más débiles: los niños, las mujeres y los ancianos, cerrando un circuito perverso en el que la difusión ha sido cómplice.
No podemos darnos el lujo de transmitir estos supuestos espectáculos en un país con tan alto índice de violencia familiar y de género plasmado en tener el triste récord del mayor número de femicidios del mundo.
La no difusión probablemente no lo evite pero seguramente no colaborará ni reforzará esa conducta social detestable.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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