Surge mucho la discusión sobre si el perro tiene inteligencia o no, si piensa o no lo hace, si tiene razonamiento o sólo instinto. Pero lo único cierto es que el perro es, tal vez, la única especie que nos ha acompañado tan estrechamente ligada y tan ampliamente distribuida, en el vagabundear de nuestra especie humana, tan viajera, tan destructora y tan particular.
El poeta, Lord Byron, tenía un perro Terranova llamado “Botswain” para el que escribió el epitafio probablemente más hermoso que un perro ha merecido de un hombre, decía así: “Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios”.
Si al poeta alguien le hubiera explicado que, mientras rendía su última ofrenda a “Botswain”, en verdad el comportamiento del ser más fiel que conoció sólo era una “contaminación” humana, un antropomorfismo anecdótico visto por el hombre y creado por su imaginación, se hubiera disgustado muchísimo ante la negativa, irrazonable y burda, de no reconocer manifestaciones caninas de felicidad, de gratitud o de desagrado tan parecidas a las nuestras.
A principios de los años noventa, la etóloga Elizabeth Marshall Thomas presentó un trabajo basado en doce años de investigación y en 200.000 horas de observación de la vida, de lo que pensaban y sentían los once perros de su familia.
Gracias a la investigación, se pudo asegurar entonces que los perros son algo más que animales que ladran, corren, olfatean y orinan, sin que por ello sean seres humanos disfrazados. Según el estudio, tienen una rica vida interior, se entristecen, calculan y tienen necesidades complejas, costumbres, esperanzas, temores y fantasías.
Esto quiere decir que disponen de sensibilidad y sentimientos, más profundos que los de muchos humanos que se ríen de ellos con tanta suficiencia.
Fue el genial Charles Darwin, científico y naturalista, el primero en referirse a las emociones de los animales, ya que los consideraba muy importantes para determinar la evolución humana. En 1859, en su obra “Sobre el origen de las especies”, dijo que es difícil dudar que el amor del hombre no haya pasado a ser instintivo en el perro.
Ciertas cualidades morales e inteligentes se han desarrollado en los animales a merced de la vida en común con el hombre. Cualidades morales como el afecto, la lealtad e incluso cierto tipo de inteligencia, han tenido que desarrollarse en milenios de años de convivencia con los seres humanos.
Ahora ya se sabe que el perro apareció en la Tierra hace unos 35.000 años, días más, días menos. Aunque algunos aseguran muchas decenas de miles de años más.
El perro, descendiente del lobo, con quien debió tener relaciones más bien complejas, fue compañero del hombre Neanderthal y acabó siendo el más fiel compañero del supuestamente mejor dotado hombre de Cromagnon.
Concretamente un equipo de investigadores perteneciente a la Universidad de California en Los Ángeles, dirigido por el profesor Robert Wayne, ha comparado el ADN mitocondrial de 162 lobos procedentes de 77 diversas familias caninas repartidas por el conjunto del planeta, así como de 140 perros domésticos representantes de 27 razas distintas. Sus secuencias de ADN no difieren mucho.
Cuando René Descartes, filósofo del siglo XVII, consideró al pensamiento la esencia de la existencia humana y al perro una variante de máquina desprovista de razón, François Voltaire, escritor y filósofo, salió al encuentro para afirmar que los perros no sólo sienten emociones, sino que “siguen prodigiosamente al hombre en el sentido de la amistad”.
A modo de reflexión, resulta apropiado citar la frase del inefable médico y teólogo del siglo XIX, el Dr. Albert Schweitzer: “Yo no sé si los animales son capaces de razonar, sólo sé que son capaces de sufrir y por ello los considero mi prójimo”.
El mejor amigo del hombre le ha acompañado en su aventura por la Tierra desde hace miles de años. Antes se hablaba de una convivencia entre ambos de unos 10.000-15.000 años, pero teorías más recientes confirman una relación mucho más antigua que surgió en el paleolítico medio, al menos hace unos 35.000 años.
Algunos apuntan que lo más probable es que los cachorros más jóvenes fueran los que se acercaran a los adolescentes de la tribu, y así surgió una amistad que continúa hoy en día.
Al evolucionar a nuestro lado se han acostumbrado a nosotros y nuestras rutinas e incluso las evidencias demuestran “que los perros desarrollaron un músculo para levantar la ceja interior después de ser domesticados” y así poder darnos más lástima.
De la misma manera, nos parece que sonríen por una especie de traducción que hace nuestro cerebro intentando “humanizar” los rasgos de su mascota. Aun así, está claro que el contacto visual es muy importante. A pesar de llevar tanto tiempo con ellos, todavía queda mucho por descubrir sobre ellos.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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