La gran mayoría de las creencias religiosas y las creencias míticas, una de las bases fundamentales del pensamiento humano, casi siempre le otorgan al animal un rol secundario.
Tal vez sea San Francisco de Asís el único que planteó, en el caso de la religión católica, que los animales eran nuestros hermanos menores.
En algunas religiones ciertos animales son sagrados, como por ejemplo la vaca en el hinduismo, mientras que en otras son hasta inclusive repudiados, el perro en la cultura musulmana.
Los animales aparecen en el contexto de muchas religiones, pero en términos generales lo hacen, desde el punto de vista espiritual, en un rol secundario.
Sólo, en algunas culturas, la mayoría de ellas de pueblos muy antiguos de alta espiritualidad, el animal toma un rol diferencial. Así aparecen, por ejemplo, la deidad Bast o Bastet en la mitología egipcia, y de esta misma forma surgen expresiones en las distintas culturas como el Unicornio o el Pegaso, entre muchos otros.
También, aparecen animales en la literatura fantástica relacionada con lo religioso, como el Cancerbero en La Divina Comedia del Dante que cuidaba la puerta del infierno.
En nuestros pueblos originarios de América los animales tuvieron un papel cultural fundamental, baste como ejemplos el del Cacique Toro Sentado que tomaba de la naturaleza su nombre, hasta la presencia de un perro venerado en el Imperio Incaico, el perro sin pelo del Perú o perro del “claro de luna”.
Con un pomposo nombre, perro del “claro de luna” o “Inca Moon flower hound” este perro peruano era considerado, en el Imperio Incaico, un animal con propiedades medicinales ya que al carecer de pelo podía ser utilizado como almohadilla térmica biológica y de esa manera otorgar alivio, por el contacto físico del calor, a las lumbalgias y otro tipo de dolores.
Ese animal, era considerado en la categoría de deidad y vivía en habitaciones especiales en el Cuzco, llenas de orquídeas frescas que llegaban diariamente de la selva por un sistema de postas, por lo que también se lo llamaba “perro de las orquídeas”. Pero además, al ser un perro sin pelo, se broncea al sol y por ello se lo llama “el perro del claro de luna”, ya que sólo lo sacaban de sus aposentos las noches de claro de luna, porque sacarlos durante el día con sol radiante les dañaba la piel.
En el Imperio Incaico al perro sin pelo se le daba el tratamiento de animal afectivo y al mismo tiempo de semi deidad con propiedades medicinales. De ese perro desciende nuestro actual perro pila del norte argentino.
Un perro semejante, en el Imperio Azteca se llamaba xoloitzcuintle. El “xolo”, que así se lo llamaba familiarmente, se supone que tiene la antigüedad de las culturas más primitivas de todo Mesoamérica, y se cree que acompaña al hombre americano prácticamente desde su llegada al continente. Se han hallado restos fósiles de perros en Mesoamérica de más de 5.000 años de antigüedad.
En el Imperio Azteca no había mamíferos para comer, el mamífero más grande era el perro, no había vacas, ni llamas, ni ciervos, sólo estaban el perro y el pavo (guajolote). De esa forma estos perros se llegaban a comer y se vendían como mercancía en el mercado de Tlatelolco.
Al xolo se lo comían y al mismo tiempo, increíblemente, le daban característica de divinidad, ya que acompañaba en el largo viaje a Inframundo a las personas que morían.
En la mayoría de los pueblos, el animal, como vemos, estaba siempre presente, a la hora de compararse, disfrazarse, ritualizar o adorar. Sin embargo, en las religiones judeo-cristianas los animales no tienen alma, sólo la tiene el ser humano. Es el ser humano el que tiene vida eterna, el animal no la posee.
En otras religiones existe el concepto de la reencarnación, donde algunos animales son rastreros y otros animales son superlativos, siendo el humano el que siempre está en una escala superior.
De cualquier forma, en cualquier religión, siempre los animales han estado presentes, aunque la mayoría de las veces, desde una posición inferior al ser humano.
SEGUIR LEYENDO