A diferencia de los seres humanos, los perros cuando siguen un rastro concentran su atención en la “imagen olfativa” que perciben, quedando la vista en un segundo plano.
Al contrario de lo que pasa los seres humanos, que obtenemos la mayormente la información del entorno a través de la vista, los perros entienden el mundo de una forma que nos resulta muy difícil de descifrar y comprender, lo hacen a través del olfato, uno de los más desarrollados del mundo animal.
Esto es así hasta el punto de que, gracias a su olfato, puede hasta saber la hora. De hecho se ha demostrado que cuanto más grande y más alargada sea la nariz de un perro, mejor será su olfato.
Su maravilloso hocico, rematado por la trufa, varía entre distintas formas y tamaños pero el patrón de la trufa, la huella, es como la impresión dactilar de una persona, resulta único e irrepetible. El olfato les permite a los perros entender el mundo de una manera muy diferente y sorprendente a la vez.
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El cerebro de los seres vivos es el que procesa la información del medio que nos rodea. El olfato es un mero instrumento para este propósito. Por eso, en el perro, la parte del cerebro encargada de procesar el sentido del olfato es la más extendida y la de mayor tamaño.
Además, las vías respiratorias caninas se conectan directamente con la amígdala, el área cerebral que alberga la memoria y donde se procesan las emociones. Esto permite que los perros, además de poder detectar con precisión el estado de ánimo de las personas que los rodean, también puedan recordar, discriminar y traer al presente, con inusitada precisión, cada uno de los olores que han reconocido a lo largo de su vida, lo que compensa la falencia evidente de los otros sentidos.
La nariz de los perros es muy especial por diversas razones, y muy diferente a la de cualquier otro mamífero. Mientras que los humanos respiramos y olemos por el mismo conducto o tubo nasal , los perros poseen un conducto separado estas dos funciones, dentro de sus fosas nasales.
O sea que el aire viaja por dos vías, una destinada a la respiración que conduce el aire a los pulmones, y otra que deriva una columna de aire hacia su sistema olfativo.
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Por otra parte, cada uno de los orificios de la trufa funciona en forma independiente, posibilitando identificar la procedencia y la dirección de cada olor.
Una vez que el aire entra por la nariz, el destinado a ser olfateado pasa primero a través de una membrana, la mucosa olfatoria, situada en el techo del paladar antes de acabar en el llamado órgano vómeronasal o de Jacobson, una estructura en forma bolsa en la que se depositan y reconocen los distintos aromas que se encuentran en el aire.
De inmediato esos olores serán clasificados por millones de células olfativas del epitelio correspondiente. Los perros, dependiendo de la raza, pueden contar con entre 150.000 y 300.000 millones de estas células, pudiendo identificar y reconocer hasta un millón de olores distintos. Los seres humanos, pobres de olfato, contamos apenas con 5 millones de esas células.
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Los seres humanos carecemos de ese olfato pero nos servimos de él, a través de nuestros mejores amigos. Como ejemplo de ello valga el de los sabuesos, que pueden seguir rastros olorosos dejados hasta con 48 horas de antelación y son muy eficaces a la hora de ayudar en tareas de rescate o en la búsqueda de desaparecidos.
Los perros también pueden detectar gracias a su olfato los ataques epilépticos con anticipación, enfermedades como el COVID-19 o el cáncer, e incluso pueden ayudarnos a luchar contra la pérdida de biodiversidad.
Estos son solo algunos ejemplos de que, si cuidamos de nuestros perros, ellos, incondicionalmente, cuidarán de nosotros.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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