Las pobres vacas que pastan por los campos del mudo están ajenas a la acusación que pesa sobre ellas como responsables de una parte importante de la emisión de gases de efecto invernadero y, por ende, del calentamiento global .
Podríamos decir que, si esto fuese cierto, las vacas serían las responsables por la futura desaparición de la isla de Tuvalu, en la Polinesia. Durante la última cumbre mundial del clima COP26, en la ciudad de Glasgow, Reino Unido, el canciller de ese país dio un mensaje con el agua hasta las rodillas para advertir el futuro incierto que les espera si no se detiene el calentamiento global.
La afirmación acusatoria sobre las vacas ¿es real o es un mito? ¿Hasta qué punto las vacas están poniendo en peligro la vida en nuestro planeta por encima de otros factores?
El metano es un gas de efecto invernadero que se genera en multitud de procesos naturales y artificiales.
Entendemos por gas de efecto invernadero a aquellos que depositándose en la atmósfera impiden la disipación del calor como si fuera una capa corpórea que actúa como un aislante.
El más conocido de los orígenes habituales y naturales del metano posiblemente sea el que se produce en el interior del aparato digestivo de los rumiantes (vacas, búfalos, ovejas y cabras), cuando los microbios que se encuentran en su interior fermentan la celulosa de los vegetales, que es el alimento que consumen.
Este proceso, conocido como fermentación entérica produce metano, como uno de sus compuestos finales y de desecho, que las vacas eliminan asiduamente.
En contra de la creencia popular, este gas no es expulsado mediante flatulencias, sino que pasa al sistema respiratorio y es eliminado por medio de exhalaciones.
La peligrosidad de este metano vacuno radica en dos pilares principales: el primero es que es un gas de efecto invernadero muy potente.
Un kilogramo de metano tiene un potencial en términos de calentamiento global de 25 kg de dióxido de carbono (CO2).
Aunque su vida media (tiempo de destrucción promedio) y su abundancia es inferior a la del dióxido de carbono, es un gas que preocupa porque existen enormes depósitos almacenados en el fondo de los océanos y en la capa de suelo permanentemente congelada en las regiones muy frías del planeta, que llamamos permafrost.
El aumento de la temperatura del mar y la fusión de parte del permafrost podría liberar a la atmósfera enormes cantidades de metano que dispararían un temible aumento del efecto invernadero.
La segunda tiene que ver con el número de vacas, que surgieron hace millones de años y nunca fueron un problema para el medio ambiente, pero en la actualidad, como consecuencia de la superpoblación humana, ha aumentado la población bovina hasta los 1.500 millones de ejemplares para satisfacer nuestra demanda de leche, carne, queso, etcétera.
Cada año todas las vacas del planeta liberan a la atmósfera 100 millones de toneladas de metano que tienen el mismo efecto que 2. 500 millones de toneladas de CO2.
Esta cantidad astronómica difícil de imaginar resulta ridícula comparada con otros aportes ya que la contribución porcentual atribuible a los estómagos de las vacas sobre el calentamiento global es del orden del 5 %.
En la medida en que se disminuya la producción y consumo de carne reduciremos la emisión de metano.
No se trata de imponer que seamos veganos en un sentido estricto (el sector agrícola contribuye con un 25 % al total de las emisiones), sino de reducir los miles de litros de agua que empleamos para producir, modificar el uso del suelo, moderar las cantidades de abonos sobre terreno para forraje. Gastar menos cantidades de combustible en el transporte, evitar envases de la carne, la carne con plástico y papel que irán a la basura, etc. Y dejar de culpar a las vacas.
No es la vaca, sino todo el entramado que hemos construido alrededor de ella.
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