Desde tiempos inmemoriales el humano ha adoptado animales como una manera de tener compañía en la vorágine de la vida cotidiana. En términos generales, casi siempre estos adorables seres han sido animales domésticos de su entorno.
El mundo moderno, el consumismo y las modas han determinado la presencia de otros que han sido denominados como no tradicionales, y no son otra cosa que animales silvestres sometidos a la esclavitud y al supuesto placer de la dominación con el sólo objeto de cubrir la vanidad de tener lo que quiero, cuando y como quiero.
Así, por ejemplo, se somete a iguanas, a serpientes y a otros reptiles al cautiverio de peceras infames como único hábitat. Más tradicional pero no menos cruel resulta el hecho de tener loros, cotorras y otros pájaros de nuestra fauna con el pretexto de que simplemente nos gustan.
De esta manera, los humanos sacrificamos múltiples especies por nuestros despóticos designios. Y qué decir de la diversión que puede llegar a provocarles a algunos egoístas la presencia de los monos caí, saimirí, tití o bien de los monos carayá o aulladores. Todos ellos sujetos de un collar a la cintura y perimidos a una selva “tropical” de algún patio, lavadero o cocina que intenta reemplazar a su ambiente natural.
Qué lejos están de saber que, por cada inocente monito que llega a las grandes ciudades para divertir a insospechados espectadores con sus bufonadas tragicómicas, han muerto por lo menos 30 o 40 en camino que recorrieron desde su origen. Masacrados, hacinados, sedientos, con hambre, apaleados, separados de su madre a la que mataron para capturarlos y así satisfacer un capricho más de ese que se define como un ser superior.
Comencemos a tomar conciencia que el mascotismo de las especies silvestres favorece el tráfico ilegal de fauna, que por su magnitud es el tercero más nocivo de la Argentina. No por nada mueve algo más de diez millones de dólares por año.
Comencemos también a tomar conciencia que si no compramos nadie venderá; que si presionamos a los funcionarios las leyes se cumplirán mejor y nadie ofrecerá por ejemplo, inocentes tortugas de tierra que están en peligro de extinción en su Santiago del Estero natal gracias a que se pusieron de moda en las grandes localidades de nuestro país.
No aceptemos animales silvestres como compañía ni de supuestos y dudosos criaderos, porque a la naturaleza se la ama por como es y no encerrándola para mirarla. A la vida se la admira en libertad y en armonía entre sus integrantes, de los cuales nosotros no somos nada más que un engranaje.
Hagamos como ocurrió en aquella anécdota protagonizada por un famoso especialista veterinario en especies silvestres, al que sus alumnos le preguntaron cuál era el animal silvestre más recomendable para mascota. El maestro respondió: “Un perro o un gato”. Ante la insistencia en la consulta por parte de sus discípulos, dijo finalmente: “Perdón, entendí mal, los mejores son un gato o un perro”.
Que quede claro que los animales de compañía del ser humano deben ser el perro, el gato y eventualmente un canario -que es doméstico hace más de mil años- o un pececito. Recordemos siempre que los animales silvestres no tienen otro tutor más que el Estado, mientras que los animales deben tener un dueño responsable.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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