La conocida frase “el gato es un tigre en miniatura”, atribuida en ocasiones a Jorge Luis Borges, a veces al poeta Charles Baudelaire o también al novelista Victor Hugo, no está claro en qué contexto fue expresada, pero permite ahondar en la esencia de nuestro amigo felino y comprenderlos un poco mejor.
Los gatos nunca se dieron cuenta de que viven en un mundo civilizado (afortunadamente para ellos). Los gatos domésticos son, al igual que cualquier predador una perfecta máquina biológica adaptada a la función de perseguir, acechar, correr, capturar y matar a su presa.
Para eso, precisamente para eso, están en este mundo. Todo su cuerpo es una sinfonía perfectamente afinada, donde se refleja a cada paso la increíble adaptación funcional.
El gato tiene garras con la posibilidad de retraerse, guardándolas en un perfecto estuche para lograr una conservación única y precisa del filo y la integridad de esos “puñales”, que son una de sus más importantes armas.
Además todo gato doméstico, sea de la raza que fuere, desarrolla una prolija actividad de cuidado y mantenimiento de sus uñas, que comienza en una limpieza con la boca y concluye en el tradicional y pocas veces comprendido rascado de las garras en un poste, en la pared o en cualquier otro lugar.
En todos estos casos está actuando como un verdadero felino silvestre: por un lado pretende marcar su territorio, por otro intenta dar testimonio de su paso y estadía en el lugar para los otros congéneres, a través de las marcas, y por último se preocupa por poner a punto su mejor arma de combate, una parte sustancial del arsenal natural con que lo ha dotado la evolución.
Por otra parte, la vista del gato es especial: al crepúsculo percibe las imágenes con una nitidez fantástica. Allí comienza a tratar de cumplir con su misión felina.
Como salido de la espesura, su cuerpo, de pronto, se desliza con sigilo, tiembla irrefrenablemente frente a la posible presa, castañetea los dientes, se queda inmóvil como si se tratara de una visión extraterrena inserta en un ritual único e irrepetible, la ceremonia secreta de la cacería.
Pero, y siempre en todo sueño hay un pero, toda esta demostración de poderío cazador, de capacidad de ataque a su eventual víctima, casi siempre ocurre en el pasto de la vereda o en el jardín del fondo, en vez de ser en la magnificencia del soñado Serengueti o en la majestuosidad del mismísimo Ngorongoro, en el África.
Por todo eso necesita perentoriamente limpiar su cuerpo entero, antes y después de la cacería con especial prolijidad, con una actitud maníaca digna del más perfecto e incurable obsesivo crónico.
Cuando quiera, cuando realmente le plazca, se echará a descansar y lo hará como si fuera su última vez, esperando la mejor y más conveniente oportunidad, ahorrando de esa manera la mayor cantidad de energía posible para usarla cuando exista alguna chance cierta de éxito.
El gato, en el medio de un mundo ambivalente de odio y amor, está en el centro de un juego de pasiones y es capaz de despertar cualquier sensación entre las personas, las más increíbles e insólitas, pero jamás, la posibilidad de sentir por él, el mínimo atisbo de indiferencia.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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