Cuando dos lobos se encuentran cumplen con toda la parodia de olerse, de mostrarse los dientes y también de tomar actitudes de pelea. Hacen que se pelean, en una disputa en serio en la que la sangre nunca llegará al río o sea que nunca se harán daño corporal.
En los casos más extremos, el más fuerte, el más dominante, el vencedor notorio, se pondrá en posición de dominio, con el cuerpo erguido, las orejas erectas y la cola tiesa, aumentando de paso la apariencia corporal como una forma de amedrentar al rival, y luego comenzarán las fintas y los escarceos con gruñidos y amenazas de dientes, y cuando ya queda claro quién es el superior, éste se ubicará por sobre el cuerpo del más débil que ubicado panza arriba, le mostrará la yugular o quedará sometido en una actitud de apareamiento ficticio, luego de lo cual se retirará humillado, pero vivo, para tratar de hacer prevalecer su identidad en otra manada, en otra oportunidad.
O sea que en los lobos se cumple un ritual perfectamente estipulado, con reglas fijas y precisas que no concluyen en un ataque cruento, sino en una decisión por puntos donde un juez inapelable que no está presente, define quién gana y quién pierde pero nadie sale herido en bien de la continuidad de la especie. Se cumple perfectamente el axioma aquel: “soldado vivo sirve para otra batalla”. A todo este proceso se lo llama: ritualización.
En los perros la cosa es igual hasta el momento del ataque en el que la ejecución del mismo puede ser real y aquí la sangre no sólo llega al río sino que también puede llegar a salir a borbotones de alguna herida importante como consecuencia del encuentro.
Los perros muchas veces se pelean muy en serio y llegan a herirse por no tener vía de escapatoria dados los límites físicos que les ponemos a su territorio. Es por eso que los perros difícilmente ritualizan.
Es cierto que los perros conservan intactas muchas actitudes de sus abuelos, los lobos. Un ejemplo de ello es la actitud de girar en círculos para aplastar los pastos y hacer una cama antes de dormir, que la mayoría de los perros conservan, sólo que en la cocina no hay pastos y las cerámicas ya fueron aplastadas en su momento y por más vueltas que el perro de, quedaran como y donde están.
Otra herencia lobuna es la tendencia a escarbar haciendo hoyos para guardar huesos o presas. Esto le viene del lobo el que, ante la falta de freezer y a sabiendas de que no todas las épocas serán buenas, tiende a guardar comida o presas para momentos peores de verdadera escasez.
A veces los hábitos se transmiten intactos pero en otros casos existen variantes o modificaciones de los mismos. Este es el caso de la ritualización de las peleas. La mayoría de los perros se pelean y se hacen daño porque los hemos acotado a un territorio con paredes que les impiden la huida como una reacción posible al conflicto.
Los perros se pelean, muchas veces, por una hembra, para defender el territorio y por disputa jerárquica. Un caso particular ocurre cuando dos perros o dos perras (es muy difícil que se peleen animales del sexo opuesto) se pelean delante del dueño. Esta pelea ocurre, casi siempre, a la vista del tutor para permitir dirimir quién es el que sigue en la jerarquía de la manada, cosa que para los perros resulta vital, pues es una pauta que modifica su existencia.
Así, una vez que se hayan separado o los hemos podido separar, quedará un vencedor y un vencido. Ignoremos al vencido y agasajemos al vencedor. Démosle al vencedor prebendas y privilegios que dejen en claro que es superior en jerarquía en la manada. Caso contrario actuaremos como hombres y no como perros con la consecuencia de que estos hechos se repetirán sin cesar hasta que para todos quede clara como es la supremacía.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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