En el momento en que los seres humanos antiguos criaban o más bien se vinculaban estrechamente con los lobos, fueron potenciando algunas actitudes como el ladrido fuerte (para una mayor protección del entorno de su dueño) o un temperamento dócil (por lo que sería menos probable que atacara a su dueño). Desde ese momento estaban seleccionando, en realidad, estaban ya jugando con la selección de los genes.
A medida que nuestros ancestros humanos fueron distinguiendo las diferentes habilidades en los perros, se irían diferenciando las razas, cada una de ellas con su propia característica distintiva. Con cada uno de los cambios y adaptaciones, los perros empezaron a adoptar una apariencia y un comportamiento muy diferente entre sí manteniendo algunas características del lobo padre de todos.
Por ejemplo, el ser humano vio que algunos animales acechaban más y mejor que otros, que se quedaban inmóviles en la emboscada de la presa mucho mejor y más tiempo. Así observó y pensó en las ventajas de esos animales cruzando en consecuencia, logrando luego de muchísimas generaciones y cruzas un lobo-perro que marcaba firmemente a la presa.
También hubo lobos que “asustaban a la presa” que se escondía entre los arbustos y que la atacaban para que saliera de allí y poder entonces cazarla. La evolución, la interacción del ser humano y el mismo mecanismo de selección de siempre determinó la llegada de esos “bush dogs” perros levantadores o perros de arbusto como el Cocker Spaniel, y otras razas semejantes.
El hombre vio también que algunas presas eran muy veloces y que había que perseguirlas y fue seleccionando a los lobos–perro más ágiles y veloces, cruza tras cruza llegando a los lebreles, los tan vapuleados galgos de hoy. Los galgos cazan en zigzag y a la carrera y poseen una vista privilegiada ya que es difícil percibir olores corriendo de esa forma a 60 kilómetros por hora.
Tampoco dejó de apreciar la capacidad de seguir un rastro y la excepcional condición del olfato canino y de esa forma fue seleccionado lobos-perro que tenían mejor olfato que otros, más contracción al trabajo y mejor concentración a esa tarea, algunos lo hacían solos otros en conjunto y así fueron naciendo los rastreadores, los sabuesos: razas como el Bloodhound (Sabueso de San Huberto= Pluto), los Basset Hound, los Beagle, etc.
Otros lobos-perro eran hábiles para meterse en madrigueras o túneles y fueron seleccionados, en Europa, para cazar tejones o ayudar a hacerlo, y vizcachas, en América. Surgieron así los terrier, ladradores para ser detectados en su socavamiento, valientes, rústicos y tesoneros.
El cambio de una vida nómade por establecerse en un lugar fijo hizo que surgieran las razas de trabajo. El cambio al sedentarismo fue motivado por la domesticación, primero del perro y luego de sus presas, que eran las vacas, las ovejas, las cabras o sus ancestros, a los que encerró en un corral. Las razas de trabajo son desde entonces los auxiliares del rebaño o la majada. Los boyeros y los ovejeros dentro de los que se destacan: el Boyero de Berna, el Bouvier de Flandes, el Border Collie, etc.
En un proceso de expansión posterior, los perros domesticados se extendieron por todo el espectro internacional, hasta distribuirse por distintas partes del mundo, manteniendo sus utilidades en algunos casos y cambiando su vida en otros.
Se cruzaron razas y se volvieron a cruzar decenas de veces y surgieron los “sin raza”, los “cordón-vereda”, menos previsibles, más longevos y más encantadores convirtiéndose en los más populares. Con ellos nace la mayor cuota de abandono, de maltrato y de desidia que desgraciadamente persiste hasta nuestros días.
El hombre lo creó, lo utilizó y lo utiliza aún y el perro sigue fiel aunque la recompensa no siempre sea la lealtad y el buen trato.
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